Enciclopedia de la mitología. J.C. Escobedo

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Enciclopedia de la mitología - J.C. Escobedo

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las Ninfas y Dioniso, que eran (por excelencia) las divinidades que inspiraban la locura. La sacerdotisa, al ser presa del delirio profético y sentir que se enturbiaba su razón, parecía más una bacante que un ministro del tranquilo y sereno Apolo. En efecto, parece seguro que la importancia de Dioniso era semejante a la de aquel y, como se creía que este último durante el invierno abandonaba Delfos para invernar entre los Hiperbóreos, los dos cultos se alternaban armónicamente. Las consultas tenían lugar en fechas fijadas de antemano y determinadas por el calendario religioso de las fiestas de Apolo. En la época más antigua de Pitia daba sus respuestas regularmente una vez al año, en el aniversario del nacimiento del dios, el siete del mes Disio, es decir, al comienzo de la primavera, en marzo o abril. Más tarde empezó a profetizar una vez al mes, siempre el día siete, excepto en el invierno. Sin embargo, se podía consultar a la sacerdotisa en ocasiones excepcionales, siempre que no se tratase de los días considerados nefastos. Quien deseaba interrogar al oráculo, ya fuese por iniciativa personal o como delegado de una ciudad, debía ante todo pagar una tasa llamada pélano, que consistía en una ofrenda en especie, seguida de otra en dinero. El importe variaba, dependiendo de si el oferente iba solo o en representación de una ciudad. Con el pélano se obtenía el derecho a aproximarse al altar donde tenía lugar un sacrificio, cuya víctima era, generalmente, una cabra. Los sacerdotes deducían de los movimientos del animal inmolado si el dios estaba presente y dispuesto a dar sus respuestas. Antiguamente esta comprobación se hacía observando el vuelo de los pájaros. Si el sacrificio había dado un resultado favorable, los consultantes eran admitidos en el templo y se reunían en un modesto zaguán al refugio del sol y de la lluvia. Para las consultas se seguía un orden que concedía la preferencia a los que poseían una especie de tarjeta de prioridad. Si eran muchos los que disfrutaban de este privilegio, se echaba a suertes, y el mismo procedimiento se utilizaba con los simples peregrinos. Comprobada la presencia de Apolo, los sacerdotes y profetas que habían asistido al sacrificio iban en busca de la Pitia para introducirla en el templo. Según Eurípides, la sacerdotisa era elegida entre todas las mujeres de Delfos de intachable conducta, sin tener en cuenta su edad. Desde el momento en que los sacerdotes la designaban como profetisa se convertía en cierto sentido en la esposa de Apolo y, como tal, debía guardar pureza y castidad, vivía recluida en la casa que le estaba destinada, al parecer en el interior del santuario de Apolo. En la época en que el oráculo gozó de mayor fama llegó a haber tres Pitias a la vez, dos en ejercicio y una de reserva, pero en tiempos de Plutarco bastaba una sola sacerdotisa para cumplir su cometido. Es probable que la Pitia, antes del comienzo de las consultas, se encaminase a la fuente de Castalia para las abluciones y rituales de purificación, antes de acercarse al dios. Al entrar en el templo, acompañada por un cortejo de sacerdotes y adivinas, así como de consultantes, atravesaba el vestíbulo y entraba en la celda donde se alzaba el altar de Poseidón, el asiento de hierro de Píndaro y los trípodes votivos. Arrojaban hojas de laurel en un brasero junto con harina de maíz, a modo de incienso. Luego, el cortejo se dirigía al sancta sanctorum del templo, es decir, a las estancias subterráneas, donde la Pitia recibía las revelaciones de Apolo. Las respuestas se daban en verso y correspondía a los adivinos que acompañaban a la Pitia redactarlas de dicha forma, interpretando todos los sonidos incoherentes que esta emitía mientras deliraba, sentada en el trípode. Por el tipo de respuestas dadas a las ciudades, de evidente interés político, el templo de Delfos ejerció durante siglos una gran influencia política, favoreciendo a una o a otra de las ciudades que aspiraban a la hegemonía. Al afianzarse el cristianismo, su fama decayó, cerrándose el templo por orden del emperador Teodosio en el año 384 d. de C.

      DELOS

      La menor de las islas Cícladas, celebérrima porque en ella nacieron Apolo y Ártemis. La leyenda afirma que la isla surgió de entre las aguas a causa de un golpe del tridente de Poseidón y que estuvo flotando en el mar hasta que Apolo la detuvo. En Delos se alzaba un magnífico templo consagrado al dios. Estaba prohibido enterrar a los muertos, los cuales eran trasladados a una de las islas vecinas.

