Envejecer en el siglo XXI. Leonardo Palacios Sánchez

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Envejecer en el siglo XXI - Leonardo Palacios Sánchez Medicina

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filósofa y pensadora francesa Simone de Beauvoir, al cumplir 62 años, publicó La vejez, en sus palabras “para quebrar la conspiración del silencio” en contra de los ancianos. En uno de los capítulos destacó, de manera anecdótica, el momento en el cual Nascher, por entonces estudiante de Medicina en Nueva York, en desarrollo de una visita a un asilo con sus compañeros, oyó que una mujer anciana se quejaba al profesor de diversos trastornos. Este explicó que su enfermedad era su avanzada edad. “¿Qué se puede hacer? Preguntó Nascher. ¡Nada!, respondió el docente” (Beauvoir, 1970, p. 29). El joven quedó tan sorprendido de esa respuesta que a partir de ese momento se dedicó al estudio de la senescencia.

      La propuesta de Nascher se fundamentó en los procesos fisiológicos del envejecimiento y la vejez, claramente opuesto al modelo patológico sostenido por varios investigadores, incluido Iliá Métchnikoff, que atribuía, tal como se anotó, a una reacción de fagocitosis tisular y a la “autointoxicación”. En 1914, publicó en 517 páginas su libro Geriatrics: The Diseases of Old Age and Their Treatment, compuesto por tres secciones principales: la vejez fisiológica, la vejez patológica y la higiene y las relaciones médico-legales. Un año más tarde, fundó la New York Geriatrics Society. Su interés, además de la motivación científica, siempre estuvo acompañado de un profundo sentido de humanismo al denunciar una antipatía fundamental en la sociedad hacia esa población: “La idea de la inutilidad económica infunde un espíritu de irritabilidad contra la impotencia de los ancianos” (Pathy, 2006, p. 1923).

      De nuevo en Europa, la historia destaca muy especialmente a la médica inglesa Marjorie Warren, quien publicó en 1943 y 1946, sendos artículos en el British Medical Journal, en los cuales favorecía, entre otros, la creación de la especialidad médica en geriatría; la necesidad de un enfoque integral en el manejo de los pacientes ancianos; el manejo médico de pacientes hospitalizados con requerimientos de espacios adecuados para rehabilitación y socialización; el manejo ambulatorio y reintegración hospitalaria con instauración de rutinas diarias, y la creación de un grupo interdisciplinario entrenado para el manejo integral del anciano. Basado en estos argumentos, el Ministerio de Salud británico se involucró en este campo emergente, y en la década de 1950, la geriatría fue reconocida como especialidad médica por el Servicio Nacional de Salud.

      La doctora Warren fue pionera en la prevención de los eventos ocurridos durante la atención hospitalaria de los más viejos, al detectar los riesgos de los pacientes con cuadros de delírium y demencia que requerían camas con barandas; de los pacientes con incontinencias graves, de los enfermos con posibilidades de recuperación previamente desahuciados por su condición de viejos. Desarrolló, además, un sistema de clasificación basado en la respuesta de rehabilitación y, por lo tanto, capaces de regresar a sus hogares, y también, a aquellos que requerirían atención domiciliaria con posibilidades de recuperación, con énfasis en los pacientes con secuelas de eventos cerebrovasculares.

      Marjorie Warren promovió la importancia de la atención multidisciplinaria, la movilización temprana y la participación muy activa del anciano en sus actividades diarias. Hizo hincapié en el enfoque del individuo afectado por problemas sociales y funcionales, además de sus problemas médicos:

      Las necesidades de los ancianos con frecuencia caen inmersas entre dos extremos: el individuo no está lo suficientemente enfermo como para justificar el ingreso al hospital y, sin embargo, está demasiado discapacitado o frágil para permanecer en un hogar. (Warren, 1946, p. 841)

      Así mismo, publicó objetivos para la atención médica del paciente de edad avanzada, que son la base de los principios de la medicina geriátrica: 1) prevenir enfermedades siempre que sea posible, 2) reducir la discapacidad médica al mínimo, 3) obtener y mantener la máxima independencia y 4) enseñar al paciente a adaptarse inteligentemente a su discapacidad residual (Warren, 1951, pp. 108-112).

