Rafael Gutiérrez Girardot y España, 1950-1953. Juan Guillermo Gómez García
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También obtuve por correo electrónico la maravillosa correspondencia con Nils Hedberg, legendario director del Instituto Latinoamericano de Gotemburgo (Suecia), gracias a la amable voluntad de la bibliotecaria Anna Svensson. Me complace tener la correspondencia con Hans Paeschke y Hans Schwab-Felisch, directores de la revista Merkur, por el envío directo de esta desde el Archivo Literario Alemán, en Marbach, institución teutona a la que uno escribe haciendo la solicitud del material y a la semana, por tarde, la obtiene por correo postal, en copias impecables y de modo gratuito. En Berlín, he podido consultar por días enteros la Ibero-Amerikanische Bibliothek por virtud del hospedaje cariñoso que he recibido del poeta, hispanista y periodista Rodrigo Zuleta: su prodigiosa memoria rehace mil detalles que, de otro modo, quedarían en el agujero negro de esta historia. Debo resaltar la indispensable colaboración, sin la que esta investigación sería aún más escuálida, de la directora de la Agencia Española de Cooperación Internacional y Desarrollo (Aecid): ella puso a mi disposición las fuentes que me permitieron escribir la petite histoire del colegio guadalupano.
Mi estancia en Santander en la primavera de 2014, como profesor invitado en la Universidad de Cantabria, gracias a la invitación de los profesores y amigos Manuel Suárez Cortina y Ángeles Barrio, me facilitó la indagación de los archivos de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, de la que pude recabar los folletos de los cursos de verano de 1949 a 1953. Tal vez la odisea más laberíntica de este trabajo de “heurística”, en términos de Droysen, o de recolección y hallazgo de fuentes, fue consultar en Santander el inapreciable fondo de libros en español de Gutiérrez Girardot, comprado por la Fundación Barcenillas antes que la Universidad Nacional lo hiciera con la biblioteca en lengua alemana. Fue odisea genuina porque la Fundación Barcenillas queda en el corazón más perdido de la península, a dos horas de la capital de Cantabria en tren de cercanías, en medio de un hermoso paisaje donde uno ve caminar a José María de Pereda resucitado; es decir, queda en la literal mierda. Fue odisea, lo es por la lejanía, porque los más de cuatro mil libros están allí tan conservados como enterrados; en 2013, antes del cierre general al público, solo se podían consultar en horarios restringidos, puesto que las cartas se podían leer de manera condicionada, sin tomar copias, sin tan siquiera transcribir. Pero a cambio quedé con una serie de libros rubricados por sus autores al crítico colombiano, desde Jorge Luis Borges y Alfonso Reyes, hasta Pepe Valente y Gonzalo Sobejano. No debo dejar de decir que conté con la ayuda de la amable bibliotecaria Paz Delgado, y que todo lo compensaba el almuerzo deliciosamente campesino, con vino inigualable a precios para sudacas.
También, disculpen la reduplicación del “también”, tuve ocasión de obtener en Bogotá un valioso material del Archivo General de la Nación, en particular la documentación del servicio diplomático en Colonia-Bonn, con el cual pude captar el ambiente de la diplomacia colombo-germana de la década de 1960. Maravillosa, aunque a medias por el corto tiempo disponible, fue la visita a la elegante sede de la Fundación Xavier Zubiri en el barrio Salamanca de Madrid: implicó respirar una atmósfera de genuino culto a la figura del gran filósofo español, tan admirado por Gutiérrez Girardot, y donde tuve ocasión de obtener datos y documentos por la deferencia de los directivos. La larga y afable entrevista que realicé en la Fundación Santillana de Madrid al vicepresidente de esa casa matriz librera, Emilio Martínez, tres días luego del acabose de plebiscito contra los acuerdos de paz, el 5 de octubre de 2016, me hizo desistir de la decisión de abortar este episodio de Gutiérrez Girardot y España.
