Canción celestial de Balou. Yan Lianke

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Canción celestial de Balou - Yan  Lianke

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esta guisa, se te echarían encima como locos o no serían mis hijos.

      Al fin, You Sipo se giró, lanzó una mirada al marido bajo el resplandor de la noche y, ¡puaj!, le escupió a los pies:

      —Si tienes vergüenza, ponte a labrar la tierra igual que el burro.

      You Shitou no dijo nada más. Balbució un par de frases y se encogió detrás de su mujer. Ella lo oyó lloriquear a su espalda, pero no volvió a dirigirle la palabra, ni siquiera una mirada. Permaneció allí sentada como una estatua de barro, hasta que al hombre de la aldea vecina solo le quedó por arar una estrecha franja, como un cinto de tela gris al borde del barranco. Cansado, el hombre se puso a pensar en otras cosas.

      —Acostémonos —dijo.

      —Te falta un suspiro para terminar. Luego podrás pensar en que nos acostemos.

      —¿Es necesario arar también aquella esquina?

      —Claro que sí. En ese hueco caben cuarenta o cincuenta tallos.

      Al cabo, desaparecieron los rastrojos de trigo blancos junto al precipicio y, entre los resquicios de la noche, cuando la luna se ocultó y las estrellas escasearon, la tierra se volvió de un rojo oscuro, fino y mullido, como una pradera de flores bermellón. El relente cubría la parcela y la hierba y, en mitad del sueño, la hija mayor se incorporó y, sin abrir los ojos, orinó al lado del hermano menor, que introdujo los pies en el charco humeante de orín, se encogió y se giró, diciendo:

      —Madre, madre, ¿quién me ha metido los pies en una olla de agua hirviendo?

      You Sipo volvió a arropar al niño con la sábana.

      —Duérmete. Nadie te está cociendo los pies.

      El hombre avanzó en dirección a You Sipo, atravesando con gesto tierno el campo recién arado. Era corpulento y caminaba con determinación, hundiendo a cada paso los pies en la tierra ahuecada. Al verlo aproximarse, You Sipo se apartó y se acercó a los niños. Se puso la blusa al momento y la abotonó.

      El hombre lanzó la pala a un lado.

      —¿Por qué te abrochas?

      You Sipo lo miró.

      —¿Estás dispuesto a desposarme? Si no lo estás, no te acuestes conmigo.

      El hombre se quedó atónito.

      —Teníamos un trato. Si yo te araba el terreno, tú te acostabas conmigo aquí esta noche.

      —También te has comprometido a sembrarme la parcela. ¿Acaso lo has hecho?

      Irritado, el hombre echó de nuevo mano de la pala.

      —Me he deslomado la noche entera. Está a punto de amanecer. Si te atreves a negarte, te dejo aquí tiesa de un palazo.

      You Shitou palideció y, con un golpe seco —¡pom!—, se echó de rodillas a los pies del hombre.

      You Sipo contempló al marido arrodillado y la pala en alto. A continuación, fijó la mirada en el rostro enrojecido del otro hombre. Serena, avanzó algunos pasos hacia la pala, se acuclilló bajo esta y dijo:

      —Mátame entonces. Cargo con cuatro hijos tontos y hace mucho que he perdido la ilusión de vivir. No tendrás que pagar por matarme. Bastará con que te ocupes de criar a mis hijos.

      Habló tranquila y con entereza, sin dejar ver el menor atisbo de miedo hacia la pala alzada. Una luz tenue le alumbraba gélida el rostro.

      —Mátame —insistió—, mátame si no te importa criar a mis hijos.

      El hombre se giró hacia la esterilla de palma y contempló a los niños que, ya despiertos, se restregaban los ojos, mirándolo entre balbuceos. Dejó caer la pala. Le asestó una patada, ni fuerte ni floja, a You Sipo en el pecho y espetó:

      —Maldita seas. Como me calientes, te violo.

      You Sipo se sacudió la tierra de la delantera.

      —Si me violas, me colgaré delante de tu puerta. Y, entonces, bien pagas con tu vida por la mía, bien te ocupas de mis hijos hasta que tengan casa y oficio.

      Tras un instante inmóvil, el hombre se marchó maldiciendo, y el nuevo día rayó piando, bajo el sonido de sus pasos y las miradas de You Sipo y su marido, You Shitou.

      You Sipo preparó, sembró, abonó y escardó su pedazo de tierra. Finalizada cada campaña, comenzaba a trabajar en la siguiente y, así, la sucesión de cosechas, como el paso de los días y de las noches, fue empujándola hacia delante y le crio a sus cuatro hijos tontos. Su cabello encaneció y, poco a poco, se hizo vieja.

      1Uno de los veinticuatro términos solares del año, según el calendario tradicional chino. El Rocío Blanco, comprendido entre los días 7 y 9 del mes noveno, marca la llegada del frío. Lo sigue, entre los días 23 y 24 del mes noveno, el Equinoccio de Otoño.

      2Medida de superficie, equivalente a 666,5 metros cuadrados.

      3La medicina tradicional china manda que las mujeres observen un mes de reposo después de dar a luz para restablecerse y adaptarse a su nueva condición de madres. Esta tradición antiquísima, que se remonta a la dinastía Han (206 a. n. e. - 220), establece diferentes pautas que dictan desde la alimentación hasta las temperaturas a las que se debe exponer la madre.

      4Conocido médico de la dinastía Han (206 a. n. e. – 220), recordado por realizar la primera cirugía con anestesia.

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