      Su compromiso con la atención al paciente anciano no estuvo libre de conflictos, ya que muchos de sus colegas no entendían el valor de prestar atención a un grupo de pacientes eternamente descuidado, y como mujer, a menudo luchaba para lograr imponer sus puntos de vista. Los geriatras fueron referidos como miembros de “una especialidad de segunda clase, cuidando a pacientes de tercera clase en instalaciones de cuarta clase” (St. John y Hogan, 2014), recibidos a menudo con resistencia por los médicos generales. En respuesta a ese ambiente de desconocimiento y rechazo, promovió la vinculación de la enfermería geriátrica como factor fundamental en la atención integral de los ancianos con problemas de salud. Después, a medida que aumentaba el envejecimiento de la población, el modelo de atención propuesto por ella se convirtió en un objetivo cada vez más pretendido; un cambio de paradigma en el manejo de estos pacientes previamente dejados a su suerte. Años más tarde, la doctora Warren se desempeñó como secretaria internacional de la Asociación Internacional de Gerontología, al tiempo que recibió toda clase de distinciones por su labor monumental en defensa de los ancianos.

      Una vez finalizó la Segunda Guerra Mundial, se desarrollaron la mayor parte de asociaciones de gerontología, comenzando por la estadounidense (Gerontological Society), en 1945. La Sociedad Española de Geriatría y Gerontología fue creada en 1948, y por esas mismas fechas surgieron otras asociaciones europeas y latinoamericanas, entre las cuales se destaca la Asociación Internacional de Gerontología, fundada en Lieja ese mismo año. De forma simultánea, empiezan a publicarse trabajos científicos regularmente en The Journal of Gerontology & Geriatrics, una de las revistas de mayor reconocimiento e impacto desde 1946. La Asociación Colombiana de Gerontología y Geriatría se creó en 1973.

      El servicio postal colombiano llamó la atención de los demógrafos y de los investigadores del envejecimiento en general, al emitir, en 1956, una estampilla en homenaje a quien muchos consideraban “El hombre más viejo del mundo”, un indígena de la etnia zenú, habitante de la costa atlántica en condiciones de mendicidad y conocido en los alrededores como el “Viejo Javié”, quien decía haber nacido en 1789, lo cual lo destacaba como el individuo de mayor longevidad de todos los tiempos. Tal exaltación condujo al personaje a una serie de distinciones en diferentes ciudades del continente, incluidas Caracas y Nueva York. Pocos meses después, el hombre murió, supuestamente, a la edad de 167 años. Su retrato fue incluido en el sello postal en una serie de dos valores: el sello de 5 centavos de color azul, y el de 20 centavos, carmín. De cada uno de ellos se emitieron dos millones de ejemplares (Cortázar y Eraso, 2019, p. 27).

      Por su parte, la geriatría clínica se inició en Colombia, tanto en el ámbito académico como en el hospitalario, de la mano del médico Jaime Márquez Arango, quien después de terminar su posgrado en Medicina Interna ingresó en el Reino Unido al programa de especialización en Geriatría de Southampton, donde desarrolló su enorme capacidad de investigación. De esa época figuran sus tratados estadísticos sobre la circulación cerebral en ancianos, osteoporosis y fracturas óseas y sobre la epidemiología de la hipertensión arterial en el adulto mayor. A partir de 1986, estructuró la primera especialización médica en Geriatría Clínica en Colombia, en la Universidad de Caldas, de Manizales, y perfeccionó sus estudios sobre las terapias preventivas en osteoporosis. Sus enseñanzas y publicaciones, Guía para la valoración del anciano (1981) y La geriatría en la consulta diaria (2000), constituyen un testimonio del reto asumido por el doctor Márquez en una sociedad que cambió la perspectiva de la vejez y la noción del cuidado de los ancianos (González, 2005b, p. 218):

      El ser humano, desde los tiempos más remotos, parece buscar la inmortalidad o la eterna juventud. No me refiero a la inmortalidad que se adquiere por los grandes logros o por la producción intelectual sino a la presencia física, en la tierra, por siempre jamás. Ha inventado, incluso, algunos seres privilegiados, como Matusalén, Elías y otros que subieron al cielo, en cuerpo y alma, después de vivir largos años sobre la tierra. Por más que estas sean fábulas, denotan el sentimiento real del hombre aunque, como de costumbre, tengamos que acudir a los mitos, a los artistas, los poetas y los escritores para poder desentrañarlas. (Márquez, 1996, p. 7)

      En

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