El libro de las mil noches y una noche. Anonimo

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El libro de las mil noches y una noche - Anonimo

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la joven se acercó a los saalik, y les dijo: "¿Sois hermanos?" Y contestaron ellos: "¡No, por Alah! Somos los más pobres de los pobres, y vivimos de nuestro oficio, haciendo escarificaciones y poniendo ventosas". Entonces fué preguntando a cada uno: "¿Naciste tuerto, tal como ahora estás?"

      Y el primero de ellos contestó: "¡No, por Alah!

      Pero la historia de mi desgracia es tan asombrosa, que si escribiera con una aguja en el ángulo interior de un ojo, sería una lección para quien la leyera con respeto". Y los otros dos contestaron lo mismo, y luego dijeron los tres: "Cada uno de nosotros es de un país distinto, pero nuestras historias no pueden ser más maravillosas, ni nuestras aventuras más prodigiosamente extrañas".

      Entonces dijo la joven: "Que cada cual cuente su historia, y después se lleve la mano a la frente para darnos las gracias, y se vaya en busca de su destino". El mandadero fue el primero que se adelantó, y dijo: "¡Oh señora mía! Yo soy sencillamente un mandadero, y nada más. Vuestra hermana me hizo cargar con muchas cosas y venir aquí. Me ha ocurrido con vosotras lo que sabéis muy bien, y no he de repetirlo ahora, por razones que se os alcanzan. Y tal es toda mi historia. Y nada podré añadir a ella, sino que os deseo la paz".

      Entonces la joven le dijo: "¡Vaya! llévate la mano a la cabeza, para ver si está todavía en su sitio, arréglate el pelo, y márchate". Pero replicó el mozo: "¡Oh! No; ¡por Alah! No me he de ir hasta que oiga el relato de mis compañeros".

      Entonces el primer saaluk entre los saalik, avanzó para contar su historia, y dijo:

       HISTORIA DEL PRIMER SAALUK

      Voy a contarte, ¡oh mi señora! el motivo de que me afeitara las barbas y de haber perdido un ojo.

      Sabe, pues, que mi padre era rey. Tenía un hermano, y ese hermano era rey en otra ciudad. Y ocurrió la coincidencia de que el mismo día que mi madre me parió nació también mi primo.

      Después pasaron los años, y después de los años y los días, mi primo y yo crecimos.

      He de decirte que, con intervalos de algunos años, iba a visitar a mi tío y a pasar con él algunos meses. La última vez que le visité me dispensó mi primo una acogida de las más amplias y más generosas, y mandó degollar varios carneros en mi honor, y clarificar numerosos vinos. Luego empezamos a beber, hasta que el vino pudo más que nosotros.

      Entonces mi primo me dijo: "¡Oh primo mío!

      Ya sabes que te quiero extremadamente, y te he de pedir una cosa importante. No quisiera que me la negases ni que me impidieses hacer lo que he resuelto". Y yo le contesté:

      "Así sea, con toda la simpatía y generosidad de mi corazón". Y para fiar más en mí, me hizo prestar el más sagrado de los juramentos, haciéndome jurar sobre el Libro Noble. Y en seguida se levantó, se ausentó unos instantes, y después volvió con una mujer ricamente vestida y perfumada, con un atavío tan fastuoso, que suponía una gran riqueza. Y volviéndose hacia mí, con la mujer detrás de él, me dijo: "Toma esta mujer y acompáñala al sitio que voy a indicarte". Y me señaló el sitio, explicándolo tan detalladamente que lo comprendí muy bien.

      Luego añadió: "Allí encontrarás una tumba entre las otras tumbas, y en ella me aguardarás". Yo no me pude negar a ello, porque había jurado con la mano derecha. Y cogí a la mujer, y marchamos al sitio que me había indicado, y nos sentamos allí para esperar a mi primo, que no tardó en presentarse, llevando una vasija llena de agua, un saco con yeso y una piqueta. Y lo dejó todo en el suelo, conservando en la mano nada más que la piqueta, y marchó hacia la tumba, quitó una por una las piedras y las puso aparte. Después cavó con la piqueta hasta descubrir una gran losa. La levantó, y apareció una escalera abovedada.