Frustrante, hasta lo cervantino, fue la visita al Archivo General de la Administración, en Alcalá de Henares, pues la documentación de la diplomacia entre España y Colombia se corta hacia mediados de la década de 1940. Frustrantísimo ha sido no poder obtener la documentación de Gutiérrez Girardot del archivo de la Universidad de Friburgo: por ejemplo, su llamado Studienbuch, o libro de estudios, y los Gutachten, o conceptos de su tesis doctoral sobre Antonio Machado. Solo logran salvar la situación las preciosas cartas con el eminente romanista Hugo Friedrich. El hilo de la correspondencia con los responsables del archivo de la Universidad de Friburgo (enero-febrero de 2011), se resumió en la imposibilidad de obtener, por ahora, estos indispensables documentos.31 De la Universidad de Bonn he logrado documentar fotografías, hablar con amigos y conocidos, recrear algunos pasajes de su vida, pues, también como Lektor que fui allí durante cuatro años (1989-1992), tengo mis selectos Erinnerungen. Siempre que paso por Bonn, y van ya cuatro veces en esta década, Angela Baron, propietaria de la Librería, un imponente depósito de más de cincuenta mil libros selectos en español, me regala dos o tres títulos de Gutiérrez Girardot, a manera de tributo a su maestro y apoyo a mi labor.
Mi última estancia en Alemania, todo el otoño de 2018 para dictar un seminario sobre la ensayística latinoamericana, me confirmó la necesidad de sacar adelante esta biografía y darle este perfil algo minucioso, pues, pese a que en la biblioteca de la Universidad de Erlangen-Núremberg constataba la existencia de sus libros y algunas tesis doctorales por él dirigidas, también en la patria de Goethe sufren de la peste del olvido. No obtuve respuesta de mucha gente a la que escribí, pero qué l’iace, como decía mi abuela materna. Otro material valioso ya me está comprometido.32 Me gustaría dejar, como asunto post mortem, eso sí, el anecdotario de la pesquisa de material epistolar en nuestra Colombia, tierra querida. Solo resalto, como feliz excepción, al “gabólogo” y gran amigo Gustavo Adolfo Ramírez Ariza, no solo porque hicimos en conjunto una exposición en el Archivo de Bogotá sobre el ensayista en 2015, sino porque me ha donado libros inconseguibles y me referenció una entrevista sepultada en la HJCK, de 1981, con el tema “En el bicentenario de Andrés Bello”.33
Debo resaltar que los libros de autoría de Gutiérrez Girardot han tenido, para mi acervo, una suerte no siempre adecuada. Muchos he regalado, otros desaparecen misteriosamente de mis estanterías, para readquirirlos en los agáchese o por obsequio espontáneo, como los referidos. Los libros de Gutiérrez Girardot solo muy de vez en cuando se encuentran bajo las piedras, como me sucedió recientemente con su traducción de Carta sobre el humanismo de Taurus. Cuento, como pocos, con una treintena de títulos originales de la Colección Estudios Alemanes, publicados por las editoriales Sur y Alfa, porque me fueron enviados a finales de la década de 1980 directamente por Inter-Nationen (Berlín) a indicación de Gutiérrez Girardot. Pero también porque en Buenos Aires pude adquirir algunos ejemplares, pues allí no son, según entiendo, muy apetecidos. Pese a esfuerzos y diligencias, no he podido adquirir las veinticinco tesis de doctorado que dirigió Gutiérrez Girardot, conforme las he identificado, publicadas en la colección Spanische Studien de Peter Lang Verlag, pero por el momento las que tengo me son suficientes.
Anotemos que la compra de la biblioteca en lengua alemana y, por añadidura, del archivo personal de Gutiérrez Girardot por parte de la Universidad Nacional, se produjo tras un intento frustrado para que lo hiciera la Universidad de Antioquia, con final cómico por parte del entonces rector, Alberto Uribe Correa. El memorable episodio se presentó hacia el año 2007, en una audiencia en el despacho rectoral a la que acudimos el director del Instituto de Filosofía, Carlos Vásquez Tamayo; el decano de la Facultad de Comunicaciones, Édison Neira Palacio, y yo, coordinador del pregrado Letras: Filología Hispánica. La escena transcurrió del siguiente y desenvuelto modo. Expusimos los pormenores y la importancia de la biblioteca, Édison Neira apeló, incluso, a la autoridad de Belisario Betancur, quien en esos días había donado su biblioteca personal a la Universidad Pontificia Bolivariana y le había manifestado al rector Uribe Correa la singularidad del legado bibliográfico alemán de Gutiérrez Girardot. Uribe Correa nos escuchó atento entre dos tintos, y con el desparpajo arriero que nunca lo abandonó, tomó el auricular telefónico, se comunicó con la directora de la biblioteca central de la Universidad, pidió algún dato pertinente y colgó luego de segundos clave de espera. Nos miró y sin más nos dijo: “¡Ven, el alemán es una lengua muerta!”. No le sobraba razón burocrática y administrativa. No se compró la biblioteca de Gutiérrez Girardot porque prácticamente nadie consulta libros en esa lengua