La forja de un escritor (1943-1952)). Camilo José Cela
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No conviene idealizar demasiado los hombres, los oficios, o las situaciones. Ser hospiciano es una situación; también puede ser un oficio que, por añadidura, no cabe sino al hombre (no hay alacranes hospicianos, ni palomas, ni bestia alguna, aun presa y con grilletes). Los escritores escriben, con frecuencia, de lo que no saben ni tampoco les importa demasiado: esa es su servidumbre al gato de tres pies que no enseña más que el hocico. Pero los escritores, muy hechos ya a cantar lo imposible, fingen sus arrebatos con maestría, y se desmelenan a tiempo, y son creídos por quienes aborrecen con tales ímpetus a la literatura que llegan a confundirla —sonrisa va, sonrisa viene— con una droga sedante (¿de qué?).
Día llegará en que un escritor valiente se decida a cortar por lo sano y a pegarle fuego a todo lo que hoy atenaza a la literatura. Será una llamarada luminosa la que se levante, entonces, sobre las bardas del corral del mundo, por encima de los adobes que cercan el garito de hospicianos del mundo.10
III
Hemos dividido la selección de artículos de Cela en tres apartados: alrededor de las experiencias vitales, de las consideraciones sobre el escritor y la escritura (se trata de textos que podrían entenderse como metaliterarios) y de las reflexiones sobre la pintura y otras artes, que se circunscriben al cine, la música y la fotografía. Quizás hubiese sido conveniente un cuarto apartado —que ha quedado en el tintero— que reuniese las lecturas que CJC convirtió en temática de algunas de sus colaboraciones periodísticas, desde Hijos de la ira de Dámaso Alonso (Ya, 4 de julio de 1944) a Las adivinaciones de José Caballero Bonald (Clavileño, 5 de junio de 1952), pasando por la Guía de la Costa Brava de Josep Pla (Arriba, 10 de diciembre de 1946), el Alfanhuí de Sánchez Ferlosio (Unidad, 21 de marzo de 1951) y los sucesivos encuentros con la obra de Pío Baroja, entre otros artículos.
Para la elección de esas tres partes hemos tenido muy en cuenta las respectivas notas con las que Cela preludió Mesa revuelta (1945), Cajón de sastre (1957) y La rueda de los ocios (1957). En el segundo volumen se refería a la similitud de los dos primeros tomos y a la finalidad que se proponían, con una noticia que quedó en proyecto nonato:
Para ejercitar la arriesgada penitencia de enfrentarse con las páginas que fueron escritas para ir viviendo y, como la vida misma, para ir siendo olvidadas a medida que se escribían y se vivían, publiqué ayer Mesa revuelta, doy a las prensas Cajón de sastre y preparo para mañana —o para pasado mañana— un tercero al que quizá llame Fosa común, que tampoco es título engañoso11.
También es preciso recordar que el propio Cela sabía de lo heterogéneo de una escritura que quedaba a la vera del camino de su obra de narrador y de autor de libros de viajes. Por ello afirma en la «Nota» al libro de 1945 que «de todo va en esta Mesa revuelta, que ahora inicia su caminar desde el artículo que casi no lo es, desde el artículo divagatorio, entrañable como un viejo conocido, hasta el terrible artículo de citas y concisiones y que tan poco va con mi manera de ser»12.
