¡Colombia a la vista!. Francisco Leal Quevedo

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу ¡Colombia a la vista! - Francisco Leal Quevedo страница 2

¡Colombia a la vista! - Francisco Leal Quevedo

Скачать книгу

rel="nofollow" href="#uaefc73dd-0761-5a82-b4f8-4933b91ad8fb">24. Los granos de café

      25. Las monedas y billetes

      26. El tren

      27. Las estampillas

      28. El tamal tolimense

      29. La flor nacional

      30. El cuadro del Sagrado Corazón

      31. El escapulario

      32. El pesebre artesanal

       Algunas lecturas sugeridas

      A los niños y jóvenes de Colombia,

      en cuyas manos está nuestra Historia.

      1

      1… 2… 3…

      «§»

      Colombia

      De donde siento que soy.

      País de regiones, múltiple y diverso.

      La gente y el lugar, a los que amo y estoy unido entrañablemente.

      Personas de una especial alegría, de un baile y un son.

      La llevo metida en mis cinco sentidos.

      Contar

      Es poner en palabras una historia.

      Es charlar sobre nuestras semejanzas y diferencias para celebrarlas.

      Es recrear alegrías para sentirlas de nuevo.

      Es hablar de tristes sucesos para dejarlos atrás.

      Es hacer planes y tener sueños juntos.

      Objetos

      Lo que está frente a mí. Lo que me interesa e intento conocer.

      Son los testigos fieles del pasado.

      Encierran mensajes cifrados de quienes se fueron.

      Contienen historias de vida para quienes vienen detrás.

      Los hacemos, nos hacen.

      Somos un poco nues­tros objetos.

      2

      La idea “grandiosa”

      «§»

      Desde ayer estoy en vacaciones. Siempre hacemos un viaje en familia, de unas tres semanas, por algún sitio de nuestro país. El resto del tiempo me gusta no hacer nada o hacer solo lo que me viene en gana. No importa que al final de las vacaciones llegue a aburrirme un poco, en los últimos días libres, largos y lentos.

      Eso planeaba hace dos días, pero las cosas comenzaron a complicarse. Ellos no pueden tomar sus vacaciones en esta época, por tanto, no habrá viaje. Ir donde los abuelos está descartado pues de nuevo tienen problemas con sus achaques. Entonces estaría, día tras día, solo en casa, aburrido como una ostra, con los libros, la bicicleta y los aparatos. Ya me iba haciendo a la idea y estaba tranquilo, pero va a ser peor. A mi mamá se le ocurrió una “idea grandiosa”, la soltó ayer, durante la cena, a la hora de los postres.

      —Tomarás un curso de vacaciones de cinco semanas.

      —¿Qué? ¿Seguir estudiando? —le dije.

      Mi papá no decía nada, pero estaba de acuerdo, era evidente. Mi cerebro rugía como un volcán que iba a hacer explosión en un momento.

      —Han debido preguntarme primero —seguí.

      Estaban mudos, desconcertados. Seguro habían pensado que para mí sería una buena noticia, que por algo tengo fama de ser un “comelibros”, pero la situación era muy clara: Si quería salvar mi libertad de solo hacer lo que me viniera en gana, debía usar sin demora mis mejores argumentos:

      —Están coartando mi libertad. —No respondieron nada, pero me pareció ver en sus caras una cierta sonrisa—. Ya estoy averiguando por Internet dónde debo quejarme.

      Les anuncié, mientras efectivamente miraba el celular. Había iniciado la búsqueda: “Derechos de los niños en vacaciones”. El buscador se movía en círculos, estaba lento.

      Esperaba encontrar un mandamiento en alguna carta, o una frase en algún manifiesto que dijera: “Todo ser humano, en especial si es un niño o un joven, tiene derecho a descansar en vacaciones”. Y que a continuación me ofrecieran el salvavidas: “Puede quejarse en esta oficina y será atendido de forma inmediata”.

      El buscador seguía girando imparable, sin ofre­­cer resultados.

      —¡Es una estupidez madrugar, estudiar y acos­tarme temprano, cuando estoy en vacaciones!

      Seguían inamovibles como estatuas. Entonces lancé la más poderosa de las consignas:

      —Voy a poner una tutela, el descanso en va­ca­ciones es un derecho fundamental.

      Ellos esperaban a que me calmara, pero yo es­taba furioso. Miré mi plato. Aún me esperaba media milhoja de arequipe, pero no terminé. Me marché a mi cuarto y esperé. Pensé que iríamos a dialogar y a buscar una solución, pero me equivoqué, aquella noche me ignoraron. Tras mi puerta cerrada solo escuché un “Buenas noches”, al que apenas respon­dí con un gruñido. Era evidente que ellos mantenían su decisión y yo mi oposición.

      Al día siguiente, a la hora del desayuno, esta­ban sonrientes como si nada hubiera pasado; yo, en cambio, estaba dispuesto a hacer cualquier cosa, hasta huelga de hambre si era necesario. Pero su amabilidad me desarmó.

      —No es un programa más de “Vacaciones recreativas” —comentó mi papá mientras me acercaba una tortilla de huevo, hecha como me

Скачать книгу