Neko Café. Anna Sólyom
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Una ducha y cincuenta pasos después, Nagore abrazaba a Lucía. Su energía la hizo sentir aún más débil.
Volvió a pensar que estaría mejor en la cama, pero conocía lo suficiente a Lucía para saber que no se la habría quitado de encima fácilmente. Con todo su buen corazón, era terca y mandona. Si había decidido que tenían que verse a las nueve de la mañana, así sería, aunque tuviera que echar abajo la puerta de su apartamento. Era inútil resistirse a ella cuando quería algo.
–Dos jugos de naranja y un par de cafés –pidió al mesero sin siquiera preguntar a Nagore–. También nos compartiremos un sándwich de esos.
–¡Espera! –le rogó escandalizada–. Solo tengo un par de euros… Hace tiempo que no nos vemos, pero te informo que no tengo mucho dinero.
–Ya lo sé, tonta… Amanda me explicó que has estado buscando trabajo sin mucho éxito… No te preocupes, yo invito. ¡Hoy toca celebración! En cualquier caso, tus problemas financieros están a punto de terminar.
–¿Ah, sí? –preguntó Nagore incrédula.
–Definitivamente, por eso quería verte. La buena noticia es que, por una casualidad del destino, te encontré un empleo.
En estado de shock, Nagore se dijo que todo estaba sucediendo demasiado rápido para su castigada cabeza.
–¿De veras? –balbuceó asombrada–. ¿De qué se trata?
Lucía dio un mordisco a su mitad de sándwich de salmón y bebió un poco de jugo antes de explicar:
–Tal vez no sea el trabajo que esperabas, pero te servirá para pagar facturas y algo más. La próxima vez me podrás invitar a desayunar –sonrió satisfecha.
–¿Y cómo sabes que me lo van a dar? Supongo que tendré que pasar una entrevista y… debo de tener rostro de fracasada, porque últimamente me han rechazado en todas.
–En esta no, aunque por supuesto tendrás que conocer a la dueña.
–¿Cómo sabes que no?
–Es una corazonada.
Lucía se terminó su café de un sorbo y se limpió los labios con un trozo minúsculo de servilleta. Luego puso sus manos pequeñas y delicadas sobre la mesa, mirando abiertamente a los ojos verdes de Nagore. Las bromas se habían acabado y se disponía a hablarle en serio.
–El hecho de que no hayas encontrado trabajo hasta ahora no tiene nada que ver con tu edad, cielo. Quizás el problema es que no sabes lo que quieres y eso lo nota quien debe decidir si eres la candidata idónea.
Nagore suspiró irritada. Tras dos años sin contacto, Lucía no tenía derecho a juzgarla.
–Pero encontré la solución perfecta para ti –prosiguió–. Una amiga japonesa se mudó a Barcelona y necesita a alguien de confianza para el café que está a punto de abrir. De entrada, puede pagarte mil euros al mes, además de seguridad social, vacaciones, etcétera.
El mesero que las había servido pareció aguzar el oído. Nagore pensó que tal vez él cobrara menos que lo que le estaban ofreciendo.
–No tengo experiencia alguna de mesera… Cuando me haga la entrevista verá que no sirvo para el puesto.
–¡Seguro que sirves! –le dijo Lucía revolviéndole la melena negra azabache–. Es uno de estos lugares en los que los clientes se quedan una hora con un café… y creo que no caben más de quince. Yumi necesita alguien que hable bien inglés, como tú, porque no sabe otro idioma. Aparte de japonés, claro.
–Entonces no parece tan mal… –repuso más relajada–. ¿Dónde está? ¿Y cuál sería el horario?
–Está a diez minutos de aquí. Me dijo que el horario es de dos a ocho y media, pero los sábados también trabajarás. Te espera esta misma tarde, porque su idea es abrir oficialmente el lunes.
Superada por los acontecimientos, Nagore pensó que tendría el fin de semana para hacerse a la idea. Trabajar seis días por semana en algo que nunca había hecho se le hacía difícil, pero siempre sería mejor que quedarse en la calle por no poder pagar la renta. Eso si sobrevivía a la entrevista.
–Si le gustas, Yumi te ofrecerá un mes de prueba –explicó Lucía–, y luego contrato indefinido. Sé que tu misión en la vida no es servir tés y pasteles, pero… te servirá mientras buscas algo mejor. Eso sí, te recomiendo que controles tu mal genio si no quieres volver a la casilla de salida.
–Sabes que soy una buena chica–replicó indignada–... casi siempre. ¿Me estoy perdiendo de algo?
–Bueno… de hecho, hay un detalle de ese café que no te he contado aún.
–¿Qué detalle? –preguntó temiendo que su amiga la estuviera dirigiendo a un antro de vicio.
Ella sonrió nerviosa antes de declarar:
–Nagore, es un café de gatos.
3. Tienes ailurofobia, querida
Nagore pasó la media hora siguiente mirando su taza vacía de café, después de que Lucía se fuera. Las risas de un grupo de trabajadores de la construcción recién llegados contrastaban con su estado de ánimo.
Sin fuerzas para levantarse, desvió la mirada hacia un cuadro terrible colgado detrás de la barra. Con un torpe estilo amateur –sin duda era obra de algún familiar de los dueños– mostraba un árbol pelado bajo la tempestad. Ese esqueleto arbóreo era su vida y la tormenta que se aproximaba tenía un nombre: Neko Café.
Antes de salir corriendo, Lucía le había dicho que así se llamaba el lugar de trabajo al que aspiraba, ya que neko significa “gato” en japonés.
Lo que Nagore no se había atrevido a decirle era que no se creía capaz de hacerlo. No importaba cuánto necesitara el dinero. Se presentaría a la entrevista por respeto y compromiso con su amiga, pero haría lo posible para no ser elegida.
Sosteniendo la cabeza entre las manos, con su melena negra como una cortina que la protegía del mundo exterior, bajó la mirada hacia su propio vestido. Tras muchos años de uso, pedía a gritos su jubilación, pero era impensable que aquel verano pudiera renovar su vestuario.
Bordeando el ataque de nervios, no dejaba de pensar en los gatos callejeros que le arruinaban las noches. ¿Tendría que aguantarlos también de día, en una cafetería para ellos? No way…, se dijo, repitiendo la expresión favorita de su exnovio.
Habría preferido trabajar en una tienda de reptiles o en una reserva de arañas venenosas que soportar y alimentar a aquellos egoístas peludos. Cuando era niña la gata de su abuelo le había arañado el rostro cuando la acarició mientras comía, desde entonces los odiaba con toda su alma.