La forja de un escritor (1943-1952)). Camilo José Cela

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La forja de un escritor (1943-1952)) - Camilo José Cela Cuadernos de Obra Fundamental

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A Coruña y Guadalajara. Con un breve recuerdo para su experiencia como actor novel, cuando el escritor quería abarcarlo todo y no era mala norma para su oficio ser actor, torero, vagabundo o pintor: «Hay que ser un poco de todo para poder ser escritor» (15 de enero de 1950).

      La segunda sección de La forja de un escritor (1943-1952) la hemos titulado «El escritor y la escritura». Tiene la particularidad de que más de la mitad de los textos fueron publicados en 1950, cuando CJC había editado novelas, cuentos, apuntes carpetovetónicos y un extraordinario libro de viajes, mientras preveía que el tortuoso camino de La colmena desembocaría en un pie de imprenta. Sin duda los meses de 1950 son fundamentales para el escritor y para el presente y el futuro de su escritura. Por ello cabe ver como cristalización de esas reflexiones el artículo canónico (el más largo de nuestra selección) «La galera de la literatura», que vio la luz en la impagable revista Ínsula (marzo de 1951).

      Naturalmente, esta segunda sección se autoriza en la segunda parte de Mesa revuelta, que lleva por título «La literatura y sus alrededores»; en las espléndidas agrupaciones tituladas «Calendario de madrugada» y «El reloj de los hechos» de Cajón de sastre; y en «Sobre la literatura y sus alrededores» de La rueda de los ocios. He procurado en esta sección del libro —a buen seguro la más importante— acercar al lector actual a las convergencias y desavenencias del hombre CJC con su condición de sujeto de su escritura, que estimo quedan sobradamente perfiladas en la gavilla de artículos elegidos. Al mismo tiempo no se desatienden sus reflexiones sobre la tipología de la narración, los modos de la estructura narrativa y las temáticas del oficio de novelista. Cela, que desdeñó tal o cual dogmática sobre los géneros literarios, nos ofrece en este haz de artículos su concepción de la novela como género proteico, que permite en su seno numerosas voces y ecos, diferentes temporalizaciones y modalizaciones, como él mismo dejaría dicho al examinar su andadura narrativa en el prólogo de 1953 a Mrs. Caldwell habla con su hijo. Aquella síntesis de 1953 tiene mucho que ver con los atisbos y disquisiciones de estos artículos.

      Lo aparentemente más osado de la selección de artículos del primer Cela que el lector tiene en sus manos es la tercera parte, dedicada a la pintura y, subsidiariamente, al cine, la música y la fotografía. No es baladí el interés de Cela (que hizo aprendizajes de pintor en sendas exposiciones de sus obras en Madrid y A Coruña) por la pintura y otras artes, como atestiguará la larga y extraordinaria aventura de su revista Papeles de Son Armadans (1956-1979): veintitrés años que son fedatarios de la polifónica vocación de CJC. También en este caso he sido leal a uno de los apartados de Mesa revuelta, «El planeta de la pintura», y a la afirmación de Cela en la nota preliminar: «Aficionado a toda suerte de artes representativas, amo la pintura con una fuerza quizá justificada por la dedicación que le debía y no le otorgué»19. Reconozcamos que esta temática se diluye casi por completo en Cajón de sastre y La rueda de los ocios.

      El abanico de pintores de los que se ocupa CJC en los artículos tiene, a menudo, un correlato en las tareas de ilustración de algunas de sus obras posteriores. Así, Eduardo Vicente ilustró Cuaderno del Guadarrama (1960) y la edición de La colmena de la colección «Puerto Seguro» de Alfaguara (1966) con treinta y seis litografías. Rafael Zabaleta hizo lo propio con el volumen El solitario (1963) y Juan Esplandíu con Madrid (Alfaguara, 1966). Por otra parte, Luis Mosquera retrató al joven Cela en 1945, y el epistolario cruzado entre Cela y Díaz Pardo revela la mucha atención con la que el pintor seguía los artículos de Cela sobre sus quehaceres. Valga un ejemplo. Al publicar CJC en Arriba (14 de diciembre de 1948) el artículo «Un pintor gallego universal», Díaz Pardo le escribe ese mismo día una breve carta que consigna, entre otras cuestiones, lo siguiente:

      Acabo de leer el artículo que me dedicas en el que analizas con mirada benévola el fundamento de mi obra; y quiero apresurarme en decírtelo de la manera más emocionada, mucho más por ser tuyo, es tanto más para mí positivo.

