La armonía. Omraam Mikhaël Aïvanhov
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Todas las mañanas, al despertaros, debéis empezar la jornada sintonizándoos con el mundo de la armonía universal, y solamente después podéis preparar el desayuno, besar a vuestros hijos, vestirles, hablarles, o ir al trabajo. Los hombres se pasean por las calles, van a las tiendas, y hasta a las escuelas y por todas partes, todo el mundo está en desarmonía. ¿Cómo pueden los profesores instruir a los alumnos en semejantes condiciones?... Cuando entráis en una casa, vuestro primer pensamiento debe ser: “¡Que la armonía y la paz reinen en esta casa!” Pero la gente no tiene pensamientos de esta clase. Entran, y ya han puesto la discordia entre el marido y la mujer, entre los padres y los hijos, etc… Cuando se introduce la desarmonía se infringen leyes terribles, mis queridos hermanos y hermanas.
Las leyes de la armonía son las leyes más solemnes que existen en el universo. Así que reflexionad, meditad, mirad en qué estado actuáis y comprenderéis después por qué las consecuencias son desastrosas. Incluso cuando queréis hacer el bien, este bien no tiene condiciones favorables para manifestarse y, al hacerlo, os veis obligados a trastocar, a ensuciar algo en el mundo invisible, porque no estáis a punto, no estáis limpios, no estáis serenos. Se hace todo en cualquier estado, y sobre todo la concepción de los hijos. Los padres no deben concebir nunca un hijo si no están entre sí en una armonía perfecta, porque el Infierno se infiltrará en este hijo, y después toda la vida se tirarán de los pelos.4
La armonía está en la base de todos los éxitos, de todas las realizaciones divinas. Debéis concentraros en la armonía sin cesar, y después podréis empezar a ejecutar los trabajos que darán resultados durante toda la eternidad. Para llegar a esta armonía, ¡qué trabajo, qué voluntad, qué concentración! Pero cuando la hayáis logrado, podréis manejar fuerzas prodigiosas para el bien de la humanidad. ¿No sentís que todo el universo, que todas las fuerzas de la naturaleza, están de acuerdo conmigo y me aprueban? Vamos, observad y veréis que toda la naturaleza está de acuerdo y subraya lo que os digo.
Existe un mundo de la armonía, un mundo eterno del que han salido todas las formas, todos los colores, toda la música, toda la belleza, y yo penetré en este mundo. Hace años, fui arrancado de mi cuerpo y oí la armonía de las esferas… Nunca he experimentado sensaciones semejantes, de tal belleza, de tal intensidad… No puede compararse con nada, era tan bello, tan divino, que tuve miedo; tuve miedo de este esplendor, porque sentía que todo mi ser se dilataba tanto que corría peligro de disolverme y de desaparecer en el espacio. Entonces, interrumpí este éxtasis y volví a la tierra. Ahora lo lamento… Pero al menos, durante unos segundos, viví, vi, oí cómo cantaba el universo entero. Las piedras, los árboles, las montañas, los mares, las estrellas, los soles y todas las criaturas cantaban en una armonía tan grandiosa, tan sublime que… Pero no, esto no es comparable con nada de lo que se pueda oír en el plano físico. Y tuve miedo, porque era tan poderoso, tan intenso que, unos segundos más, y habría muerto, me habría pulverizado. El Cielo me dio esta experiencia para que tuviera una idea de lo que es la armonía celestial. Pitágoras, Platón, y muchos otros filósofos, hablaron de esta armonía, pero me pregunto cuántos de ellos pudieron oírla.
Y ahora, el solo recuerdo de esta experiencia llena mi alma como si bastase para mantener, sostener y alimentar toda mi vida espiritual. Sí, saber cómo está construido el universo, cómo vibra en armonía por la voluntad de esta Inteligencia cósmica que ha dado un sonido, una voz a cada cosa, a cada ser. Desgraciadamente, no podemos oír cómo el Creador ha acordado todas estas cosas y estas criaturas entre sí. Pero sólo pensando en ello, ya nos sentimos en un estado indescriptible. Y no creáis que os engaño. El Cielo está ahí, y me escucha, y yo sé lo grave que es decir una mentira ante el Cielo. Así pues, ante el Eterno, ante todas las Inteligencias sublimes, os digo: yo oí la música de las esferas. Podéis no creerme, eso no tiene ninguna importancia. Considero que éste es el privilegio más raro que pueda serle dado a un ser humano.
