Storytelling. Dr. Camilo Cruz
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Esta historia es parte de una novela que escribí hace algunos años, titulada Un regalo inesperado. Se desarrolla a mediados del siglo XIX, cuando la esclavitud era parte de la cotidianidad en muchos lugares de nuestra América. Este contexto podría hacernos pensar que es un relato con el que un empresario o profesional del siglo XXI no lograría identificarse, que lo hallaría anacrónico y fuera de lugar. Pese a ello, lo que he encontrado cuando lo comparto es que toca una fibra muy sensible ya que muchas personas consideran que hoy son víctimas de otro tipo de esclavitud. Sienten que son esclavas de su trabajo, de la velocidad aparatosa a la que el mundo se mueve o de la cantidad de tareas, reuniones, compromisos y actividades laborales que deben atender y que les dejan poco o ningún tiempo para ellas mismas.Con frecuencia, hablo con emprendedores que quisieran poder empezar un negocio en su tiempo libre o desearían regresar a la universidad a hacer una maestría o un diplomado durante las noches, después de salir de sus trabajos, pero encuentran imposible hacerlo porque consideran que no les alcanza el tiempo, que su trabajo no les permite agregar una actividad más a su ya atiborrada agenda.No obstante, en lugar de hacer algo al respecto, prefieren ampararse tras excusas como “no tengo tiempo para nada más”, “no me queda un minuto libre”, “estoy demasiado ocupado”, “mi trabajo demanda mucho de mí” o “si solo tuviera una hora más en mi día”. Por eso, cuando escuchan una historia como la del esclavo sin cadenas, ven en ella una situación con la que les queda fácil identificarse y además descubren una posible salida a la encrucijada en la que se encuentran.La salida es sencilla: resulta absurdo tener todo el tiempo del mundo para trabajar para otra persona y, al mismo tiempo, afirmar que nos es imposible encontrar el tiempo para trabajar en nuestros propios proyectos. Esta es la lección que esta historia nos enseña de manera magistral.Ahora bien, al escucharla es claro que, comparadas con las implacables jornadas que debía soportar el joven esclavo, parecería como si la mayoría de nosotros estuviera trabajando medio tiempo. Él sí tenía no una, sino cientos de razones para justificar no hacer nada más. Y aun así, en lugar de utilizar cualquier excusa, se rehusaba a irse a dormir sin antes haber trabajado, por lo menos, unos minutos para sí mismo.El hecho de trabajar tan siquiera unos instantes en su huerta, sin importar lo cansado que se sintiera, era su mejor proclama de que, aunque su cuerpo y esfuerzo estuvieran siendo explotados y abusados por otro, había algo que aún era suyo, que todavía le pertenecía. Su trabajo en su pequeño jardín era su manera de mantener cierto control sobre su vida y sus decisiones, y conservar viva su esperanza de libertad.Sin duda, esta historia nos obliga a cuestionarnos, a autoconfrontarnos ante la idea de estar dispuestos a trabajar 40 o 50 horas semanales en un empleo, pero no creer posible encontrar una o dos horas diarias para trabajar en un proyecto propio, ya sea empezar un negocio, estudiar, ir al gimnasio o trabajar en cualquier otra actividad que nos interese.
CAPÍTULO
DOS
Historias
acerca de
la acción
pronta y
decidida
“Solo aprendemos, cambiamos y progresamos
escuchando historias con las que hemos logrado
identificarnos de manera profunda y auténtica.
Aquellos que se encuentran en posiciones de liderazgo
y no logran reconocer el poder de contar historias
están poniendo en peligro no solo
el futuro de sus empresas, sino su propio futuro”.
—John Kotter
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