      La lacónica presencia del cine en esta escritura del día es simplemente un emblema de la amplia relación del primer Cela con dicho arte, como atestiguan los recientes trabajos del profesor Paz Gago20. Además, el curioso lector puede poner en relación este artículo de la tercera parte del libro con los dos en los que CJC glosa su participación como actor en El sótano de Jaime de Mayora, recogidos en la primera parte.

      Se reclama, por último, la atención del lector por el elogio de la fotografía, que no solo gravita sobre Viaje a la Alcarria y las espléndidas fotografías de Karl Wlasak21 sino sobre proyectos celianos de años después, como una edición del Quijote ilustrada por Català Roca o los tomos de los nuevos apuntes carpetovetónicos de la editorial Lumen: Toreo de salón. Farsa con acompañamiento de clamor y murga (1963), con fotografías de Oriol Maspons y Julio Ubiña, e Izas, rabizas y colipoterras. Drama con acompañamiento de cachondeo y dolor de corazón (1964), con fotografías de Juan Colom. Conviene saber, a modo de estrambote, que Cela en su madurez consideró algunos de sus trabajos de los primeros años cincuenta por el Madrid de la época como fotografías al minuto. Así, en 1972 escribe en el «Aviso para descarriados» que precede a Fotografías al minuto: «Los fotógrafos al minuto no hacemos obras de arte; nos conformamos con ganarnos la vida y con comer caliente, al menos un día sí y otro no»22.

      V

      El universo del que proceden los artículos que componen esta selección, La forja de un escritor (1943-1952), alumbra la obra creativa de Cela, a la par que contiene semillas de lo que el maestro Darío Villanueva llamó «el otro Cela», es decir, «el filólogo, geógrafo, pensador del oficio literario e incansable editor de revistas»23. Los límites que nos hemos impuesto son la condición por la que no aparecen todas las caras del poliedro CJC.

      Valgan unos someros apuntes para certificar el valor de los artículos. Muchos de los agrupados en «Experiencias vitales» guardan estrecha relación con su primer libro de memorias, La cucaña. Memorias de Camilo José Cela. Infancia dorada. Pubertad siniestra. Primera juventud. Libro primero. La rosa (Barcelona, Destino, 1959). Relación que se fortalece a la luz de la datación de la primera serie de entregas que fraguó el volumen: del 1 de junio al 15 de noviembre de 1950 en el Correo Literario. Arte y Letras Hispa­noamericanas, revista que pertenecía a la órbita de Alfredo Sánchez Bella y del Instituto del Mundo Hispánico, y que dirigía el buen amigo de Cela Leo­poldo Panero. Meses después de esta serie de entregas, CJC buscaba que Josep Vergés, copropietario de Destino, acogiese en el semanario la segunda serie de entregas de La rosa. Una carta del escritor del 24 de julio del 52 es bien expresiva:

      Hace un par de años, empecé en Correo Literario la publicación de mis memorias bajo el título de La cucaña. Iban quedando muy bien y divertidas, pero me incomodé con el periódico y les di golletazo. Pienso que ahora pudiera ser un buen momento para abordarlas de nuevo.

      Esa querencia celiana se cumplió meses más tarde. El semanario Destino iniciaba el segundo tramo de la publicación por entregas de La rosa el 4 de abril de 1953.

      En «Experiencias vitales» el lector encontrará el artículo «Redescubrimiento de Barcelona», primera colaboración de Cela en La Vanguardia Española y punto de partida de una relación básica para su obra: la que se inicia en el otoño de 1945 con las editoriales barcelonesas. A su ya consolidada vinculación a Ediciones del Zodiaco, donde publicará Pisando la dudosa luz del día (1945) y la cuarta edición de La familia de Pascual Duarte (1946), con prólogo de Gregorio Marañón, se suman los diálogos editoriales con Josep Janés, Josep Vergés y Pepiño Pardo (de Noguer). Sin Barcelona no hubiese existido esta segura fragua del escritor gallego.

      Capítulo esencial también en este aspecto es «El escritor y la escritura», donde el lector adivinará la sustancia seminal de sus reflexiones de madurez publicadas con firma o sin ella en Papeles de Son Armadans. En el haz de artículos de esta sección, Cela reflexiona sobre su vocación, sobre la función social del escritor y su responsabilidad,

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