A menudo, algunos se extrañan de que todas las conferencias que doy, desde hace treinta y tres años, presenten tal unidad y de que nunca haya habido una sola contradicción en mis palabras, como si todo saliese de un solo y mismo punto, ahí, en el centro. Sí, y os diré que no es porque haya leído libros por lo que me ha sido dado ver esta unidad, sino porque oí la música de las esferas. Ante esta armonía, comprendemos cómo vive el universo, cómo vibra, cómo es su estructura, cuál es su destino. La gente se imagina que hay que leer, que hay que estudiar para poder encontrar la verdad. No, es arriba donde encontramos la verdad, no abajo.
Durante años me desdoblé para contemplar esta construcción, esta organización que es el cosmos. Quise contemplar el universo, no tal como lo vemos, vestido de carne y de piel, sino como una estructura: el mundo de los arquetipos. Lo logré, y esta armonía de las esferas que oí fue el resultado final de todas mis búsquedas, de todos mis ejercicios de desdoblamiento, y después sigue siendo para mí como un sistema de referencia para comprender y situar después cada cosa.5
Mis queridos hermanos y hermanas, me doy cuenta de que os hago quizá estas revelaciones un poco prematuramente. Cuánta gente en el mundo ya me ha dicho: “Pero, señor, no se da usted cuenta de lo que dice. Va con varios siglos de adelanto. No es posible, de momento, aplicar lo que enseña. ¿Quién le seguirá?” Sí, lo sé, es un poco cierto. Pero aunque no haya nadie para seguirme, he recibido la orden de hablar como lo hago; y puesto que lo que digo es taquigrafiado y grabado, un día vendrá una nueva raza de hombres con otra estructura, con otra inteligencia, y será capaz de seguir y de aplicar esta Enseñanza. De momento es irrealizable, lo sé, porque los humanos no tienen talla para realizar estas grandes cosas. Pero no importa, hay que decirlas, es preciso que se conozcan, y que el pequeño número que sea capaz de hacerlo se lance por este camino. Yo, hago el trabajo que me piden, eso es todo.
Todos aquéllos que no quieren aprender las verdades esenciales de esta Enseñanza pueden irse a donde quieran, yo no les retengo, porque en realidad son inútiles para nosotros. Sí, mis queridos hermanos y hermanas, yo soy como Stradivarius; quiero hacer violines, pero estos violines no puedo hacerlos con cualquier madera y con cualquier barniz, porque quiero violines con los que pueda tocar el Cielo, hermanos y hermanas capaces; si no, pierdo el tiempo. Cada uno tiene una meta en la vida, y mi meta no es atraer aquí a todo el mundo, sino formar obreros para el Reino de Dios. Necesito obreros, y si no consigo crear verdaderos obreros, servidores de Dios, es una lástima, habré perdido el tiempo, habré trabajado para nada. ¿Pero quién trata de ponerse en mi situación?… Si pensaseis: “El Maestro está ahí para ayudarnos, para aclararnos las cosas, para instruirnos, para conectarnos con el Cielo, pero nosotros, ¿acaso no debemos hacer también algo por él?… ¿Acaso no tiene él también algún deseo?”, encontraríais que yo también deseo algo. Pero lo que deseo, no lo deseo para mí, he aquí la diferencia.
Deseo que haya obreros que propaguen la luz, pero nadie quiere ponerse en mi lugar para comprenderme. No me quejo, pero os pido que os pongáis en mi lugar y comprendáis que yo quiero obreros, servidores de Dios porque trabajo para el mundo entero. Si vosotros no trabajáis para mis ideas como yo trabajo para vosotros, entonces es injusto. En el mundo debe existir siempre una justicia; si tomáis,