¿Está en Netflix?. Florencia Delgado

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¿Está en Netflix? - Florencia Delgado

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cambio de hábitos y herramientas. Democratización de las imágenes, tendencias, recomendaciones. Cine clásico. ¿Por qué volvimos a mirar cine clásico? Qué factores favorecieron el proceso, nuevas prerrogativas, qué películas volvieron a la escena actual.

      1  Yendo de la butaca al sillón

      De las salas de cines históricas a los cines comerciales: programación, procesos de distribución y circulación. Diferencias entre las experiencias sociales que crea el cine en colectivo vs. mirar películas de forma individual.

      1  Dice Scorsese que paremos un poco

      Binomio cine-entretenimiento: historia de la industria audiovisual, motivaciones de los espectadores posmodernos. Producciones en masa. Mainstream: qué miraba el espectador en otras décadas y qué miramos actualmente.

      1  No, no está en Netflix. Filmoteca

      Películas y series de acceso y dominio público.

      1  Epílogo [stop-reset]

       Introducción

      El contenido vía streaming y su nueva modalidad cambiaron para siempre el paradigma del espectador posmoderno. La irrupción de las plataformas y el video bajo demanda (VOD) son el elixir audiovisual que transformaron las dinámicas de la industria a la par de nuestras costumbres.

      Sin embargo, bien sabe el espectador de otras épocas que la comodidad de tener todo a merced de un play no fue constantemente así. Solo los más avezados recuerdan lo que era esperar a que la película anhelada esté disponible en nuestro videoclub, salir de nuestras casas para ir a alquilarla, regresar contentos, ponerla en la videocasetera (que funcione milagrosamente sin “trackinarla”) y al fin poder verla. O tal vez, la cita para encontrarla estaba afuera de casa y había que cambiarse, ponerse lindo, echarse perfume e ir a la función de matiné, no sin antes comprar caramelos y esperar a que el acomodador haga magia con su linterna. Solo el pirata del barrio intuía cuánto tiempo estábamos dispuestos a esperar para que nos grabe ese DVD de la trilogía que pretendíamos mirar, mientras suplicábamos que no sea tan trucha y la podamos ver sin que nos ardan los ojos buscando nitidez. Las preguntas como: ¿quién tendrá esa película?; ¿la podré ver este año?; me perdí un capítulo de mi novela, ¿ahora qué voy a hacer? Son todos interrogantes del pasado, ¡basta de aventuras cinéfilas! Ahora todo está a un solo clic de distancia, la comodidad es nuestra amiga y las pantuflas llegaron para quedarse junto con la joggineta manchada de lavandina.

      Buenas y malas tendrá este tiempo. Por un lado debemos considerar que la digitalización del contenido audiovisual ha democratizado el panorama, ya que existe un acceso globalizado y público. Pero, por el otro, nos convertimos en huraños encerrados, mirando ininterrumpidamente capítulos de nuestra serie hasta advertir que esa claridad que proviene de afuera no es otra cosa que el mismísimo sol amaneciendo.

      La actualidad nos encuentra solitarios y mirando bajo otros parámetros. La desaparición de las salas de cine históricas, juntamente con la aparición del contenido online, hizo que el encuentro con el otro se volviera infrecuente y se apartara del registro social. Además, con el cierre de las salas históricas el hábito y la educación de la mirada sufrieron un enorme declive. Lo que antes era un refugio público, que propiciaba un ejercicio de pensamiento conjunto y diversidad de películas, ahora se ha reducido a un único modo de consumo, encapsulado bajo las megaestructuras de los shoppings. Esto provocó que el acceso a la pantalla grande sea para los que puedan pagar la entrada a un precio comercial.

      De esta manera, establecimos un circuito aislado con una dinámica automatizada, donde vemos mucho, pero nos preguntamos poco. Existe poca mediación de eso que elegimos mirar y nuestro procesamiento de las imágenes cambió al ritmo de su digitalización e inmediatez. En la actualidad, el contenido se multiplica en simultáneo, saltamos de una pantalla a la otra, de un capítulo al siguiente, de una serie a la subsiguiente, como una especie de maratón ocular que impone un mercado, sin cuestionarnos absolutamente nada de lo que decidimos ver. Tampoco dónde lo vemos.

      Las siguientes páginas tienen como objetivo pausar los ojos, desenredar la mirada, y hacer el ejercicio de pensamiento individual de lo que estamos siendo los espectadores posmodernos.

      “No spoliarás la serie de tu prójimo” Spoilers y destripes

      “Mi nombre es Thomas Shelby

      y hoy voy a matar a un hombre”.

       Peaky Blinders

      Salamanca, España, 2017. Un joven es apuñalado diecinueve veces por un grupo de amigos en una esquina. Luego de la feroz agresión los victimarios permanecieron en el lugar tranquilamente como si nada hubiera ocurrido, cuando un oficial de policía acudió a la zona y preguntó qué había pasado, confesaron in situ: “Le hemos apuñalado porque nos ha contado el final de Juego de tronos”.

      Antártida Argentina, octubre de 2018. Dos científicos rusos vivían en el observatorio Bellingshausen donde investigaban juntos. Pero la convivencia llegó a su fin cuando Sergei Savitsky acuchilló violentamente en el corazón a Oleg Beloguzov. Tras el intempestivo ataque se especuló que Sergei podría haber tenido un brote psicótico por los días de encierro y aislamiento o bien haber sufrido alucinaciones. Sin embargo, después de varios días de misterio se supo que Savitsky en realidad se enfureció porque su compañero no dejaba de spoilearlo con las series que veían juntos y en simultáneo.

      De más está aclarar que estas dos noticias no son ficción, ni corresponden a la sinopsis de ninguna película y (por suerte) no pertenecen a la lógica habitual del espectador promedio. Sin embargo, esta bestialidad habla de un síntoma, una época, un estado humano (al borde del todo) y son el puntapié para reflexionar sobre algunos fenómenos que nos atraviesan.

      Pero ¿desde cuándo decir lo que uno está mirando puede transformarse en una amenaza?

      Parece ser que contar lo que uno vio puede convertirse en una cosa seria en los tiempos de contenido streaming. Que se escape un detalle o un dato preciso de la historia que estamos mirando puede detonar cualquier clase de estallido, desde discusiones con amigos, rupturas de parejas, insultos, furia, enojos familiares, hasta, como vimos anteriormente, apuñalamiento de científicos.

      Lógicamente, el análisis no pasa porque esté bien o mal spoliar, sino con la ponderada atención que está recibiendo el tema en este momento de la historia visual. Los espectadores tenemos todo el derecho de vivir nuestras experiencias audiovisuales como queramos. No obstante el foco está en este primer lugar de análisis, por cómo se sucede en su carácter repetitivo y frenético.

      Primeramente, qué es un spoiler (o un destripe) y por qué lograron tener tanta importancia en el quehacer del espectador posmoderno. Si bien spoiler es un término en inglés (nadie usa “destripe” que es su homónimo en castellano), el anglicismo se utiliza como norma y es casi un idioma universal. La palabra suele emplearse cuando un texto o una persona anticipan algo fundamental en la trama o en la historia de una película, serie o libro. Sería algo así como una información muy relevante del desarrollo de una historia que, de saberla de antemano, nos haría perder el interés, la sorpresa o el asombro frente a eso que se narra. De hecho, la génesis de la palabra está compuesta por un sufijo er unido al verbo spoil que en inglés significa estropear, echar a perder.

      Cabe aclarar que

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