El Inductor. Ruthy Garcia

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El Inductor - Ruthy Garcia

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en lo que pasaría si alguien toca un solo cabello de ellos.

      Fátima entendió claramente que esta mujer podría ser más culpable que inocente.

      â€”Entonces le escucharé sin esperanzas, es lo que debo hacer.

      â€”Muy bien, así me gusta. Los elementos sorpresa son indispensables en esta conversación.

      â€”Empecemos de nuevo. El tiempo apremia.

      â€”Le decía que estuve meses en ese hospital, tres y medio. En principio había esperanza de que él regresara, pero no. Su caso fue muy extraño: entró en un coma profundo que carcomió su joven cuerpo. Parecía un cadáver conectado a una máquina. Espero que no le haya dolido. Bueno, los médicos aseguran que Ismat no sufrió en absoluto. Tal vez lo dicen para que yo como madre me sienta resignada. Tuve una discusión con su padre el día que llegué, y con la madre de este, la responsable de que mi esposo se esperanzara con este país y decidiera abandonar todo para venir a vivir aquí. A mí no me era en ese entonces atractiva la idea de dejar mi vida en Kenya. Éramos felices, teníamos un hogar. Él trabajaba como mecánico de motocicletas en el centro de la ciudad y yo hacía trabajo laboral con tela. Soy costurera, aunque al llegar aquí abandoné la costura, pero es lo que mejor hago.

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      Ã‰l me echó en cara el hecho de que nunca quise venir a vivir a este país. Fue un tonto, creyó que no me di cuenta de que su madre tenía para él una esposa con quien se casaría al llegar aquí, aunque fue para obtener papeles; pero lo hizo, a escondidas de mí. Por ello me exige el divorcio antes de salir de Kenya. No hice caso a nada de ello. Su estúpida discusión tan solo me llenó de valor para entender que mi hijo merecía que luchará por el. Haber llegado a los Estados Unidos por mis propios medios era una proeza. Él quedó impactado al verme, nunca pensó que lo lograría por mí misma. Yaro cayó en caos al ver que los días pasaban e Ismat no despertaba. Empezó a tomar, se refugió en el alcohol, sufrió una depresión muy fuerte. Yo, tras pasar tres meses viviendo en condiciones paupérrimas en un hospital, había perdido mucho peso. ¿Sabe? Yo era una mujer robusta. En mi país la mujer delgada no es bien vista, mientras más llenita de grasa estás, más esperanza de marido tienes, todo lo contrario, a este lado del mundo. Cuando me di cuenta la ropa me colgaba, mis huesos de los hombros se veían como profundas cuencas y la falta de sol había esclarecido un poco mi tez oscura. Allí empecé a fumar, era lo único que me calmaba un poco.

      La mañana fatídica en que mi antigua suegra visitaba el hospital falleció mi ángel. Solo recuerdo su carita sonriente en el aeropuerto cuando venía de retirada con su padre. ¡Y pensar que le firmé el permiso de traerle, pensando que tendría una mejor vida aquí! Y ya ve.

      Tras pasar varios días, algo inesperado ocurre: mi antiguo esposo se ahorca tras tres semanas encerrado en su cuarto con una terrible depresión.

      Ya no me quedaban lágrimas. Mi suegra casi cae en shock, pero le di soporte para evitar que colapsara.

      Me fui a vivir con ella un tiempo, a California, así que dejé el hospital y todas las cosas en NY para irme a cuidar de Munga. Aunque lo que nos ataba había desaparecido y mi corazón en un momento la responsabilizó de mi divorcio, decidí seguirle. Saber que ella amaba tanto a Ismat lo protegió mientras pudo. Eso me hizo acercarme a ella. Con el tiempo puedo decir que es como la madre que nunca tuve. Mis padres me abandonaron en una iglesia, allí me criaron. Al pasar el tiempo, estudiando costura, conocí a Yaro. El resto ya lo conoce. Mi corazón de madre necesitaba visitar la casa de mi hijo y antiguo esposo en NY. Munga no quería darme las llaves, pero insistí tanto que lo hizo. Al llegar allí mi corazón casi explota: ver sus cosas, sus fotos, fue un recuerdo traumático. Pero me armé de valor. Fue cuando encontré lo que quizás no debí encontrar.

      â€”¿Drogas? —Los ojos de la oficial Fátima estaban como dos huevos fritos. Estaba fascinada ante aquella debutante confesión.

      â€”No, no fueron drogas. Fue su tablet personal.

      â€”Ya veo.

      â€”Sí, descubrimiento que marcó un ante y un después en la vida de esta mujer que está aquí. —Se levanta tirando la colilla del cigarrillo al suelo. La oficial le mira con ese mal hábito, pero su encantamiento no le permite más que pedirle más información con sus enormes ojos negros.

      â€”Encontré una serie de archivos normales de un chico de su edad: juegos, música y… chat. En ese chat mantenía una conversación muy amena y extraña con una persona. Busqué mensajes antiguos y lo encontré. Ese sujeto inducía a Ismat a usar cocaína. Deliberadamente hasta le escribió que le daría gratis a probar, que eso no era nada, que lo hicieran juntos. Yaro me contó al yo llegar que Ismat había tenido un cambio brusco de comportamiento en los últimos seis meses antes de morir. Se volvió incontrolable.

      Salía de noche, llegaba a altas horas, en efecto, producto de la adicción.

      â€”¿Y qué tiene que ver todo eso con el chico perdido?

      â€”Mucho. Ambos están perdidos ahora, uno confirmado, el otro aún no sabemos.

      La oficial se enfurece. Detesta esa manera sádica de hablar sobre el niño. Prácticamente era su hijo, fue su madrastra durante un tiempo.

      â€”Es cruel. Espero que todo esto conlleve algo bueno.

      â€”Lo entenderá, ya lo verá.

      â€”Es hora de que sepa paso por paso la verdad, mis razones y motivos, mis sentimientos. Aborrecer, odiar, castigar pierde sentido en algunos abismos de la venganza. Hay algo más allá de ella, pero hay que vivir aquello para entenderlo. Solía juzgar a las personas cuando cometen delitos, les cuestionaba, pero ahora eso pasó a un segundo plano, no es relevante, porque es mi piel la que está experimentando el acoso y la acusación de toda una nación, y por qué no decir también, del mundo entero.

      

      

      

      

      La venganza, satisfacción personal

      Batman

      

      

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      IN TO

      Entrar en la vida de Ismat como adolescente desconocido fue traumático. Los datos que tuve que conocer como madre de él me dejaron con un sabor a vacío enorme. Saberme incompetente, cobarde y más que todo estúpida por dejar ir a mi familia a un lugar desconocido, eso me mataba. Nunca debí tomar la llave y entrar allí, aunque con el paso de los días sumida en descubrimientos de la vida de mi Ismat junto a Yaro, su padre, me llenaron de una fuerza inmensa por hacer ver caer al responsable

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