Bogotá en la lógica de la Regeneración, 1886-1910. Adriana María Suárez Mayorga

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Bogotá en la lógica de la Regeneración, 1886-1910 - Adriana María Suárez Mayorga

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      31 Rafael Reyes fue uno de los integrantes de esa élite que manifestó dicha repulsión por París; allí departió con varios colombianos de diversas regiones que, al no conocer otras urbes europeas, usualmente se consagraban a frecuentar “los boulevards, los teatros, los café-cantantes y todos los sitios de placer, muchos de los cuales [eran] como una feria de vicios” (Reyes Nieto, 1986, p. 96). El general llegó a declarar que el hecho de no quedarse en tierras parisinas “más de quince días” le había permitido evitar, como le sucedía a “la generalidad de nuestros compatriotas y de otras nacionalidades”, regresar “a su patria” llevando “enfermedades y malas ideas, encontrando ridículas y cursis las sencillas y patriarcales costumbres del hogar” (p. 97).

      32 Laguado Duca (2004) comparte este planteamiento cuando dice que para la Regeneración “la necesidad de atraer la inmigración no fue considerada un valor superior para la unidad nacional, e incluso, existía temor sobre el papel disolvente que ésta pudiera tener” (p. 157).

      33 La cursiva es mía. En 1888 Rafael Núñez anunció que se estimularía la inmigración de españoles, pero esta iniciativa fracasó. De hecho, los únicos inmigrantes que llegaron al país de forma continua desde 1890 fueron los clérigos europeos, gracias al respaldo gubernamental. “Este clero inspiró una corriente nacionalista conservadora que habría de desarrollar el tema de la identidad nacional en una perspectiva antiliberal y antiyanqui” (Palacios y Safford, 2002, p. 462).

      34 Como lo expresa Sierra Mejía (2002), “el catolicismo no fue para don Miguel Antonio [Caro] sólo uno de los pilares de la nacionalidad, uno de los elementos cohesionadores del pueblo, sino además –y sobre todo– el cerrojo que no permitiría la introducción al país de ideas disolventes de su propia tradición. Y en esta forma, el mayor obstáculo para el avance hacia una cultura moderna, crítica de su pasado y dispuesta a recibir préstamos de fuera que obrasen como genes renovadores” (p. 28).

      35 La cursiva es mía. Martínez (2001) asevera que el mensaje de Carlos Holguín no fue “escuchado por los propios dirigentes de la Regeneración” en la medida en que enfocaron “cada vez más sus miradas a Europa en busca de instituciones importables a Colombia” (p. 468). No obstante, si se miran esas instituciones en detalle, se evidencia que su aplicación en el país estaba orientada a hacer realidad los principios regeneracionistas. En otras palabras, se importaron aquellas instituciones que iban a permitir la materialización de esa felicidad nacional.

      36 La cita pertenece al texto titulado “Dos palabras a ‘El Relator’”, escrito en Bogotá el 8 de marzo de 1893 (Holguín, 1893, p. 3). La activa participación de los líderes de la Regeneración en la prensa no es de extrañar; como lo plantea Posada Carbó (2010): “In Colombia, the number of presidents who attained ‘high rank as journalists’ was significant [...] some of the most active ‘political journalists’ were appointed as members of the presidential cabinet, or elected to congress” (p. 949).

      37 El artículo K de la Constitución de 1886 había autorizado al poder central “para prevenir y reprimir los abusos de prensa mientras no se expidiera la ley de imprenta” (Melo, 1989, p. 51). En 1889 se promulgó “el decreto 286” que facultó “al ministro del Interior” para que prohibiera la “venta y circulación de algunos periódicos extranjeros, ‘perjudiciales a la paz pública, al orden social o a las buenas costumbres’” (Martínez 2001, p. 498). En 1898 el Congreso de la República aprobó la Ley 51 (15 de diciembre), en la cual, entre otras cosas, se estableció que para ser director de un diario que se ocupara “en política del país” era necesario ser “ciudadano colombiano” y no tener la condición de “empleado público” (Consejo de Estado, 1899, p. 73), clasificación en la que, de acuerdo con la legislación vigente, no se encontraban ni “los Senadores” ni los “miembros de Corporaciones de elección popular” (p. 74). Los empleados públicos, empero, podían “escribir como particulares”, fuera “con su nombre, [fuera] bajo el anónimo ó el seudónimo en periódicos políticos (p. 73).

