Episodios Nacionales: Bailén. Benito Pérez Galdós
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Episodios Nacionales: Bailén - Benito Pérez Galdós страница 8
– ¿Y la muchacha no hizo resistencia cuando se la quisieron llevar?
– Si parecía muerta; ¿qué resistencia podía hacer? Si tuvimos que cargarla entre dos para ponerla en el coche…
Ignoro si esto que oí y puntualmente refiero, llamará la atención de Vds., pero lo que sí les ha de causar sorpresa ¡qué digo sorpresa!, asombro grandísimo, es el saber que me atreví a desafiar las iras del licenciado Lobo, del mismo Lobo de marras, no vacilando en arriesgarlo todo por esclarecer más aún que tan hondamente me inquietaba. No queriendo aparecer ni aun en sombra por la aborrecida calle de la Sal, busquelo allá por la alcaldía de Casa y Corte, donde con toda seguridad pensaba encontrarle, y al punto que me vio… No, no es verosímil, no lo van ustedes a creer. ¿Necesitaré jurarlo? Pues lo juro: juro que es la pura verdad… Pues bien: al pronto que me vio, echome los brazos al cuello, demostrando gran interés por mi persona, y no sólo me pidió nuevas acerca de mi salud, sino que me rogó le contase algunos pormenores acerca de mi fusilamiento y para él milagrosa resurrección.
Esto me dejó atónito, aunque no tranquilo, pues presumí que tan desusadas blanduras serían obra de su refinada astucia, y preparación de algún nuevo golpe contra mí; pero cuando le pregunté por el estado en que se hallaba el proceso célebre, respondiome que ya no se pensaba en tal cosa, porque como los franceses eran amigos del Príncipe de la Paz, no convenía molestar a los servidores y amigos de este.
– No quiero – añadió-, que S. A. el Gran Duque se amosque. Aquello fue una broma, y de haberte prendido, al punto hubieras sido puesto en libertad. Pero di, picarón… ¿conque tú eras galán de D.ª Inés? Cuéntame todo: ¿dónde la conociste? ¡Ah, bien comprendía Requejo que guardaba un tesoro en su casa! Yo lo sabía todo… ¿y tú?, sospecho que también, perillán. Lo que sí no sabías es que a fines del mes de Abril se acordó en consejo de familia recoger e identificar a esa jovencita para darle la posición que le corresponde. Como yo estaba al tanto de todo, y además tenía el honor de conocer a la señora marquesa, comprometime a entregarla, haciéndoles creer que había grandes dificultades para arrancarla de casa de los parientes de su supuesta madre. Hijo, es preciso hacer algo por la vida: a fe que es un pobre con mujer, nueve hijos, dos suegras y tres cuñadas; dos suegras, sí señor, la madre y la abuela de mi mujer, y si uno no se da maña para mantener a este familión… La verdad es que a todos les di cordelejo, a D. Mauro, al papanatas de Juan de Dios, y a ti mismo, que ahora resucitas para pedirme a Inesita. ¿Pero la amabas tú? Anda, zanguango, cortéjala, a ver si logras casarte con ella, lo cual aunque difícil, no es imposible… la niña tendrá una dote regular y quizás pueda heredar el mayorazgo y el título, lo cual será según el tenor de las escrituras… ¡Ah pelafustán! Me parece que tú traes un proyectillo entre ceja y ceja. ¿Vas a Córdoba? Oye: recuerdo que la palomita te llamaba con exclamaciones muy tiernas, cuando medio muerta la conducíamos en la litera mi pasante y yo. ¡Ja, ja, ja! ¿Sabes de qué me río? De ese ganso de Juan de Dios, que estuvo aquí el otro día, y poniéndose de rodillas delante de mí, me dijo: «¡Deme Vd. a Inés porque me muero sin ella! ¡Démela Vd. hoy y máteme mañana!». Fue una comedia, Gabriel, y aunque nos reímos mucho, al fin nos cansó tanto que tuvimos que echarle a palos de la escribanía.
Atención sostenida presté yo a estas y otras muchas razones del licenciado Lobo, el cual para que nada faltara en su inexplicable benignidad y cortesanía, al tiempo de despedirme me dijo que quizás pudiera proporcionarme algunas lecciones de latín, si me hallaba con ánimos, puesto que era tan gran humanista, de ganarme el pan con la enseñanza. Dile las gracias y me retiré tan satisfecho del resultado de mis investigaciones, que el mismo día decidí marchar a Córdoba cuando estuviera restablecido.
