La Igualdad Social y Política y sus Relaciones con la Libertad. Arenal Concepción

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу La Igualdad Social y Política y sus Relaciones con la Libertad - Arenal Concepción страница 8

La Igualdad Social y Política y sus Relaciones con la Libertad - Arenal Concepción

Скачать книгу

abajo, y rebajar á los que debieran ser ensalzados.

      La guerra forma una escala en que están á inmensa distancia el soldado y el jefe, y abre un abismo entre el vencedor y el vencido. Nada más contrario á la igualdad que un ejército disciplinado, á no ser el pueblo que conquista. En un principio, el exterminio establece la igualdad ante la muerte; pero cuando se empieza á conceder la vida á los vencidos se convierten en esclavos con este ó el otro nombre, con más duras ó más tolerables condiciones; entonces se inician las grandes desigualdades, que van creciendo como la avalancha que desciende por la montaña nevada. Los opresores que se elevaron suben cada vez más; los oprimidos que descendieron quedan cada vez más abajo. Hay clases, hay castas: la organización social forma alrededor de los hombres como un círculo de hierro que nadie puede romper, y fatalmente encadenado, debe morir allí porque allí nació. Una vez establecidas estas desigualdades, el nacimiento da un brillo que nada obscurece, ó una infamia que ningún mérito borra: cuando esto sucede en un pueblo, aunque no se sepa su historia, bien puede asegurarse que se compone de conquistadores y conquistados, porque sólo la embriaguez sangrienta del triunfo puede dictar tales leyes, y sólo puede admitirlas el pánico de la derrota. Una vez establecidas, una vez abierto el abismo que separa los fuertes, los nobles, los explotadores de los débiles, viles y explotados, todo parece concurrir á aumentar el poderío de los unos y la humillación de los otros. Se ha dicho con verdad que los que nacen en la esclavitud nacen para la esclavitud, que se aumenta y perpetúa degradando á los esclavos. Sobre ellos pesa lo más rudo de la obra social; y como trabajan sin descanso, sufren sin quejas, viven sin goces y mueren sin rebeldías, parece natural que vivan, sufran y mueran así, de tal modo que no sólo los hombres de la fuerza bruta, sino los pensadores y los filósofos, tienen por natural, por equitativa, por razonable la más injusta de las desigualdades, la que las crea todas, la que separa á los hombres en esclavos y dueños, la que da á unos poder, riqueza, consideración, y á los otros miseria, impotencia é ignominia; la que envilece el trabajo y ennoblece el ocio.

      A veces, la casta guerrera ó la nación conquistadora no son bastante fuertes para rebajar al mismo nivel todo lo que está por debajo de ella y gradúa la desigualdad como el feudalismo, y la servidumbre de los vencidos como Roma, creando diques escalonados donde vayan á estrellarse las oleadas que levanta el sentimiento de la justicia ó el dolor de la desesperación.

      Así, pues, la guerra, por la clase de personas que encumbra, por la altura á que las eleva, por los medios que emplea para elevarlas, por lo mucho que rebaja á los que deprime y los motivos que para rebajarlos tiene porque hace de unos más, de otros menos que hombres, porque distribuye ventajas y perjuicios con exceso y sin criterio, y, en fin, porque da á todo esto la consistencia necesaria, no sólo para que se sostenga, sino para que se perpetúe: la guerra puede decirse que ha sido la causa más poderosa y general de desniveles sociales, y efecto de ella son hoy todavía muchas desigualdades cuyo origen no siempre se le atribuye.

      Las religiones del mundo antiguo han contribuído también á que los hombres se eleven y se rebajen por motivos que no son ni diferencias naturales, ni méritos ó culpas, y antes bien proporcionando ventajas á veces en razón inversa de los merecimientos. Mientras la Divinidad es el Omnipotente incomprensible y temido que ninguno pretende conocer, que todos procuran hacerse propicio atrayendo su benevolencia ó aplacando su cólera, cada cual es el ministro de su propio culto, y la religión establece las diferencias del merecimiento, no las desigualdades de la jerarquía. Pero desde que lo incomprensible se convierte en misterio que algunos pretenden explicar, desde que hay dogma y sacerdote, hay superioridades espirituales que no tardan en convertirse en dictaduras, que en pueblos groseros se materializan. El sacerdocio forma casta privilegiada, hace alianza con la de los guerreros, y fortifica, sancionándola en nombre de Dios, la desigualdad más injusta entre los hombres. Parece que el panteísmo de la mayor parte de las religiones del mundo antiguo debía contribuir á la igualdad; pero el dogma, que abruma al hombre, que le anonada, que le quita fuerza y dignidad, que enerva todos los resortes de la persona hasta aniquilarla moralmente, es no un enemigo, sino un aliado de las profundas distinciones entre las clases: dada una masa que se predispone á la humillación, á quien se priva de energía para la resistencia, y que consiente en rebajarse, habrá siempre alguno, varios ó muchos que se eleven para oprimirla y explotarla.