      38 Martínez (1996) sostiene que “las restricciones presupuestales iban, sin embargo, a dar pronto al traste con los sueños regeneradores de profesionalización del ejército” (p. 134).

      39 La Ley 23 de 23 de octubre de 1890 fue el antecedente de esta norma, ya que en su artículo 3º se facultó al “Gobierno para emplear en el establecimiento, organización y sostenimiento de un Cuerpo de Policía hasta trescientos mil pesos” que debían incluirse “en el presupuesto para la vigencia económica de 1891 y 1892” (Congreso de Colombia, 1890, s. p.). Interesa subrayar que en las fuentes de la época cuando se mencionan precios, salarios, ingresos, egresos, etc., por lo general se utilizan las palabras pesos y centavos, pero a veces se explicita que son pesos oro (o pesos en oro) y centavos oro (o centavos en oro). En este libro se mantendrán las dos expresiones cuando se trate de citas textuales porque en la Regeneración regía el sistema del patrón oro, lo que significa que “el dinero en circulación” estaba respaldado “con oro” (Rivera Lozada, 2019, s. p.).

      40 “Antes del establecimiento del Cuerpo de Policía Nacional, existían las entidades llamadas Policía Municipal, Policía Departamental y Cuerpo de Serenos, cada una con atribuciones distintas y diferente subordinación” (Ministerio de Gobierno, 1892, p. XXXI). Sobre este tema, véase asimismo Martínez (1998).

      41 “El desprestigio de la función policial, el poco [margen] de selección en el reclutamiento, la mala calidad del personal de Policía y por fin su reducida cantidad generalizarán la idea de una Policía no solamente poco eficaz, sino sobre todo culpable de numerosos abusos” (Martínez, 1996, p. 136).

      42 La “División de Seguridad” también fue puesta al servicio de “la Junta Central de Higiene” (Ministerio de Gobierno, 1892, p. XLVII) para “ejecutar las órdenes” relativas a la “detención y vigilancia de las mujeres de mala vida ó que [padecieran] enfermedades contagiosas, cuidando especialmente de que tales mujeres no se [estacionaran] en las inmediaciones de los Colegios, Liceos, Cuarteles y edificios públicos, ni [hicieran] en las calles, plazas y paseos provocaciones que [ofendieran] la moral pública” (p. XLVIII).

      43 El ministro de Gobierno acordó con la Gobernación cundinamarquesa y con el alcalde de Bogotá que en el “Departamento de Cundinamarca” y en el “Distrito de Bogotá” igualmente operaría “la División Central”, la cual contaba con mayor número de guardias que las demás (Ministerio de Gobierno, 1892, p. XLVIII).

      44 Rafael Núñez escogió como su fórmula vicepresidencial a Miguel Antonio Caro para postularse a las elecciones presidenciales de 1892. La contienda electoral los enfrentó con Marceliano Vélez y José Joaquín Ortiz. La victoria de la dupla oficialista fue contundente y el filólogo bogotano asumió el mando por los problemas de salud del cartagenero.

      45 La cursiva es mía. La cita pertenece al texto titulado “Carta décimasexta” escita en Bogotá el 3 de junio de 1893 (Holguín, 1893, p. 146).

      46 Las citas pertenecen al texto titulado “Los ladrones de la honra” (Valderrama Andrade, 1993, p. 17) y fue publicado en el periódico Bogotá el “11 de diciembre de 1898” (p. 26).

      47 Federico Cornelio Aguilar responsabilizaba de la crisis que vivía el país a la “desbordada y ociosa democracia” que dominaba a los colombianos y “al consiguiente egoísmo que [habían] despertado los abusos de ella en las gentes de valer” (Aguilar, 1884, p. 73). Lo interesante de su disertación es que el presbítero antioqueño identificaba el atraso nacional en virtud de un componente idiosincrático: a su parecer, la naturaleza envidiosa de los connacionales era lo que explicaba que se enfrascaran en agitaciones políticas que generaban la ruina del territorio. Aunque no se profundizará en este tópico, es preciso decir que su postura fue ampliamente acogida por los letrados de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX; de

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