¿Me seguirán Vds., o fatigados de estas aventuras dejarán que marche solo a resolver cuestiones que a nadie interesan más que al que esto escribe? No; espero que no nos separaremos tan a deshora, y cuando parece probable que siguiéndome asistan Vds. a algún espectáculo que les haga más llevadero el fastidio de mis personales narraciones. Vamos, pues, y tengan en cuenta que nos acompaña el Sr. de Santorcaz, a quien llevan a Andalucía asuntos de familia. Yo le manifesté que deseaba me llevase como escudero; mas él dijo que no tenía con qué pagar mis servicios, porque su bolsa no estaba en disposición de atender a gastos de servidumbre, y que harto se congratularía de llevarme como compañero y amigo. Así fue, en efecto, y como yo necesitara algunos días más de restablecimiento, él me esperó, y en uno de los últimos de Mayo o de los primeros de Junio, luego que me despedí de mis obsequiosos protectores, correspondiéndoles como pude, y de Juan de Dios, a quien oculté el objeto de mi expedición, nos pusimos en marcha.
V
Como Santorcaz era pobre, y yo más pobre todavía, nuestro viaje fue tan irregular, cual los que en antiguas novelas vemos descritos. No adoptamos sistemáticamente ninguna de las clases de incómodos vehículos conocidos en nuestra España; así es que en varias ocasiones marchábamos en galera, otras en macho, si nos franqueaban sus caballerías los arrieros que tornaban a la Mancha de vacío, y las más veces a pie. Hacíamos noche en las posadas y ventas del camino, donde Santorcaz lucía su prodigiosa habilidad en el no gastar, logrando siempre que se le sirviese bien. Para estas y otras picardías, mi compañero se hacía pasar por un insigne personaje, mandándome que le llamase Su Excelencia, y que me descubriese ante él siempre que nos mirase el mesonero. Yo lo cumplía puntualmente; y con tal artificio, más de una vez, además de no cobrarnos nada, salían a despedirnos humildemente rogándonos que les dispensáramos el mal servicio.
Más allá de Noblejas y Villarrubia de Santiago, y cuando después de una larga jornada sesteábamos, apartados del camino, junto a la ermita del Santo Niño, se nos agregó un mozo que nos dijo llevaba el mismo camino que nosotros, y que desde entonces fue nuestro inseparable compañero. Tenía como veinte años; llamábase Andresillo Marijuán, y aunque era natural de Aragón, iba a servir de mozo de mulas a un pueblo de Andalucía, en casa de la señora condesa de Rumblar, su ama y señora, pues en las fincas que esta poseía en tierra de Almunia de Doña Godina, había nacido aquel mancebo. Al punto su genio franco y alegre simpatizó con el mío, y nos hicimos muy amigos. Santorcaz nos trataba con superioridad aunque sin tiranía. Cuando al llegar a una posada cabalgando él en perverso macho y nosotros a pie, íbamos a tenerle el estribo y después a quitarle las espuelas, deshaciéndonos en cumplidos y cortesías, teníamos que apretar los dientes para no soltar la risa. Marijuán, que mejor que yo sabía fingir, era el encargado de ordenar al ventero que le diese al amo lo mejor de la despensa, porque Su Excelencia que iba de Regente a Sevilla, era hombre terrible, y castigaba con fiereza a los posaderos que no le servían bien.
Así atravesamos la Mancha, triste y solitario país donde el sol está en su reino, y el hombre parece obra exclusiva del sol y del polvo; país entre todos famoso desde que el mundo entero se ha acostumbrado a suponer la inmensidad de sus llanuras recorrida por el caballo de D. Quijote. Es opinión general que la Mancha es la más fea y la menos pintoresca de todas lastierras conocidas, y el viajero que viene hoy de la costa de Levante o de Andalucía, se aburre junto al ventanillo del wagon, anhelando que se acabe pronto aquella desnuda estepa, que como inmóvil y estancado mar de tierra, no ofrece a sus ojos accidente, ni sorpresa, ni variedad, ni recreo alguno. Esto es lo cierto: la Mancha, si alguna belleza tiene, es la belleza de su conjunto, es su propia desnudez y monotonía, que si no distraen ni suspenden la imaginación, la dejan libre, dándole espacio y luz donde se precipite sin tropiezo alguno. La grandeza del pensamiento de don Quijote, no se comprende sino en la grandeza de la Mancha. En un país montuoso, fresco, verde, poblado de agradables sombras, con lindas casas, huertos floridos, luz templada y ambiente espeso, D. Quijote no hubiera podido existir, y habría muerto en flor, tras la primera salida, sin asombrar al mundo con las grandes hazañas de la segunda.
D. Quijote necesitaba aquel horizonte, aquel suelo sin caminos, y que, sin embargo, todo él es camino; aquella tierra sin direcciones, pues por ella se