      DEMÉTER (CERES)

      Hija de Crono y Rea, y hermana de Zeus, su nombre significa «madre tierra» y personificaba la fuerza creadora y reproductora de la tierra. Su atributo específico, que la distinguía de Gea, con la cual se la identificó más tarde, era el de diosa de la tierra cultivada y de los cereales, aquella por cuya voluntad el sueño fructificaba. Los mitos que formaban su leyenda se relacionaban con la fertilidad de la tierra y con el trabajo encaminado a obtener de ella los alimentos. Entre las fábulas más antiguas figura la que narra su unión con el héroe inmortal Jasón, de la que nació Pluto («riqueza»); fábula que significa la abundancia de dones que la tierra brinda a los que la cultivan. Según otra leyenda, Deméter fue raptada por Poseidón, dios de las aguas, elemento indispensable para la vegetación, que se casó con ella. Sin embargo, la más importante, sobre todo para comprender el culto de la diosa, es la leyenda referente a su hija, la bellísima Perséfone, fruto de su relación con Zeus. Este prometió a la muchacha por esposa a su hermano Hades, rey de los Infiernos, el cual un día subió a la tierra en un carruaje tirado por sus caballos inmortales y raptó a la hija de Deméter llevándosela consigo al interior de la tierra. La madre no se dio cuenta de lo que ocurría ante la fulminante actuación de Hades, pero oyó los desesperados gritos de Perséfone mientras desaparecía. La llamó, la buscó, pero no obtuvo respuesta. Durante nueve días y nueve noches, penetrando en la oscuridad de las tinieblas con ayuda de antorchas, Deméter erró sin descanso en busca de su hija, hasta que Helios, que todo lo veía, se conmovió ante su dolor de madre y le reveló el paradero de Perséfone, sin ocultarle que el rapto se había producido con el consentimiento tácito de Zeus. Entonces la diosa, airada, abandonó el Olimpo, y encerrándose en su dolor se retiró a vivir a un lugar apartado provocando así la aridez del suelo, que, privado de su presencia, dejó de producir mieses y frutos. El género humano corría peligro de perecer a causa de la universal carestía y en vano Zeus envió a la diosa mensajeros para inducirla a regresar. Deméter no cedió, exigiendo a cambio de su retorno la restitución de Perséfone. Por último Zeus envió a Hermes a los Infiernos para pedir a Hades que restituyese a la joven, que era ya su esposa, pero esta, a quien el marido había dado algunos granos de granada, símbolo del amor, ya no estaba dispuesta a regresar a la tierra. Se llegó entonces a un acuerdo, según el cual Perséfone viviría dos terceras partes del año con su madre y el resto con su esposo, el señor de los Infiernos. Así pues, al comenzar la primavera cada año Perséfone regresaba a la tierra y resplandecía en la plenitud de su juvenil belleza iluminada con la fulgurante luz del Olimpo, mientras que en otoño de nuevo desaparecía en las sombrías entrañas de la tierra. En este mito se descubre claramente el ritmo de la vegetación, obligada en invierno a un triste letargo, interrumpido por el gozoso despertar de la primavera. Existe otra leyenda relacionada con el origen de los misterios de Eleusis, cuya protagonista es Deméter. Durante su angustiosa y desesperada búsqueda de Perséfone, la diosa llegó a Eleusis. Cansada y con la figura de una mísera viejecita, se sentó cerca de una fuente, llamada el pozo de las vírgenes, para reposar a la sombra de un verde olivo, hasta que acudieron a buscar agua algunas jóvenes, a las que pidió socorro y hospitalidad. Estas eran las hijas de Céleo, rey de Eleusis, que la llevaron consigo a su palacio, convenciendo a su madre Metania para que la admitiese como nodriza del último hijo del rey, el pequeño Demofonte. Para corresponder a la generosidad y gentileza de quienes la acogieron, Deméter quiso hacer inmortal al niño que le habían confiado. Lo alimentó con ambrosía y por las noches comenzó a purificarlo sosteniéndolo sobre el fuego. En esta actitud la sorprendió un día Metanira que, temiendo por la suerte de su hijo, interrumpió con un grito la obra de la diosa. A causa de esta oposición Demofonte no obtuvo la inmortalidad, sino únicamente fama eterna por haber recibido los cuidados de una diosa. Así lo explicó Deméter a Céleo y Metanira, a los cuales reveló finalmente su verdadera identidad. Los invitó a construir un templo dedicado a su culto en Eleusis y consagró sacerdotes suyos al propio Céleo y a sus hijos, Triptólemo, Eumolpo y Diocles, iniciándolos en los misterios de su culto. Según otras leyendas, Deméter fue nodriza de Triptólemo, a quien enseñó los secretos del arado y la siembra, encargándole que recorriese el mundo enseñando a los hombres. Con la difusión de la agricultura aumentó también la civilización

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