Envejecer en el siglo XXI. Leonardo Palacios Sánchez

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Envejecer en el siglo XXI - Leonardo Palacios Sánchez Medicina

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cada una de sus respectivas disciplinas; pero no ha sido así. En 1969, el psiquiatra y gerontólogo estadounidense Robert Neil Butler acuñó el término ageismo, aprovechando la efectividad y el éxito de expresiones, como racismo y sexismo, que contribuyeron a identificar y promover cambios de actitud, principalmente, en la sociedad estadounidense. El vocablo, traducido al español como edadismo, senilismo, viejismo o ancianismo, se refiere a estigmatizar socialmente a las personas mayores. ¡Un fenómeno inherente a la condición humana de fanatismo y prejuicio! (Butler, 1969, pp. 243-246).

      De manera general, el doctor Butler identificó varios elementos que configuraban, entonces como ahora, la discriminación al creer que los ancianos constituyen una carga para la sociedad, al tomar decisiones por ellos y al restringir el acceso a determinados tratamientos. Un aislamiento que afecta con mayor violencia a las personas de edad avanzada con escasez de recursos económicos y culturales, de sexo femenino y de etnias tradicionalmente segregadas, que actúan como amplificadoras de los estereotipos:

      Mitos sobresalientes según los cuales la mente ineludiblemente se deteriora con la vejez se han traducido en diferentes grados de discriminación en todas las facetas de la vida. Al mismo tiempo que se les dice que “se comporten según su edad” de adultos mayores, muchas veces se espera que actúen más como niños y que renuncien a una parte de la responsabilidad y del control sobre sus propias vidas. Por ejemplo, las personas que equiparan los problemas de audición con la falta de comprensión pueden recurrir a “hablarles como a un bebé” o a excluirlos de las tertulias y actividades sociales convencionales. También es común que los jóvenes asuman que los mayores no oyen bien y les griten automáticamente. (Golub et al., 2002, p. 19)

      Expresiones tantas veces oídas en los servicios médicos acerca de la salud de los ancianos constituyen, ciertamente, muestras de discriminación y configuran el perfil de “viejismo”: “Las molestias descritas son producidas por la vejez”, “No se preocupe por la visión que ya usted vio todo lo que tenía que ver”, “Lo normal durante la vejez es la depresión” o “La pérdida de la memoria nos puede pasar a todos”, independiente de lo anecdótico que parezcan, conforman un arsenal de respuestas que evidencian ignorancia y prejuicio.

      El suponer que los viejos, por el solo hecho de ser viejos, no son merecedores de procedimientos médicos o quirúrgicos, al invocar causales sanitarias, económicas o simplemente de sobrevida, es indigno y es reflejo de deshumanización. Empero, la distanasia, más conocida con los términos de obstinación o “encarnizamiento” terapéuticos, ilustra el otro extremo del prejuicio y, por qué no, de la arrogancia que desconoce las voluntades anticipadas, al procurar por todos los medios disponibles la prolongación fútil de la vida biológica, los cuales, en la mayoría de las ocasiones, empeoran la calidad de vida aún más que la propia enfermedad (González, 2012, p. 119).

      Así mismo, tal como se anotó al inicio, confundir los signos del envejecimiento con enfermedades o, en el peor de los escenarios, asistir impasiblemente a la evolución de una enfermedad argumentando que sus síntomas corresponden a la vejez, pone de manifiesto impericia, imprudencia y negligencia, con repercusiones éticas y legales.

      A propósito de encasillamientos, el término tercera edad, ampliamente difundido en Francia durante la década de los setenta del siglo pasado, expresaba en sus inicios una ética activista de la jubilación puesta en práctica varios años antes en los países del norte de Europa; una nueva palabra en oposición a la vejez, con aspiraciones grupales de convertirse en una nueva juventud. Pronto se evidenció que el término excluía a los más viejos de la población y se hizo necesario acuñar la expresión cuarta edad, que agrupaba a las “personas mayores dependientes”, tributarias de diversos objetivos de la política social.

