Bogotá en la lógica de la Regeneración, 1886-1910. Adriana María Suárez Mayorga
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El municipio ha sido poco estudiado en el medio colombiano, precisamente por las dificultades metodológicas y analíticas que reviste, generó que, desde el inicio, este libro se proyectara como un trabajo destinado a profundizar en aquellos aspectos en los que la historiografía sobre la capital no ahondaba o, por el contrario, ahondaba con base en premisas que un análisis histórico adecuado pone fácilmente en entredicho. Más que puntualizar sobre las obras realizadas en la urbe, lo que interesa saber es por qué se hicieron, qué juegos de poder se entretejieron a su alrededor y qué se derivó de estos procesos.
Los resultados obtenidos con base en este esquema facultan, en efecto, para advertir acerca de la urgencia de crear una nueva historiografía sobre Bogotá. Una historiografía basada en una gran amplitud de fuentes primarias, recopiladas e interpretadas rigurosamente, que aprehenda la ciudad desde la realidad local, en vez de subsumirla a lo sucedido en la esfera nacional, y que asuma el carácter multifacético del espacio, admitiendo que se pueden utilizar distintos y complementarios niveles de observación para analizarlo.
La lectura de la historia local, departamental y nacional del territorio patrio debe hacerse, por consiguiente, desde un ángulo diferente al que hasta ahora ha primado: no es desde la nación ni desde la animadversión sentida desde la región como se entiende la capital; es desde la capital y su interacción con las otras dos instancias como se comprende apropiadamente la realidad histórica bogotana. Haciendo una suerte de paráfrasis con una de las máximas más importantes de la época examinada, es ostensible que en tanto no se comprenda el municipio, no se podrá entender la República.6
La aserción precedente se arraiga en la certidumbre de que para estudiar la ciudad no solo se debe analizar cuál es la expresión material de los lazos sociales que caracterizan a determinada comunidad, sino también cuál es el papel que cumplen las instancias involucradas en el proceso de afianzamiento o debilitamiento de un determinado ordenamiento político. Como lo plantea Lefebvre (1974), “el espacio ha sido siempre político” (p. 221).
La política constituye un elemento crucial para comprender la producción tanto física como social del espacio, en la medida en que se erige en un referente cardinal para examinar la acción de los grupos e individuos que conforman el entorno urbano; de hecho, es justamente la facultad que poseen las urbes para autogobernarse o para escoger, por medio de la representación popular, a sus dignatarios la que genera que la administración municipal adquiera una significación trascendental en la esfera nacional.7
Bogotá no puede comprenderse por fuera de estos preceptos porque su condición de “cerebro i corazón” (Suárez Mayorga, 2015, p. 219) de la República, adquirida en el siglo XIX, hizo de ella un escenario inmejorable para entender el país.8 La lucha por la autonomía local que comienza a finales de dicha centuria es justamente lo que permite comprender por qué la corporación capitalina se convirtió a partir de 1909 en un lugar privilegiado para hacer política en Colombia.9 No es producto del azar, por ende, que figuras de tanta relevancia a nivel nacional como Alfonso López Pumarejo, Laureano Gómez, Jorge Eliécer Gaitán y Eduardo Santos, hicieran parte del Concejo bogotano; es, en contraposición, un indicio palmario de la trascendencia que adquirió el gobierno municipal para mantener la institucionalidad republicana.
Indiscutiblemente, lo acaecido en el período en estudio es parte de un proceso histórico de largo aliento que ha sido decisivo para el desarrollo posterior del territorio patrio. El discurso ideológico sobre el cual la Regeneración legitimó su poder caló más hondo entre los connacionales que sus propias acciones: en los colombianos actuales, incluso sin ser conscientes de ello, persiste la impronta de un pensamiento decimonónico.
Vale anotar que los razonamientos que se efectuarán a continuación parten de una concepción concreta de la historia: aquella que entiende esta disciplina según el nexo pasadopresente-futuro. La investigación histórica supone dentro de este contexto situarse en tres temporalidades diferentes que implican: a) un proceso de desciframiento, en la medida en que ese pasado “ido, muerto, lejano”, inteligible, es “ajeno” a la propia experiencia (Tenorio Trillo, 2012, p. 61); b) un proceso de comprensión, en cuanto es necesario (siempre que sea factible) traducir esa realidad al presente para lograr construir una interpretación acerca de lo ocurrido, y c) un proceso de discernimiento, porque es precisamente en “el hacer y el re-hacer” (p. 69) donde, además de dialogar con los muertos, se puede pensar o incluso, proyectar el futuro.
La cristalización de esa tríada no es una tarea sencilla. Los historiadores frecuentemente están expuestos a muchos dilemas, dudas, tentaciones, que en ocasiones llegan a suscitar que de antemano el investigador suponga “que existe evidencia en el pasado de lo que el presente [...] dicta” (Tenorio Trillo, 2012, p. 74). El riesgo que se corre al darse esta situación es que la pesquisa se oriente a encontrar tales testimonios, originando con ello no solo que se traduzca con impunidad
La singularidad del oficio histórico radica, en síntesis, en reconocer los límites de la profesión: por más que se emplee una metodología sistemática para recopilar, examinar e interpretar las fuentes, debe admitirse que es tácitamente imposible aprehenderlas por completo, prueba de lo cual es que muchas transitarán varias veces por distintas manos antes de ser apreciadas a cabalidad. Si bien es cierto que en la labor de quienes se interrogan por el tiempo que pasó “siempre ha de regir la certeza de que nada es construible, reconstruible o ‘deconstruible’ del todo” (Tenorio Trillo, 2012, p. 77), también lo es que la pertinencia de aquello que sea posible de descifrar, comprender, rumiar,
La escritura de la historia no puede vislumbrarse, en consecuencia, como un acto aislado, sino que debe inscribirse en una sucesión de pesquisas precedentes; el universo historiográfico en el que se inserta cualquier investigación relacionada con esta área de conocimiento resulta por ello primordial para generar argumentos inéditos que trasciendan la simple enunciación de los acontecimientos.
Finalmente cabe señalar que, con el propósito de conocer a fondo el ámbito municipal bogotano, este texto se divide en ocho capítulos: en el primero, se establece el marco conceptual e historiográfico de la investigación; en el segundo, se analiza cómo se concibió el gobierno local en el pensamiento de Florentino González, con el fin de sentar las bases de lo que algunos letrados finiseculares plantearían al respecto durante la Regeneración; en el tercero, se examina el pensamiento de los líderes del movimiento regenerador; en el cuarto, se confronta la legislación expedida en materia de régimen municipal con el accionar de cada una de las esferas gubernamentales que tenían potestad sobre el desarrollo de la ciudad; en el quinto, se indaga sobre la administración distrital en el contexto político nacional a través del debate centralización-descentralización; en el sexto, se ahonda en los principios que fundamentaron el reclamo de los capitalinos por la autonomía local; en el séptimo, se estudian las elecciones para concejales bogotanos desde las postrimerías de la centuria decimonónica hasta la primera década del siglo XX, y en el octavo, se concluye la argumentación.11
Notas
1 La traducción del portugués es mía.
2 Lepetit acuñó la noción de escala problemática para designar tanto