Memorias de un cronista vaticano. José Ramón Pin Arboledas

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Memorias de un cronista vaticano - José Ramón Pin Arboledas Novelas

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por lo que supuse que no tenía mucha relación con ellos. Después pregunté por las misas vespertinas de Notre Dame y a las 18:00 h me fui a una de ellas.

      A la mañana siguiente me recogió Brigitte. El edificio donde trabajaba tenía un cartel luminoso que decía «L’ Airreal, División Espacial». No me sorprendió. Tampoco el estilo minimalista y abierto de las oficinas llenas de paredes con esquemas y pantallas de ordenadores cuánticos. Brigitte me llevó a una sala de paredes transparentes. Me indicó que estaba insonorizada y aislada. Nada de lo que se trataba allí de palabra quedaba grabado en ningún sitio.

      –Te lo digo para que te sientas cómodo –agregó.

      Al rato entró un gentleman de unos cincuenta años; era muy raro ver corbatas y pañuelo a juego asomado en el bolsillo de la prenda superior, que en algún tiempo se llamó chaqueta y que ahora resultaba casi anacrónica. El corte del traje se ajustaba como un guante a la atlética figura del que lo llevaba, aunque los trajes de hombre actuales son de tejidos suaves y a la vez cálidos y frescos, según el ambiente, y acaban en lo que una vez se llamó en tiempos un cuello Mao. Brigitte se dirigió hacia mí:

      –Te presento a monsieur Paul Corvine. Mon Chef.

      Yo creía que Brigitte nos dejaría solos, pero me sorprendió que se quedase.

      Paul Corvine me dio las gracias por la visita y me dijo que su único interés era conocerme personalmente y mostrarme algunos proyectos relacionados con la expansión de las colonias espaciales que también conocía Brigitte. Aclaró que por eso era bueno que ella nos acompañase.

      Fueron tres horas de exposición en las que hubo todo tipo de instrumentos, hasta holografías de las últimas expediciones. En una de ellas indicó que, como había demostrado la tesis de Brigitte, además de las condiciones físicas para la supervivencia individual, la homogeneidad cultural era básica para el mantenimiento de las colonias. El mensaje estaba dado. Sutil, como si fuera un diplomático vaticano. Yo puntualicé, después de esa frase: «Habría que definir muy bien qué significa homogeneidad cultural para no hacer discriminaciones injustas», dando a entender que habría que matizar mucho esa afirmación. Luego me dio las gracias y, como ya sabíamos cada uno lo que quería que supiera el otro, nos despedimos con una sonrisa.

      Brigitte me acompañó a la puerta. Tenía el tiempo justo para llegar a mi vuelo. Le di otros dos besos en las mejillas y le dije que la llamaría desde el avión. El billete era en primera clase, mientras el anterior era en lo que en el siglo XX se llamaba turista y ahora billete normal. El viaje duraría menos de tres horas, pero podía llamar a Brigitte mientras repasaba los acontecimientos, escribía mi crónica y meditaba un poco.

      Durante el vuelo llamé, agradecí a Brigitte la interesante visita y escribí mis impresiones. Empezaban así:

      «26 de abril de 4344. Viaje a Moscú y vuelta pasando por París. Recibí las informaciones de los dos partes de la industria farmacéutica. No sé por qué piensan que la Iglesia, y yo en concreto, tenemos fuerza para influir en el resultado de la batalla en que están enfrentados. ¿Cuál es la razón para ese planteamiento?…».

      Como siempre, le expliqué todo a Pasquali antes de archivar este trozo de mis memorias en la Nunciatura de NY. También los documentos del viaje, el folleto del congreso en Moscú y los prospectos que me había dado Paul Corvine; había decidido ser lo más riguroso posible en lo referente a lo que estaba viviendo. Al fin y al cabo, soy «el cronista».

