La experiencia del tiempo. Ricardo Gibu Shimabukuro
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Heidegger desarrolla, por su parte, la idea de una cooriginariedad entre la autoconciencia y la conciencia del tiempo por medio de su (famosa) interpretación de la concepción del tiempo en Kant como “pura autoafección” (Heidegger, 1991: 188-195).
“El tiempo constituye como pura autoafección la estructura esencial de la subjetividad”. Hedeigger fundamenta esta afirmación en la medida en que otorga al tiempo, como se ve, un carácter genuinamente “formador” (bildende): el tiempo “es precisamente aquello que de manera absoluta forma algo así como el “tender-desde-sí-mismo-hacia” (Von-sich-aus-hin-zu-auf), de tal modo que el “hacia” (Worauf-zu) así formado vuelve la mirada y penetra en la […] «tendencia-hacia»… (Hin-zu)”. Heidegger pone de manifiesto, así, un doble movimiento del tiempo, el cual es expuesto de manera pormenorizada principalmente en Ser y tiempo y que constituye la esencia de cada encuentro con lo ente fundado en su concernirse-a-sí-mismo.6 Este doble movimiento constituyente de la subjetividad (el cual, por su parte, radica para nosotros en el doble “estar” anteriormente ya esquematizado) consiste en una tendencia-hacia… (Hin-zu) y regresar-a (Zurück-auf)… (Heidegger, 1991: 194).7 Un encuentro tal se lleva a cabo en una estructura de horizonte, que precisamente es mostrada a través del tiempo en sentido sintáctico. Heidegger llama en un momento decisivo a este “horizonte de la mismidad” “perseverancia” (Beständigkeit), dentro de la cual lo objetual mismo puesto frente al yo es experimentable como tal a través del propio yo.
Esta idea será retomada asimismo por Merleau-Ponty, dado que también en la Fenomenología de la percepción (1945) se equipara la temporalidad con la autoposición del sujeto. Merleau-Ponty escribe:
El tiempo es “afección de sí a través de sí”: el afectante es el tiempo como impulso y paso hacia un futuro; el afectado es el tiempo como serie desenvuelta de presentes; el afectante y el afectado no forman más que una sola cosa, porque el impulso del tiempo no es más que la transición de un presente a un presente. Este ek-stasis, esta proyección de un poder indiviso en un término que le está presente, es la subjetividad. (487)
El tiempo es, de igual manera, “tiempo que se sabe”, puesto que “la explosión o la dehiscencia del presente en un futuro es el arquetipo de la relación de sí a sí y dibuja una interioridad o una ipseidad” (487). También aquí es la significación del instante puesta de manifiesto, si bien Merleau-Ponty enriquece su comprensión con su mutua interrelación con el futuro –proyección extática del futuro en el presente, explosión (o “dehiscencia”) del presente en el futuro–.
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Ahora corresponde exponer cómo se puede dar cuenta de la constitución temporal sin hacer uso de un proceder ni descriptivo (Husserl) ni especulativo (Fichte, o bien Schelling), lo cual concluirá (en contraposición con los planteamientos antes esbozados) en la tesis de una estructura en tres niveles de los análisis temporales fenomenológicos. ¿En qué consiste, en primer lugar, lo insatisfactorio de ambos planteamientos?
Formulada de manera general, la equiparación entre prefenomenalidad y autoconciencia prerreflexiva del acto ha sido fundamentada por completo, no así si se hace depender esta estructura prerreflexiva de manera “epi-fenomenal” de la conciencia inmanente. Dicho de otra manera, la autoconciencia prerreflexiva es una “dación” fenomenológica, la cual no puede ser, no obstante, recuperable de manera descriptiva. Precisamente por este motivo es que se hace necesaria aquí una construcción fenomenológica.
En lo que concierne a Husserl, debemos preguntarnos, en primer lugar, de qué naturaleza debe ser la intencionalidad constituyente de tiempo. Ella no puede ser “activo-dadora de significado”, puesto que no se trata en modo alguno de una intencionalidad que funde significación (el tiempo aparece independientemente de que nos relacionemos intencionalmente con él o no). ¿Es ella, entonces “pasivo-intuitiva”? “Pasiva” ciertamente, pero no intuitiva, dado que la ya comentada dificultad resurgiría a este respecto, a saber, ¿cómo se puede dar cuenta de los fenómenos originariamente constituyentes del tiempo con independencia de la división entre temporalidad “objetiva” y “subjetiva”? Precisamente, la pasividad pone un límite al mismo tiempo a todo intento sea de deducción o de construcción especulativo-genética. El carácter viviente del tiempo se sustrae a la posibilidad de toda forma de deducción metafísica. ¿Debe ser considerado el tiempo como una dación absoluta (“pasiva”), frente a la cual todo intento constitutivo esté condenado al fracaso?
Los planteamientos de una fenomenología constructiva tienen la pretensión de poder ofrecer un camino de salida a este dilema. En este sentido hay que subrayar, en primer lugar, que se debe distinguir de manera estricta entre la construcción fenomenológica del tiempo y cualquier forma de deducción especulativa del tiempo (como se puede hallar en el Grundriss de 1795 de Fichte o en el primer sistema de Schelling). La construcción fenomenológica no es una deducción, puesto que, por un lado, no parte de ningún principio y, por otro, no procede de manera deductiva (o hipotético-deductiva). Ella “descubre” el archè y telos de la construcción en cada caso en la construcción misma y a través de ella, de ahí que ambas no puedan postularse de antemano.
De manera correspondiente con los “tres tipos” (Schnell, 2015) de construcción fenomenológica, pueden distinguirse, en primer lugar, tres tipos de temporalidad, a saber, tiempo vivido (erlebte Zeit), tiempo fundado (gestiftete Zeit) y tiempo preinmanente (prä-immanente Zeit). Desde un punto de vista constitutivo, estas temporalidades no se organizan en una estructura de tres niveles según un escalamiento lineal, sino que, más bien, el tiempo preinmanente constituye la temporalidad tanto del tiempo vivido como del tiempo fundado (con lo cual ambos se encuentran en un mismo nivel constitutivo).
Tiempo