Storytelling. Dr. Camilo Cruz
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Las historias perduran porque nos conectan con otras personas de una manera más profunda y auténtica. Tienen la capacidad de abrirnos los ojos y hacernos conscientes de las circunstancias que otros están enfrentando. Además, nos ayudan a interpretar de una mejor manera las situaciones que afrontamos y nos enseñan lecciones que recordamos por el resto de la vida.
Las historias hacen evidente el hecho de que no estamos solos y de que es más lo que nos une que lo que nos separa. Argumentando y discutiendo no siempre logramos que nuestro interlocutor vea las cosas desde nuestro punto de vista. En cambio, una historia es capaz de crear empatía y derribar las barreras que surgen cuando estamos tratando de comunicar algo.
Las historias le llegan más a la gente porque son más universales que los conceptos teóricos y trascienden las diferencias en género, edad, cultura e idioma. Tanto es así, que muchas de las leyendas o metáforas que escuchamos hoy en el mundo occidental se originaron en oriente y son traducciones de otros idiomas. Aun así, han probado ser efectivas ya sea que las compartas con un grupo de empresarios, en el marco de una reunión de negocios, o con un grupo de niños en una clase de tercer grado.
Las historias crean una conexión entre quien las cuenta y quien las escucha que va mucho más allá de un vínculo puramente racional. Cuando el oyente se da cuenta de que la historia le está describiendo un sentimiento o una situación que él mismo ha experimentado, su interés y confianza en el narrador aumentan. En cierto sentido, el relato crea una sensación de un propósito común compartido.
El poder del storytelling está en que las historias no solo llegan al cerebro, sino al corazón de quien nos está escuchando. Esto nos permite captar su atención y aterrizar conceptos que, de otra manera, no pasarían de ser ideas abstractas. Y en un mundo sobresaturado de todo tipo de información, el hecho de lograr la atención de los demás ya es, de por sí, una gran ventaja.
Todos estos argumentos nos dejan ver el indudable poder de las historias. El siguiente paso es descubrir el por qué, el cuándo y el cómo utilizarlas. Pero antes, quiero compartir contigo algunas de mis historias favoritas; relatos que me ayudaron a moldear los valores y principios que guían mi vida, y me han permitido construir una profesión gratificante en torno al oficio de contar historias. Espero que estas narraciones, metáforas, cuentos y vivencias, que ya he compartido con millones de personas alrededor del mundo, te den algunas ideas sobre cómo armar tu propio arsenal de historias.
He tratado de ordenarlas alrededor de varios ejes temáticos, pero lo cierto es que están dispuestas de manera más o menos arbitraria. Cada una de ellas va acompañada de un aporte que, lejos de pretender ser una explicación del relato, ni una lección, ni mucho menos una moraleja, es más bien un recuento de cómo llegaron estas narraciones a mi vida y qué uso les doy en mis conferencias e interacciones con los demás.
CAPÍTULO
UNO
“El oficio de escritor consiste en lograr ese clima propio
que obliga a seguir leyendo, que atrapa la atención,
que aísla al lector de todo lo que lo rodea
para después, terminado el cuento,
volver a conectarlo con sus circunstancias
de una manera nueva, enriquecida,
más honda o más hermosa”.
—Julio Cortazar
Historias
sobre cómo
reconocer
tu potencial
Los dos lobos
Hacia el final de la tarde del tercer día de la gran prueba, el joven Nayati regresó triste y abatido, sin saber cómo enfrentaría la censura del resto de la tribu. Quizá se había rendido demasiado pronto, pensaba mientras caminaba. Si hubiese esperado uno o dos días más, a lo mejor sus mayores lo habrían entendido, pero rendirse después de solo tres días era señal de debilidad y cobardía.
Lo peor de todo es que, lo que en realidad lo había vencido no fue el hambre, ni el agotamiento, ni la falta de agua, ni el asecho de alguna fiera. Ni siquiera fue la visión de una de las criaturas del mundo inferior que, según su abuelo, lo visitarían para ponerlo a prueba, torturarlo y hacerlo desistir. Lo que doblegó su espíritu fue, precisamente, el temor a lo que ahora le esperaba: los reproches de sus mayores, la decepción de sus padres, las burlas de sus amigos, el rechazo de los otros jóvenes Powatan que habían pasado la prueba y ahora serían considerados adultos mientras que a él lo seguirían tratando como un niño.
Nayati continúo avanzando, cabizbajo. “Recuerda que tu nombre significa luchador”, le dijo su abuelo antes de salir, con la esperanza de que esto le diera confianza y valor. Pero hoy, no había tenido ni lo uno, ni lo otro.
El joven caminó hasta el tipi que compartía con sus padres y su hermana Chenoa y allí permaneció solitario el resto de la tarde.
Pensó en las pasadas dos semanas: en el gran ayuno que marcaba el fin de la infancia de todo hombre Powatan y su paso a la adultez; en el momento en que debió cazar y matar su propio búfalo; en su envío al bosque —al “lugar de morir”—, donde debía pasar siete días, solo, sin comida, atento en todo momento a recibir la visión del Águila Dorada, el Oso Blanco o cualquier otro espíritu del mundo superior que le indicarían que Nayati el niño había muerto y en su lugar había nacido Nayati el hombre, el nuevo guerrero Powatan. Apenas tres días soportó su faena, pues dejó que el miedo se apoderara de él haciéndolo dudar, robándole la confianza con que saliera días antes.
Cuando su abuelo, Napayshni, entró al tipi, Nayati no tuvo el valor de levantar la cabeza. Estuvo a punto de llorar, pero contuvo el llanto por respeto a él.
“A lo largo de la vida, en el interior del ser humano, se libra una batalla entre dos feroces lobos”, le dijo el abuelo colocándole su mano sobre el hombro.
“¿Dos lobos?”, le preguntó Nayati sin entender muy bien a lo que él se refería.
“Así es, dos lobos que viven dentro de cada uno de nosotros, alimentándose de todo aquello que permitimos que entre en nuestra mente: el lobo del bien y el lobo del mal, Nayati. El primero, es bueno; lleno de paz, confianza y valor. En cambio, el segundo, es malvado y lo caracterizan la envidia, la culpabilidad y el temor. Es una pelea a muerte, Nayati. No te quepa duda de ello”, continuó el viejo Napayshni. “Mientras el lobo del bien busca exaltar tus virtudes, darte confianza y seguridad, y convencerte de tu capacidad para superar los retos que enfrentas, el lobo del mal llena tu cabeza de temores y dudas, trata de acobardarte persuadiéndote de que no estás preparado y de que vas camino a un fracaso seguro”.
“¿Y