¡Colombia a la vista!. Francisco Leal Quevedo

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¡Colombia a la vista! - Francisco Leal Quevedo

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1969, en Pasca, cerca de Bogotá, un campesino halló una nueva balsa, dentro de un gran recipiente de arcilla cocida. Y, junto a la balsa, otras figuras. El párroco de ese pueblo, Jaime Hincapié, quien fue consultado por el afortunado poseedor de ese tesoro, logró que dichas piezas ingresaran completas al Museo del Oro. Desde entonces se le conoce a este objeto como “La balsa muisca”. Está hecha por fundición, con la técnica de la cera perdida, en una sola etapa. Es una aleación de oro y cobre, mide 19,5 cm de largo, 10,1 de ancho y 10,2 de alto. El personaje central es un cacique adornado con tocado, orejera y nariguera. Le acompañan otros personajes, entre ellos dos portadores de estandartes.

      El grupo no perdía detalle. Era un objeto emocionante y uno se trasladaba con su mente a aquella impresionante ceremonia de la ofrenda. Luego entramos todos a un cuarto oscuro, de forma circular, nos fuimos repartiendo por el salón. Cerraron la puerta, aquel recinto era una especie de caja fuerte. Gradualmente encendieron la luz. La totalidad de la bóveda refulgía con un brillo resplandeciente, porque sus paredes estaban cubiertas por las piezas de oro. Todas ellas eran auténticas joyas, habían sido halladas en enterramientos o en el fondo de alguna laguna. En el centro de la habitación había un círcu­lo, que semejaba un pozo y dentro de él, objetos de oro. Simbolizaba la ofrenda ancestral. Este era el ciclo del oro para nuestros antepasados. Refleja una antigua y sabia cultura.

      »Los objetos que elaboramos, con frecuencia nos sobreviven. Nos cuentan de sus creadores, de su visión del mundo. Y también a nosotros nos transforman, nos hacen sentir parte de esta humanidad que busca encontrarle un sentido a su paso por esta existencia.

      Estábamos maravillados y queríamos permanecer unos minutos más en la sala de la ofrenda, pero nuestro tiempo había terminado y el museo no admite demoras. El profesor nos pidió hacer un círculo, ya fuera del recinto, para seguir explicándonos.

      —Casi todos los europeos llegaron con ánimo de enriquecerse. Muchos usaban la expresión: “Va­mos a hacer la América”, soñaban con regresar tras unos pocos años a su patria para disfrutar y hacer ostentación de su riqueza. Y, para enriquecerse, expoliaron y explotaron al indígena. Los nativos fueron sometidos a intensos trabajos de minería. Pero las duras condiciones laborales y las enfermedades que trajeron los europeos, como la viruela, diezmaron la población.

      »Para continuar extrayendo minerales de la tierra se necesitaba mucha mano de obra, entonces trajeron a los africanos, a los cuales sometieron a la esclavitud. Grandes cantidades de metales se enviaron a España, que estaba en plan de expansión y sostenía frecuentes guerras. Nuestro territorio, el Virreinato de la Nueva Granada, no era el de mayores recursos. Fue superior el expolio en otras tierras como Bolivia y Perú. De allí vienen las expresiones: “¡Eso vale un Perú!”, o “¡su precio es un Potosí!”. Pero la persecución de la riqueza por parte de los conquistadores fue un azote para los pueblos recién conquistados.

      »El trabajo del oro nos muestra que la sociedad muisca había llegado a ciertos niveles técnicos y organizativos muy avanzados. El oro, para los españoles, era un objeto de codicia que se podía cambiar por comodidades y lujos. Para el indígena el metal era un medio de poder entre los hombres, y era un factor de equilibrio con los dioses, para que fueran siempre benevolentes con nosotros.

      »Pero hay algo aún más importante: la idea de “Naturaleza” nos separaba de los españoles. Para aquellos extranjeros el hombre podía servirse de ella con liberalidad y capricho; para los indígenas, ella es la madre de todos los seres vivos, debemos utilizarla con moderación, respetarla y cuidarla.

      »Ahora, les sugiero que visiten el resto del museo por su cuenta, tienen dos horas para mirar las otras salas. Hay aquí muchas maravillas.

      §

      Ese tiempo se nos pasó volando, aprendimos en detalle los métodos de extracción del oro, la técnica de la fundición en crisoles y entendimos ese truco tan ingenioso de la cera perdida.

      Cuando llegué a casa, estaba tan emocionado que empecé a contarles sobre la balsa y la cámara de la ofrenda, sobre la fundición y los crisoles. Se me había olvidado que aún no había anunciado si continuaba. Hablé y hablé sin parar. Me pedían pormenores y yo les pintaba con palabras los detalles de cada pieza de orfebrería.

      ¡Estaba orgulloso de mis ancestros!

      Desde ese día no me preguntaron si continuaba en ese viaje de descubrimientos.

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