Un Giro En El Tiempo. Guido Pagliarino
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En nuestra Tierra, Valerio Faro estaba acreditado en el Archivo Histórico Central y tenÃa acceso directo; esperaba que fuera también asà en la Tierra alternativa, es más, habÃa apostado por sà mismo, aunque no habÃa podido evitar preguntarse, mientras se preparaba para intentar el acceso: ¿y si en este mundo nazi yo ni siquiera he nacido? ¿Y si aquà no fuera un historiador sino... un marinero, o un abogado, o... quién sabe qué? Por otro lado, pensaba, lo que le disgustaba siendo un hombre libre y un demócrata convencido, que en el caso esperable de que pudiera acceder a los datos reservados del archivo electrónico, en la Tierra alternativa habrÃa sido un siervo del nazismo, ya que en caso contrario no habrÃa podido acceder; se habÃa preguntado además: ¿Yo o un alter ego? A partir de este pensamiento, habÃa introducido con inquietud su contraseña: habÃa podido entrar sin problemas. HabÃa tragado saliva instintivamente con alivio, fuera cual fuera la verdad, pero preguntándose ahora: â¿Nazi o Valerio alternativo?â.
HabÃa hablado sin intermediarios, como tenÃa derecho, con la máquina central. Como esperaba, también los programas del archivo estaban en alemán y no en inglés universal que, cuando habÃan partido, hablaban y escribÃan en todas partes desde la empresas comerciales a las etiquetas de fábrica cosidas en la ropa interior; ahora solo la cronoastronave 22 y sus discos volantes mantenÃan sus manuales en inglés, pertinente en el mundo de origen, igual que el propio Valerio y los demás pasajeros de la cápsula.
La primera pregunta del profesor se habÃa referido a la geografÃa polÃtica de la Tierra alternativa. La respuesta habÃa sido que todo el planeta era nazi, no solo Europa, y estaba organizado en el Imperio de la Gran Alemania, que comprendÃa tanto protectorados dirigidos por un gobernador alemán, como Estados Unidos de América, Rusia, Suiza y la mayorÃa de los estados afroasiáticos, comenzando por aquellos exislámicos, como reinos fantoches, como el de Italia regido por un rey de nombre Paolo Adolf II: los monarcas locales debÃa añadir Adolf al nombre propio. En cuanto al Imperio Mundial, el estatuto nazi preveÃa que para ascender a la corona imperial, tras la muerte o el derrocamiento violento del emperador precedente (esto solo habÃa pasado una vez en 2069), el sucesor tenÃa que ser elegido por las SS, recordando lo que hacÃan los césares en cierto periodo de la Roma imperial, ascendidos al trono por las legiones; además establecÃa que el recién elegido abandonara completamente su nombre y apellido y se convirtiera en Adolf Hitler. HabÃa un Adolf Hitler V en el trono, nada menos que el Káiser del Universo; sin embargo, el imperio, de hecho, comprendÃa solo unos pocos mundos aparte de la Tierra: la Luna, donde habÃa una base cientÃfica, los planetas del sistema solar, de los cuales tan solo Marte, en el que se habÃa cambiado artificialmente el clima, estaba habitado por unos pocos colonos, y finalmente algunos mundos en otras estrellas sobre los cuales, por ahora, solo habÃa misiones de estudio, entre las cuales estaba la expedición de la cápsula 22, con el hecho de que la cronoastronave acababa de entrar en la órbita terrestre. Los alemanes habÃan llegado a un poder tan grande gracias, inicialmente, a un robo de tecnologÃa de parte del disco estrellado y recuperado por los italianos en la SIAI Marchetti de Vergiate: evidentemente, el archivo hablaba en términos muy lisonjeros de una brillante operación militar realizada por los gloriosos idealistas alemanes. Sin embargo, resultaba que habÃa una tal Claretta, a la que Mussolini, siempre despreocupado por la moral familiar, tenÃa como amante fija, una mujer treinta años más joven que él, y esta estaba dispuesta a revelar a los alemanes la existencia y la ubicación del disco. Desde febrero de 1933, habÃa aceptado trabajar para los servicios secretos nazis por dos mil liras al mes, lo que, en aquellos tiempos, era una suma importante. La infeliz no se daba cuenta de los problemas