El Observador. El Genesis. Alberto Canen

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El Observador. El Genesis - Alberto Canen

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lo que ocurre en el segundo día:

      «Dijo Dios:

      «“Haya un firmamento por en medio de las aguas, que las aparte unas de otras”. E hizo Dios el firmamento; y apartó las aguas de por debajo del firmamento, de las aguas de por encima del firmamento. Y así fue. Y llamó Dios al firmamento “cielos”. Y atardeció y amaneció: día segundo» (Génesis 1:6-8).

      En este fragmento, nuestro observador se mantiene en el mismo sitio, la superficie de la Tierra (ahora ya formada), y desde allí cuenta lo que “ve”, es la visión que Dios le envía.

      Para mí es obvio que está observando el enfriamiento del planeta y, como consecuencia de ello, la condensación del agua, el agua que se empieza a acumular en la superficie y la clara separación de los gases de la atmósfera que van a formar el firmamento, el cielo.

      Para él, antes de la separación de las aguas, todo se encontraba mezclado, de ahí la “separación”. Pero ¿qué es lo que está mezclado? El agua y el aire (el firmamento).

      Es tal el vapor y la humedad existente, a la que se suman las nubes -posiblemente volcánicas-, que su sensación es que el firmamento está mezclado con el agua de la lluvia y del mar.

      Para él esta situación es muy confusa. Mas al enfriarse paulatinamente la Tierra (el planeta), la separación de aguas -podríamos decir- se hace evidente. La lluvia es lluvia, la tierra es tierra y el mar es mar.

      (¿Ya capté su atención?, ¿no?, ¿todavía no?)

      Bien.

      Tercer día:

      «Dijo Dios:

      «“Acumúlense las aguas de por debajo del firmamento en un sólo conjunto, y déjese ver lo seco”; y así fue. Y llamó Dios a lo seco “tierra”, y al conjunto de las aguas lo llamó “mares”; y vio Dios que estaba bien.

      «Dijo Dios:

      «“Produzca la tierra vegetación: hierbas que den semillas y árboles frutales que den fruto, de su especie, con su semilla dentro, sobre la tierra”. Y así fue. La tierra produjo vegetación: hierbas que dan semilla, por sus especies, y árboles que dan fruto con la semilla dentro, por sus especies; y vio Dios que estaban bien. Y atardeció y amaneció: día tercero» (Génesis 1:9-13).

      Aquí surge, nuevamente, lo que ya habíamos observado en nuestro racconto acerca de lo que la ciencia dedujo sobre la evolución del planeta, sólo que en extremo resumido.

      No debemos olvidar que nuestro observador presencia estos hechos a un ritmo verdaderamente vertiginoso, tuvo que haber sido así, ya que -como mucho- los seis mil millones de años, o al menos los cuatro mil seiscientos millones del planeta, le fueron resumidos en siete días.

      Analicemos un poco este tercer día.

      El agua se acumula en un sólo océano-mar y la tierra en un sólo conjunto.

      Estoy convencido de que nuestro observador se refiere aquí al supercontinente Vaalbará-Pangea.

      Es demasiado coincidente la observación que realiza el narrador acerca de una tierra y un mar, demasiado coincidente y casi innecesaria si no fuera porque realmente ocurrió de esa forma.

      Ahora bien, él no pudo verlo (estamos hablando de un súper continente) por lo tanto tiene que haber sido una idea que captó junto con la visión. Esto hace más interesante el hecho que lo mencione, casi llamativo.

      Luego, este individuo (el observador) ve crecer a su alrededor las plantas, a las que identifica con formas de vida conocidas para él: árboles, semillas, frutos, tal vez algas.

      Cuarto día:

      «Dijo Dios:

      «“Haya luceros en el firmamento celeste, para apartar el día de la noche, y valgan de señales para solemnidades, días y años; y valgan de luceros en el firmamento celeste para alumbrar sobre la tierra”. Y así fue. Hizo Dios los dos luceros mayores; el lucero grande para el dominio del día, y el lucero pequeño para el dominio de la noche, y las estrellas; y los puso Dios en el firmamento celeste para alumbrar sobre la tierra, y para dominar en el día y en la noche, y para apartar la luz de la oscuridad; y vio Dios que estaba bien. Y atardeció y amaneció: día cuarto» (Génesis 1:14-19).

      Y ahora nuestro observador -al fin- puede ver un cielo limpio, tanto de nubes, humedad y gases, como de polvo estelar. El polvo estelar remanente que ya había desaparecido del espacio circundante capturado por los planetas y barrido por el viento solar.

      Al fin, ve el Sol, la Luna y las estrellas y, por supuesto, cree que ése es el instante en que Dios los ha creado.

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