      Aun en los pueblos donde no hay casta sacerdotal, ni teocracia, forman los sacerdotes un cuerpo privilegiado, que, depositario de la verdad, no la comunican á todos igualmente. Los iniciados en los grandes misterios son pocos, y el Verbo divino no mora entre la muchedumbre, condenada á vivir en la miseria, en el envilecimiento y en el error. La desigualdad decretada en el campo de batalla se bendice y se consolida en el templo.

      Así, pues, los progresos de la civilización son los de la desigualdad:

      Porque dan lugar á que se cultiven facultades diferentes, se desplieguen actividades más ó menos enérgicas, y se manifiesten voluntades débiles ó fuertes, rectas ó torcidas;

      Porque la guerra pierde el carácter de defensiva; no tiene ya por objeto vivir, sino engrandecerse, la conquista; sustituye al exterminio la esclavitud, y cuando los vencidos son esclavos, los vencedores dejan de ser compañeros;

      Porque la religión hace del sacerdocio casta, ó al menos cuerpo privilegiado que da sus oráculos al pueblo supersticioso y grosero, arrojándole el error como se arroja á los perros la carne emponzoñada.

      ¿Y los progresos de la civilización llevarán consigo indefectible y eternamente los de la desigualdad? Lo primero es inevitable dada la naturaleza humana: la desigualdad crece en las primeras sociedades, que viven de guerra, de ignorancia y de superstición; pero tiene un límite, puede tenerle al menos, pasado el cual decrecerá é irá acercándose al mínimum posible. ¿Cómo se perpetúa? ¿Cómo disminuye? Procuremos investigarlo.

       CAPÍTULO IV

      CÓMO SE PERPETÚA LA DESIGUALDAD INJUSTA

      La desigualdad en las masas, clases ó castas tiene los mismos elementos que en los individuos: el físico, el intelectual, el moral, y las diferencias que en un principio tal vez no existían, y las superioridades que eran acaso imaginarias, pueden llegar con el tiempo á ser reales y positivas. La violencia ó la astucia hizo la clase ó la casta, que el tiempo puede convertir en raza; es decir, en un modo de ser físico, intelectual y moral diferente y superior en los privilegiados.

      En lo físico, cuando por espacio de muchas generaciones unos se alimentan bien y trabajan poco, y otros viven en la miseria y abrumados de trabajo, si se mantienen perfectamente separados, al cabo de siglos, los descendientes de los primeros tendrán una superioridad física natural.

      Además de lo que influye en el desarrollo de la inteligencia un físico endeble y enfermizo, ¿qué medios tiene de cultivarla el que no dispone de otro patrimonio que un trabajo material abrumador, ni puede ver en ella un medio de romper el círculo de hierro que le encadena en su clase? ¿Cómo y para qué ha de instruirse? No lo intenta. Embrutecido ha visto á su padre como le verán sus hijos; y cuando pasan una y otra y muchas generaciones de hombres que no han pensado, sus descendientes tienen menos actividad intelectual, menos inclinación y disposición para pensar. No se hereda el genio ni el talento, ni aun siquiera una regular inteligencia; porque todo esto, para que se haga perceptible por sus frutos, necesita el concurso de la voluntad: no se heredan individualmente aptitudes intelectuales; cualquiera sabe que hay tontos, hijos de personas de talento, y viceversa; pero numerosas colectividades, que desde largo tiempo cultivan ó no su inteligencia, y permanecen separadas, se irán diferenciando; la educación, de individual pasará á ser colectiva, producirá diferencias positivas y permanentes según las cuales la clase que se instruye, no sólo tiene la ventaja de instruirse, sino la de tener mayor aptitud natural para aprender.

      Конец ознакомительного фрагмента.

Скачать книгу