Inteligencia social. Daniel Goleman

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Inteligencia social - Daniel Goleman Ensayo

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que aprovecharían mejor estando con alguien que les enseñase a relacionarse. Y también parece que, cuanta más televisión ven, más desobedientes son.6

       En una ciudad alemana, un motorista yace inmóvil en el pavimento junto a su moto derribada, bajo la atenta mirada de los peatones y de los conductores que aguardan impávidamente que el semáforo cambie a verde. Al cabo de unos quince largos minutos, el conductor de un coche detenido ante el semáforo baja la ventanilla, le pregunta si está herido y se ofrece a solicitar auxilio con su teléfono móvil. Cuando la emisora de televisión que había simulado el incidente difundió la noticia se desató el escándalo porque, en Alemania, a fin de obtener el permiso de conducir, es necesario recibir formación en primeros auxilios para enfrentarse, precisamente, a este tipo de situaciones. «La gente –comentó cierto médico de urgencias de un hospital alemán– pasa de largo cuando ve a otros en peligro. No parece importarles gran cosa.»

       En 2003, los hogares unifamiliares se convirtieron en el estilo de vida más común en Estados Unidos. Tiempo atrás, las familias se reunían en casa al caer la noche pero, en la actualidad, la convivencia entre los miembros de la familia es cada vez menor. Bowling Alone, el aclamado análisis de Robert Putnam sobre el deshilachado tejido social de nuestro país, concluye que, en las últimas dos décadas, el “capital social” (que suele estimarse en función del número de reuniones públicas y la pertenencia a asociaciones) ha experimentado un considerable declive. Mientras en los años setenta dos terceras partes de los estadounidenses asistían de manera regular a reuniones de organizaciones a las que estaban formalmente afiliados, esa tasa cayó espectacularmente en los noventa hasta una tercera parte. Todos estos datos reflejan, en opinión de Putnam, un considerable debilitamiento, en nuestra sociedad, de las relaciones interpersonales.7 Desde entonces ha brotado por doquier (desde 8.000 en los años cincuenta hasta 20.000 a finales de los noventa)8 un nuevo tipo de organización que, a diferencia de lo que ocurría en las antiguas (con sus reuniones cara a cara y un tejido social cada vez más tupido), mantiene a distancia a sus miembros, ya que la pertenencia gira en torno al correo electrónico o postal y su principal actividad no consiste en reunirse, sino en enviar dinero.

      Ignoramos los efectos de la conexión y desconexión provocada por las alternativas que nos proporcionan las nuevas tecnologías. Pero todos estos rasgos indican un progresivo debilitamiento de las oportunidades de conexión. El avance inexorable de la tecnología es tan insidioso que nadie ha calculado todavía sus costes emocionales y sociales.

       EL AUMENTO DE LA DESCONEXIÓN

      Escuchemos las quejas de Rosie García, que trabaja atendiendo el mostrador del Hot & Crusty de la Estación Central de Nueva York, una de las panaderías más atareadas de todo el mundo. Es tal la muchedumbre que a diario pasa por la estación que, duran- te la jornada laboral, siempre hay largas colas de clientes aguardando su turno.

      Son muchos, dice Rosie, los clientes que parecen estar completamente abstraídos, con la mirada extraviada y sin responder cuando les pregunta: «¿En qué puedo servirle?».

      –¿En qué puedo servirle? –repite entonces–. Pero siguen silenciosos, mirando hacia ninguna parte.

      –Cada vez son más –dice– las personas que sólo prestan atención cuando les grito.9

      Pero no es que los clientes de Rosie sean especialmente sordos, sino que sus oídos están taponados por los dos pequeños auriculares de un iPod. Están enfrascados y perdidos en alguna de las melodías de su lista de reproducción personalizada, desconectados de todo lo que ocurre a su alrededor y, lo que es más importante, desconectados también de las personas que les rodean.

