Sois dioses. Omraam Mikhaël Aïvanhov

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Sois dioses - Omraam Mikhaël Aïvanhov

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      Omraam Mikhaël Aïvanhov

      “Sois dioses”

      Salmos 82: 6

      Evangelio de san Juan 10: 34

      Traducción del francés

      ISBN 978-84-935717-4-0

      Título original:

      “VOUS ÊTES DES DIEUX”

      © Copyright reservado a Editions Prosveta, S.A. para todos los países. Prohibida cualquier reproducción, adaptación, representación o edición sin la autorización del autor y del editor. Tampoco está permitida la reproducción de copias individuales, audiovisuales o de cualquier otro tipo sin la debida autorización del autor y del editor (Ley del 11 de marzo 1957, revisada). - www.prosveta.es

      Parte I - “Sois dioses”

      1

      “Sed perfectos como vuestro Padre Celestial es perfecto”

      El ser humano es débil, miserable, pecador... Esto es lo que desde hace siglos la Iglesia repite sin cesar a los cristianos. El pecado original, la falta cometida por sus primeros padres les ha condenado definitivamente a una vida de tinieblas, de errores y de miserias. El hombre es concebido en el pecado, nace en el pecado, y no puede escapar a esta condición pecadora... Pues bien, debo deciros que subrayando y fomentando en las criaturas semejante idea, se debilita en ellas la esperanza y el deseo de desprenderse de sus limitaciones. Los humanos deben rechazar estas concepciones que les mantienen demasiado abajo, en sus debilidades. El hombre es pecador, es malo, de acuerdo, pero no está escrito en ninguna parte que deba seguir siéndolo durante toda la eternidad. Diréis: “¿Y el pecado original? ¡Ningún ser humano puede escapar a las consecuencias del pecado original!” Pero ¿dónde habéis leído semejante cosa? ¡Desde luego no habrá sido en los Evangelios! ¿Habló Jesús, acaso, del pecado original? No. Y no sólo no habló de él, sino que pronunció estas palabras increíbles: “Sed perfectos como vuestro Padre Celestial es perfecto...” Así pues, ¿cómo unos seres disminuidos podrían realizar este ideal de perfección divina?

      Diréis que esta idea de un pecado original a causa del cual Adán y Eva, nuestros primeros padres, fueron expulsados del Paraíso, se encuentra en el Antiguo Testamento, y que no es una invención de la Iglesia. Sí, y este castigo fue acompañado de palabras terribles que Dios dirigió a Adán: “El suelo será maldito a causa de ti. A fuerza de trabajo sacarás de él tu alimento todos los días de tu vida, y te producirá espinas y abrojos, y comerás la hierba de los campos. Ganarás el pan con el sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la tierra de la que has salido, porque polvo eres y al polvo volverás.” Después, Dios puso en la entrada del jardín a unos ángeles armados con una espada flamígera para prohibir en lo sucesivo la entrada en él.

      ¿Acaso significa esto que la humanidad ha sido rechazada definitivamente? No, esta concepción del castigo divino infligido a los humanos a causa de la desobediencia de sus primeros padres, corresponde a la imagen del Dios implacable y vengador del Antiguo Testamento. Al enseñar que Dios es un Padre, Jesús no sólo nos llevó a una mejor comprensión de la Divinidad, sino que también hizo evolucionar nuestra concepción del hombre y de su predestinación. Incluso aunque no habló claramente del pecado original, trató de esta cuestión en la parábola del hijo pródigo mostrando que el hijo que se había alejado de la casa paterna, podía también volver a ella; si comprendía la falta que había cometido, su padre le acogería, y no sólo le acogería, sino que daría un banquete para festejar su retorno y le reintegraría en su dignidad primordial.

      Todos aquéllos que no tienen conciencia de su dignidad de hijos de Dios, se exponen a toda clase de desórdenes y desesperanzas porque nunca encontrarán lo que buscan en lo más profundo de sí mismos. ¿Cómo el ser humano puede realmente desarrollarse si deja de lado lo que es su verdadera naturaleza, su naturaleza divina con la cual debe identificarse? Esto es lo que Jesús reveló diciendo: “Mi Padre y yo somos uno...”

      Si Jesús dijo que nosotros podemos hacer las mismas obras que él, es porque somos de la misma naturaleza, de la misma esencia que él. ¿Por qué no tienen en cuenta los cristianos este aspecto de su enseñanza? En primer lugar, porque son perezosos; no quieren hacer ningún esfuerzo para caminar tras las huellas de Jesús. Dicen: “Puesto que era el hijo de Dios, era perfecto, y no hay pues que extrañarse de que haya manifestado un saber, unas virtudes y unos poderes excepcionales. Mientras que nosotros, pobres desgraciados pecadores, es normal que seamos débiles, egoístas y malos, y por tanto, seguiremos siéndolo.” No, no, no es normal, nosotros somos hijos de Dios exactamente igual que Jesús era hijo de Dios. La única diferencia es que Jesús era consciente de su naturaleza y de su predestinación divinas, y había trabajado ya en este sentido en sus reencarnaciones anteriores. Llegó a la tierra con unas posibilidades inmensas y con una idea muy clara de su misión, pero también él tuvo que hacer un gran trabajo interior, resistir a las tentaciones, ayunar, rezar. ¿Habéis leído un poquito los Evangelios?... ¿Por qué tuvo que esperar hasta los treinta años para recibir el Espíritu Santo? ¿Y por qué el diablo trató de tentarle?

      Con sus palabras, con su vida, Jesús no cesó de subrayar su filiación divina que es también la nuestra. Mientras no tomemos conciencia de ello, no podremos saber quiénes somos ni podremos tampoco manifestarnos como seres verdaderamente libres. Sí, porque la peor de las esclavitudes que podemos infligir al hombre, es la de mantenerle en la ignorancia, en la inconsciencia de su dignidad de hijo de Dios. Precisamente Jesús fue crucificado porque quiso revelar esta gran verdad a la multitud. Porque revelar que todo hombre es hijo

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