      Según el sociólogo francés Vincent Caradec (2008, p. 127), el éxito de los conceptos tercera y cuarta edades correspondió a su borrosidad y su ambigüedad, una prueba más de la labilidad de las representaciones sociales de la vejez y del envejecimiento. No obstante, los términos no han sido aceptados en el lenguaje técnico de gerontólogos y geriatras y sus voces son acalladas frecuentemente ante el lenguaje coloquial de los “expertos” y de los mismos viejos. Adicionalmente, la opinión del filósofo y sociólogo francés Edgar Morin es mucho más elocuente, en el artículo “Teoría y teorías del envejecimiento”, producto de la entrevista con Nicole Benoíte-Lapierre: “Nos encontramos en una fase de relegación dulce; la categoría denominada tercera edad encubre un aislamiento de los viejos, endulzado con algunos engaños y con la seguridad de no morir de hambre” (1983, pp. 203-211).

      En 1991, el médico canadiense Jacques Laforest publicó Introducción a la gerontología: el arte de envejecer, un texto en el que exaltaba el proceso del envejecimiento y le reconocía a la vejez, entre otras cualidades, la plenitud de la vida, la culminación de los nuevos acontecimientos en la identidad personal, la autonomía y la independencia individual para apropiarse del control de su propia vida y la pertenencia, sin arrinconarse, a las comunidades sociales. Como aspecto central de sus enseñanzas destacaba las tres características principales de la gerontología, así:

      1. Es una reflexión existencial, pertenece a lo humano en cuanto tal. 2. Es, asimismo, una reflexión colectiva, debido a los fenómenos demográficos de los dos últimos siglos, ya no sólo el individuo es el que envejece sino también, la sociedad y, 3. Su esencia es, característicamente, multidisciplina. (Boucher, 1993, pp. 102 y 103)

      Esta última característica, constituida por diversos saberes que orientan todos sus objetivos a la investigación sobre las diversas problemáticas relacionadas con la vejez, como el diseño y aplicación de acciones en pro del bienestar del anciano en el contexto social, o a reforzar en los aspectos económicos, de protección social, vivienda, salud, educación y también en la interacción anciano-familia-comunidad e institucionalización, constituye la piedra angular del abordaje integral a las problemáticas de los ancianos. En resumen, ¡propender hacia una sociedad capacitada para envejecer exitosamente! Empeñada, además, en garantizar la reinserción del anciano en su ámbito natural mediante la promoción en salud, la prevención de enfermedades y la utilización de servicios interdisciplinarios que aumenten la eficiencia y la productividad. Desde sus ópticas, la gerontología psicológica, la social, la laboral, la educativa, la biológica, la clínica y la social proponen mecanismos que consoliden una atención eficaz a los viejos como entes biopsicosociales y, mucho más aún, trascendentes.

       De la medicina de la vejez al contexto de fragilidad

      Puntualmente, en el panorama médico han surgido hasta hoy al menos 30 síndromes geriátricos diferentes que contemplan problemáticas sociales, mentales y físicas que solo pueden ser bien satisfechos a cabalidad por proveedores de atención especialmente capacitados. Esto incluye a las enfermeras, médicos, psicólogos, trabajadores sociales, cuidadores y responsables políticos que actúan en todos los niveles, desde la atención primaria en salud hasta la unidad especializada en un hospital, centros de rehabilitación y atención a largo plazo, así como en los ámbitos sanitarios nacionales y regionales.

      Justo antes de finalizar el siglo xx, una gran proporción de las publicaciones especializadas en aspectos del envejecimiento consideró oportuno conferir a las personas de edad muy avanzada un perfil sindromático, reconocido con anterioridad en pediatría, y denominado falla para prosperar, traducido del inglés faillure to thrive, concebido como un síndrome para reconocer los riesgos de muerte de los ancianos afectados por un deterioro progresivo de las funciones físicas, el cual incluía pérdida de peso y deterioro de la habilidad para realizar las actividades instrumentales de la vida diaria de causas sistémicas, funcionales o mentales (Robertson y Montagnini, 2004).

      Los inconvenientes para definirlo como una entidad clínica aislada se reconocieron casi desde su proclamación, por un lado, por lo heterogéneo del grupo afectado y por su relación con los conceptos de fragilidad y riesgo de muerte; por otro, la

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