que podÃa dar a Italia la divulgación de noticias recogidas entre las sábanas del Gran Jefe. El archivo decÃa que los ingenuos italianos habÃan creÃdo durante muchos años que tal vez habÃan sido los ingleses, considerados los constructores del disco, los autores del robo y que, por otro lado, el sigilo alemán habÃa sido eficaz, no solo con respecto a la Operación Patriota, como se la llamaba habitualmente, sino también a las posteriores actividades de estudio, asignadas personalmente por Hitler a los ingenieros Hermann Oberth y Andreas Epp: los trabajos habÃan necesitado años, las bombas disgregadoras y los discos voladores alemanes se habÃan puesto a punto al inicio de 1939; después de varios intentos, paradójicamente gracias a Mussolini, con el acercamiento ya estrechÃsimo entre Italia y Alemania, incluso antes de los acuerdos entre los dos paÃses del llamado Pacto de Acero militar firmado el 22 de mayo de 1939: el dictador italiano, ahora subyugado psicológicamente por la fuerza económica y bélica demostrada por el Tercer Reich, habÃa entregado a Hitler un dossier sobre el disco capturado en Italia y sobre los avistamientos de otros objetos volantes no convencionales y, por petición expresa, habÃa consentido además que fÃsicos e ingenieros alemanes participaran en el proyecto del Gabinete RS/33 sobre lo que quedaba del disco, que en aquel entonces se habÃa trasladado a la nueva base de Guidonia. Finalmente se habÃa producido la compartición de información concedida por el ahora débil y desconcertado Mussolini que determinarÃa el completo éxito de las operaciones de ingenierÃa inversa de los alemanes: Alemania habÃa construido 31 discos operativos, dotados cada uno de cuatro misiles con otras tantas bombas disgregadoras; se habÃan construido y probado en una base a una decena de kilómetros de Bremerhaven, en la costa del Mar del Norte, en el Lander de Bremen; las bombas se fabricaban y probaban en la localidad de Peenemünde, en la isla de Usedom, en el litoral báltico del Reich, evacuada previamente la poca población civil residente, e igualmente se habÃa despejado el litoral cercano a la isla a muchos kilómetros a su alrededor. Desde el momento de la puesta a punto de los discos, los misiles y las bombas, los nazis habÃan necesitado un par de meses para el adiestramiento de aviadores para pilotar estos mismos discos en la atmósfera y en vuelo suborbital, bajo la dirección del as de la aviación nazi alemana Rudolph Schriever, además del uso de los misiles, evidentemente lanzados durante los ejercicios sin las bombas disgregadoras, sustituidas por mecanismos con explosivo convencional. A principios de julio de 1939 Alemania habÃa entrado en guerra sin preaviso y, a diferencia de lo que narraba la historia tradicional, en la historia alternativa habÃa vencido casi inmediatamente: sobre todo, los fliegender scheiben (discos volantes) en vuelo suborbital, movidos por antigravedad, lanzaron misiles armados con bombas disgregadoras, idénticas a aquellas de las que disponÃan las lanzaderas de desembarco de las cronoastronaves, sobre varias ciudades de Gran Bretaña, Francia, la Unión Soviética y Estados Unidos. Como habÃa intuido Valerio Faro y aquellos que a sus espaldas asistÃan a la investigación, el hecho de que los discos hubieran sido por entonces suborbitales se debÃa a que todavÃa eran imperfectos, en ese momento, con respecto al prototipo del futuro.
La historia alternativa seguÃa de una manera escalofriante con la pérdida de cualquier valor espiritual y el triunfo del ateÃsmo más absoluto. La persona se habÃa reducido a la nada, a un mero peón del imperio nacionalsocialista. Evidentemente, el Archivo Histórico Central exaltaba esto como una valiosÃsima conquista de la humanidad, confundiendo esta con la pseudorraza aria, mientras que consideraba subhumanos a todos los demás seres humanos. Tras la guerra relámpago de 1939, se habÃan logrado ulteriores mejoras en los discos volantes, hasta alcanzar el vuelo orbital y posteriormente el espacial por debajo de la velocidad de la luz: en 1943 Alemania habÃa llegado ya a