Se trata, en consecuencia, de un material desigual escrito para ir viviendo, especialmente en el tramo que ocupa la presente selección, pues no se debe echar en saco roto que Cela recordó en el prólogo al primer tomo de Glosa del mundo en torno que «esa cotidiana pelea por el garbanzo en un país como el nuestro, en el que el escritor es siempre un sospechoso al que resulta entretenido zarandear»13, tuvo un momento de inflexión a finales de 1952, cuando Francisco Casares14, secretario general de la Asociación de la Prensa de Madrid, le dirigió con fecha 31 de diciembre del 52 —transcribo los recuerdos de CJC en dicho prólogo— «un atento oficio echándome a la calle»15. Aunque el escritor hizo algunas gestiones para que se reconsiderase la decisión, lo cierto es que 1953 conoce una drástica disminución de sus colaboraciones en prensa, que quedaron casi reducidas a los artículos de Informaciones entre junio y agosto, que dan cuenta de su viaje por diversos países de Sudamérica y que reunió, bajo el marbete «Notas de una excursión americana», en La rueda de los ocios (1957). En el prólogo al primer tomo de Glosa del mundo en torno —escrito en 1974—, Cela confiesa:
Entonces fue cuando empecé a pensar seriamente en abandonar Madrid, cosa que hice aquel mismo año —primero en Venezuela y más tarde en Palma de Mallorca— y lamento no haber hecho antes. Por entonces también suspendí casi del todo mis colaboraciones en los periódicos y me metí más de lleno en los libros. Madrid, aquella ciudad que un tiempo fue adorable y humana, se había ido convirtiendo poco a poco en una gusanera en la que las personas decentes, que las había y no en escasa proporción, se sentían acorraladas y asfixiadas.16
Estaba naciendo su voluntad de abandonar Madrid, que se consolidó tras su viaje a Sudamérica y el encargo de escribir una novela de tema venezolano (la futura La catira, que publicó Noguer en 1955). Su desaliento ante el mundo intelectual madrileño y sus desilusiones continuadas ante la censura, que acababa de maltratar a Mrs. Caldwell habla con su hijo (Destino, 1953), le llevaron a redactar a comienzos de febrero de 1954 una carta, finalmente no cursada, a Gabriel Arias Salgado, ministro de Información y Turismo, que contiene estas inequívocas palabras:
A mi vuelta de América, me metí en mi casa a poner un poco de orden en mis papeles. Tú habrás podido ver que mis declaraciones a la prensa han sido escasas y que mis actuaciones públicas o mis colaboraciones profesionales han sido nulas. Me propuse sentar las bases para continuar trabajando en serio, y me di cuenta de que seis meses de ausencia es un plazo demasiado largo sobre el que conviene, al regreso, hacer un ligero repaso de la voluntad y un somero examen de la conciencia […].
Y el paso que voy a dar no puede ser más sencillo: me voy. Pero no pienses que me voy al extranjero; la ingenuidad es una grave tara política. Me voy, sí, pero no me voy más que del medio, de este enrarecido y viciado medio en el que no puedo ni quiero respirar. Cuando el tiempo se encargue de ventilar el cotarro abriendo una ventana —léase esta censura que nos agobia y, lo que es más grave, a cambio de nada—, yo regresaré como ahora me voy: tímidamente y sin echar los pies por alto.
Una vez instalado en Palma, viaja unos días a Barcelona —finales de la primavera de 1954— y concede una entrevista (que resulta ser apasionante) a Néstor Luján, en la que le dice: «Antes en Madrid escribía por la noche; ahora en Palma lo hago de las once de la mañana a las siete de la tarde»17. Empezaba una nueva etapa, la de un escritor consolidado.
IV
En una entrevista celebrada en Madrid con Andrés Muñoz, concedida para La Nación de Buenos Aires (13 de julio de 1952), Cela aseveraba que en «Mesa revuelta reúno una selección de artículos que no van nada ordenados». Pese a admitir que la razón le asiste a medias, nuestro propósito es no desligarlos de aquella ordenación y de la que ofrecen los sucesivos volúmenes recopilatorios. La primera parte de Mesa revuelta la tituló «El tibio reino del espíritu», y ofreció en su marco artículos —los ejemplos pueden ser «Iria-Flavia» o «Breve estampa del jardín de un pazo»— en los que se advierte «mi obstinada, preocupada obsesión familiar» y «lo que forma nuestra indeclinable vocación de pervivir: el suelo sobre el que nacimos y sobre el que desearíamos morir»18, que parece una anticipación del tema de su última novela, Madera de boj (1999). Al aire de esta sección de Mesa revuelta, que se proyecta en la titulada «La rueda de los días» de Cajón de sastre y en «La rueda de los ocios» del libro del mismo título, hemos rotulado «Experiencias