      Pasquali me dijo:

      –Cronista –creo que ya he perdido mi nombre para siempre–, me da la impresión de que para que tengamos una idea completa de la situación deberías ir a Roma. Sospecho que parte de esta historia está en el Vaticano y sin ella no podrás tener el cuadro completo.

      Al día siguiente recibí una llamada de la Secretaría del papa. Era sor Águeda, que me indicaba que Calixto X había decidido que volviera a mis ocupaciones en Roma. Tres días después tenía un corto despacho con Su Santidad.

      Libro II

      La batalla en Roma y Global Insurances me contacta

      I. Calixto X nombra cardenal a Pasquali

      El color de la cara de Calixto X no se distinguía del blanco de su sotana. Le encontré cansado. Empezó recibiéndome de pie. En pocos segundos se sentó, me indicó que hiciera lo mismo, y dijo:

      –Querido cronista, Pasquali está mandando sus archivos, que supongo que tienen el encriptado adecuado, pero me parece que es mejor que me lo cuente. Tenemos quince minutos.

      Relaté todo lo ocurrido, mis dudas y cavilaciones. También las últimas opiniones de Pasquali. Su Santidad suspiró y dijo:

      –El veterano Pasquali tiene más feeling (olfato) que nadie. Cuando me pidió que mandase a alguien a NY para que confirmase sus impresiones debía saber que las dificultades no solo estaban en el Parlamento global, pero, como persona prudente, prefirió que alguien más confirmara sus sospechas. Como sabe, querido cronista –¡otra vez sin nombre!–, Pasquali me tenía muy al tanto de lo que ocurría en NY en relación a mi archidiócesis y hablamos mucho. Tiene una gran formación teológica y es muy firme en lo referente al dogma, además de ser hábil en presentarlo de manera atrayente. Me parece que tiene gancho. Su experiencia en NY es de gran valor. Conoce a todos los líderes mundiales y sabe cómo tratarlos y de qué pie cojean.

      Calixto X se mantuvo un rato en silencio, que yo no interrumpí, y acabó:

      –Habrá que meditar todo esto delante del sagrario.

      Se levantó. La visita había terminado y me retiré.

      Dos días después, monseñor Pasquali era designado cardenal, lo cual normalmente exigía ser obispo. Pasquali empezó de párroco en la archidiócesis de Siracusa, pero muy pronto entró en la carrera diplomática con notable éxito. Por eso no era obispo. Pero el papa Calixto X encontró un antecedente de cardenales no obispos en siglos pasados y aplicó la excepción. De manera que Pasquali siguió siendo nuncio en NY después de la ceremonia de «consistorio», que es como se llama el rito de elevación a cardenal del elegido.

      A los medios romanos y los periodistas acreditados ante la Santa Sede no les pasó desapercibido el nombramiento y empezaron las especulaciones. Un cardenal no obispo era una excepción. Más aún, un cardenal alabado por sus capacidades como diplomático, aunque a la vez fuera un teólogo con buenas y reputadas publicaciones. Algún medio internacional tachó el nombramiento de extravagante y otros de tener intenciones escondidas.

      Cuando un periodista preguntó a la portavoz del Vaticano sobre las razones que había detrás de ese nombramiento, se le contestó: «Su Santidad reza mucho antes de cada una de sus decisiones y todas están encaminadas a la alabanza a Dios, el bien de la Humanidad, el de la Iglesia y el Universo, y por este orden», puntualizó. Después de esta contestación, las especulaciones subieron de tono.

      Cuando acabó su consistorio, me reuní con Pasquali. Nuestra mutua simpatía había aumentado con la distancia. Su figura seguía siendo la de un amante de la comida. Luego me confesó que estaba reduciendo su ración de pasta y mantequilla por consejo médico. A continuación, dijo, esbozando una sonrisa:

      –Ahora solo la tomo cuando invito a alguien; lo que pasa es que eso ocurre al menos una vez al día.

      Después se acarició la faja cardenalicia que rodeaba su prominente cintura. Me dijo que siguiera investigando y alabó mis crónicas de la vida vaticana. Se despidió

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