Chile 73. AAVV
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No es otro el problema de la memoria histórica. En Chile, como en España, la batalla por la «memoria histórica» se libra desde presupuestos muy similares. Por una parte, están quienes, en nombre de la verdad y la justicia, apelan a la necesidad de realizar el necesario trabajo de memoria para reivindicar a las víctimas, recordar que la democracia no es un dato de hecho, «natural», y constatar que toda legitimación de la democracia debe pasar por la más completa, abierta, explícita y frontal ruptura con todo pasado dictatorial; hay quienes consideran, en suma, que desde la negación o tergiversación del pasado no se puede conformar una ciudadanía democrática, no se puede construir el futuro. Por otra parte, al otro lado, están aquellos que consideran que todo esto es un empeño inútil, más obsesionado por el pasado que abierto al futuro, a veces incluso «revanchista», peligroso siempre en tanto que reabre viejas heridas y perjudica a la convivencia. Y no faltan, por supuesto, quienes no encuentran mejor modo de combatir los movimientos por la «memoria histórica» que el de sacar a colación todos los errores y, presuntas o no, irresponsabilidades, que tuvieron lugar en aquellas experiencias democráticas –como el Chile de la UP o la España republicana– que fueron segadas por las sucesivas dictaduras.
¿Cuál es el papel del historiador y del científico social en todo esto? No falta quien contrapone en términos absolutos «memoria» e «historia». Y, efectivamente, no nos extenderemos en esto, no son lo mismo, pero tampoco compartimentos estancos. Porque la historia, o mejor, la historiografía, juega un papel esencial en la construcción de la/s memoria/s, sean estas del signo que sean; porque la historia tiene en la «memoria» una de sus fuentes y, por qué no decirlo, condicionantes; y porque, en fin, los procesos de construcción de la/s memoria/s son también objeto de estudio del historiador.
¿Cómo enfrentarse entonces al problema? Mi respuesta a esta pregunta no puede ser más clara: justamente como lo hace el libro que el lector tiene en sus manos. En efecto, los sucesivos textos que conforman el volumen responden en lo fundamental a algunos de los retos insoslayables a los que se enfrentan la historiografía y las ciencias sociales. Lo hacen desde una perspectiva interdisciplinar y la más rigurosa práctica del oficio –de historiador, de sociólogo, de politòlogo, de filósofo– que les es propio: fieles a su propia agenda, analizando los problemas en toda su complejidad, con todos los elementos de la crítica científica, sin relatos apologéticos pero sin descalificaciones acríticas. Lo hacen, también, ajenos a todo ensimismamiento, profundizando en las dimensiones internacionales de la experiencia de la Unidad Popular. Lo hacen estudiando las lecturas del pasado desde el presente y sus proyecciones de futuro. lo hacen, en fin, desde el firme convencimiento de que el respeto escrupuloso a las normas y prácticas de su propia ciencia no remite a los estudiosos a su peculiar «torre de marfil», sino que también hay una insoslayable dimensión cívica en su tarea, la que los identifica con los valores de la democracia en su sentido más amplio.
Este libro se refiere a Chile, a la historia y la memoria del Chile de 1973. Me caben pocas dudas, si alguna, de que será de extraordinaria utilidad para los estudiosos y ciudadanos chilenos; no me cabe ninguna de que, como la buena actividad académica, será de utilidad también para los historiadores y científicos sociales de otras latitudes y, en particular, para los españoles, enfrentados, como los chilenos, a un «pasado que no acaba de pasar»; identificados con los chilenos en tantos momentos de nuestra historia reciente.