      Mucho antes del iPod, del walkman y del teléfono móvil, obviamente, también había gente que iba de un lado a otro ajena al ajetreo de la vida. Este proceso se inició con el automóvil, que es una forma de atravesar un espacio público aislado dentro de un vehículo acristalado de una media tonelada aproximada de acero arrullado por el sonido de la radio. Las formas de viajar antes de que el automóvil se convirtiera en un lugar común, sin embargo –desde ir caminando, a caballo o en una carreta tirada por bueyes–, obligaban a los viajeros a mantener un estrecho contacto con el mundo que les rodeaba.

      El caparazón creado por los auriculares intensifica el aislamiento social, una desconexión que proporciona la justificación perfecta no sólo para no reconocer a los demás como seres humanos, sino para no advertir siquiera su presencia y tratarlos como meros objetos. La vida de peatón brinda, al menos, la oportunidad de saludar a la persona con la que acabamos de cruzarnos, o de pasar unos minutos charlando con un amigo, pero el que está conectado a un iPod puede ignorar fácilmente a los demás y pasar junto a ellos sin tan sólo mirarles.

      Desde la perspectiva del que está escuchando música, sin embargo, él no está desconectado, sino relacionándose con el cantante, el grupo o la orquesta que esté escuchando y su corazón late al mismo ritmo que el suyo. Pero lo cierto es que esos “otros” virtuales nada tienen que ver con los seres humanos que caminan un paso o dos por delante y hacia los cuales el arrobado oyente muestra la mayor de las indiferencias. En la medida en que la tecnología se apodera de la atención de las personas y la desvía hacia una realidad virtual, ésta acaba insensibilizándolas, con lo que el autismo social acaba convirtiéndose en una más de las imprevistas consecuencias de la invasión permanente de la tecnología en nuestra vida cotidiana.

      Este avance en la capacidad tecnológica de conexión es el que permite que, aun estando de vacaciones, sigamos viéndonos asediados por el trabajo. Una reciente encuesta ha puesto de manifiesto que el 34% de los trabajadores de nuestro país se hallan tan conectados con su oficina que vuelven de sus vacaciones tan estresados –o incluso más– como cuando las empezaron.10 El correo electrónico y el teléfono móvil ignoran las fronteras que separan la vida laboral de la vida familiar y privada, requieren nuestra presencia y nos arrastran a atender el correo electrónico en cualquier momento, independientemente de que nos hallemos en plena excursión campestre, jugando con nuestros hijos o descansando.

      Pero los niños tampoco suelen advertir esta ausencia, porque están igualmente obsesionados por su propio correo electrónico, algún juego en red o viendo la televisión en su dormitorio. Un informe francés de una encuesta mundial realizada en setenta y dos países ha revelado que, en 2004, las personas pasaban diariamente un promedio de 3 horas y 39 minutos viendo la televisión; Japón ocupaba, en ese estudio, el primer lugar con 4 horas y 25 minutos, seguido de cerca por Estados Unidos.11

      «La televisión –advirtió el poeta T.S. Eliot, en 1963, cuando el nuevo medio estaba difundiéndose en todos los hogares– permite que millones de personas se rían simultáneamente del mismo chiste pero, a pesar de ello, sigan estando solos.»

      Internet y el correo electrónico tienen el mismo impacto. Una encuesta realizada en nuestro país sobre una muestra de 4.830 personas ha puesto de manifiesto que son ya muchos los casos en los que Internet ha desplazado a la televisión como forma favorita de pasar el tiempo libre. Y la consecuencia directa de todo ello es que, por cada hora que la gente pasa en Internet, el contacto personal con amigos, colegas y familia disminuyó 24 minutos. Como dice Norman Nie, director del Stanford Institute for the Quantitative Study of Society y especialista en estudios sobre Internet: «Nadie puede recibir un abrazo o un beso a través de Internet».12

       LA NEUROCIENCIA SOCIAL

      Este libro desvela hallazgos muy reveladores sobre el nuevo campo de la neurociencia social. Cuando emprendí la investigación necesaria para escribirlo, desconocía la existencia de este campo, pero no tardaron en llamarme la atención un artículo aquí

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