ISMAEL SAZ CAMPOS
Director del Departamento de Historia Contemporánea
Universitat de València
INTRODUCCIÓN: EL IMPACTO Y LA RE-LECTURA PERMANENTE DEL 73 CHILENO
El 73 chileno no solo marcó a fuego la historia del país de Allende y Neruda. Se sumó a las fechas clave de las izquierdas y de los movimientos sociales del planeta: 1848, con las rebeliones europeas y el manifiesto de Marx y Engels; 1871, la comuna de París; 1891, la Rerum Novarum, que funda el social cristianismo; 1910, con la Revolución mexicana que hace la reforma agraria; el 1917 bolchevique, que comienza la construcción de los socialismos reales; la Guerra Civil española del 36, que muestra la polarización con el fascismo; los cubanos establecen la viabilidad de la vía armada en 1959; mayo del 68, las protestas contra la guerra de Vietnam, la abortada primavera de Praga y el despertar generacional de los que serán los nuevos movimientos de la izquierda ecologista, feminista y pacifista... Entre todos ellos, el Chile de 1970-1973 muestra la esperanza y la tragedia de una vía democrática que pretendía la construcción del socialismo.
La memoria, los impactos y las perspectivas históricas del 73 se abordan aquí de manera diversa y situada ya con distancia. Se cumplen cuarenta años del mayor trauma de la historia de Chile: el golpe militar encabezado por el general Augusto Pinochet, que acabó con el Gobierno y con la vida del doctor Salvador Allende. Aquel 11 de septiembre de 1973 marcó a fuego a toda una generación, lógicamente con mayor crudeza en Chile, pero también tuvo importantes efectos en la España que vivía la fase final de la dictadura franquista. En el país andino se había puesto en marcha lo que se llamó la vía chilena al socialismo, una experiencia de construcción de una sociedad que trascendiera el sistema capitalista mediante un proceso que había de producirse dentro del respeto a la legalidad republicana. Las importantes contradicciones que atenazaron a la coalición de partidos gobernante –la Unidad Popular (UP)– que la impulsaban, la férrea oposición que al Gobierno hicieron los partidos y organizaciones que se situaban en el espacio político del centro y la derecha y la confesada animadversión de los Estados Unidos de América, la gran potencia hemisférica, son variables que hay que tener en cuenta tanto para comprender lo acaecido en el Chile de Allende como para hacer lo propio con el golpe y la dictadura militar que acabó con la novedosa experiencia.
Todas no fueron, no obstante, las grandes variables geopolíticas internas y externas. Creemos que es necesario atender a una realidad social compleja a la vez que rígida, que desde mucho antes de que Salvador Allende y la Unidad Popular llegasen al Palacio de la Moneda configuraba lo que denominaremos una sociedad de peras y manzanas.
Tomamos la etiqueta de uno de los diálogos de la, quizá, más universal película chilena. Nos referimos a Machuca, un film de 2004 dirigido por Andrés Wood. La trama argumental es bien conocida por el público chileno, pero no necesariamente lo es para el español, así que los primeros nos perdonarán una breve digresión que ponga en antecedentes a los segundos.
Ambientada en 1973, en Santiago, durante la fase final del Gobierno de la Unidad Popular y las primeras semanas de la dictadura, la película cuenta la historia de dos amigos, uno de ellos muy pobre, Pedro Machuca, quien es escolarizado en un colegio para niños de clase alta, el Saint Patrick, del cual es alumno Gonzalo Infante, un tímido muchacho de clase media alta. El proyecto de integración social es encabezado por el director del centro educativo, el padre McEnroe. La trama de integración social está basada en los acontecimientos que ocurrieron en el Saint George’s College, un colegio católico de clase alta ubicado en el sector oriente de Santiago. Este proyecto fue liderado por el rector, Padre Gerardo Whelan, quien al implementar estas medidas dividió a los padres y tutores del centro, especialmente porque hubo de enfrentarse a los más conservadores. Tras el golpe de Estado, el Saint George’s volvió a la situación anterior a la llegada de los muchachos de origen popular y el Padre Whelan fue despedido.
Gonzalo Infante es un preadolescente tímido e introvertido. Pedro Machuca es un muchacho de la misma edad, más experto que Gonzalo en las cosas de la vida, incluso las más duras,