      Se volvió entonces hacia la mujer, y le dijo:

      "Ahora puedes elegir". Y la mujer bajó en seguida la escalera y desapareció. Entonces él se volvió hacia mí, y me dijo: "¡Oh primo mío! te ruego que acabes de completar este favor, y que, cuando haya bajado, eches la losa y la cubras con tierra, como estaba. Y así completarás este favor que me has hecho. En cuanto alyeso que hay en el saco y en cuanto al agua de la vasija, los mezclarás bien, y después pondrás las piedras como antes, y con la mezcla llenarás las juntas de modo que nadie pueda adivinar que es obra reciente.

      Porque hace un año que estoy haciendo este trabajo, y sólo Alah lo sabe". Y luego añadió:

      "Y ahora ruega a Alah que no me abrume de tristeza por estar lejos de ti, primo mío". En seguida bajó la escalera, y desapareció en la tumba. Cuando hubo desaparecido de mi vista, me levanté, volví a poner la losa, e hice todo lo demás que me había mandado, de modo que la tumba quedó como antes estaba.

      Regresé al palacio, pero mi tío se había ido de caza, y entonces decidí acostarme aquella noche. Después, cuando vino la mañana, comencé a reflexionar sobre todas las cosas de la noche anterior y singularmente sobre lo que me había ocurrido con mi primo, y me arrepentí de cuanto había hecho. ¡Pero con el arrepentimiento no remediaba nada!

      Entonces volví hacia las tumbas y busqué, sin poder encontrarla, aquella en que se había encerrado mi primo. Y seguí buscando hasta cerca del anochecer, sin hallar ningún rastro.

      Regresé entonces al palacio y no podía beber, ni comer, ni apartar el recuerdo de lo que me había ocurrido con mi primo, sin poder descubrir qué era de él. Y me afligí con una aflicción tan considerable, que toda la noche la pasé muy apenado hasta la mañana.

      Marché en seguida otra vez al cementerio, y volví a buscar la tumba entre todas las demás, pero sin ningún resultado. Y continué mis pesquisas durante siete días más, sin encontrar el verdadero camino. Por lo cual aumentaron de tal modo mis temores, que creí volverme loco.

      Decidí viajar, en busca de remedio para mi aflicción, y regresé al país de mi padre. Pero al llegar a las puertas de la ciudad salió un grupo de hombres, se echaron sobre mí y me ataron los brazos. Entonces me quedé completamente asombrado, puesto que yo era el hijo del sultán y aquéllos los servidores de mi padre y también mis esclavos. Y me entró un miedo muy grande, y pensaba:

      "¿Quién sabe lo que le habrá podido ocurrir a mi padre?" Y pregunté a los que me habían atado los brazos, y no quisieron contestarme.

      Pero poco después, uno de ellos, esclavo mío, me dijo: "La suerte no se ha mostrado propicia con tu padre. Los soldados le han hecho traición y el visir lo ha mandado matar.

      Nosotros estábamos emboscados, aguardando que cayeses en nuestras manos".

      Luego me condujeron a viva fuerza. Yo no sabía lo que me pasaba, pues la muerte de mi padre me había llenado de dolor. Y me entregaron entre las manos del visir que había matado a mi padre. Pero entre este visir y yo, existía un odio muy antiguo. Y la causa de este odio consistía en que yo, de joven, fui muy aficionado al tiro de ballesta, y ocurrió la desgracia de que un día entre los días me hallaba en la azotea del palacio de mi padre, cuando un gran pájaro descendió sobre la azotea del palacio del visir, el cual estaba en ella. Quise matar al pájaro con la ballesta, pero la ballesta erró al pájaro, hirió en un ojo al visir y se lo hundió, por voluntad y juicio escrito de Alah.

      Ya lo dijo el poeta: ¡Deja que se cumplan los destinos; no quieras desviar el fallo de los jueces de la tierra! ¡No sientas alegría ni aflicción por ninguna cosa, pues las cosas no son eternas! ¡Se ha cumplido nuestro destino; hemos seguido con toda fidelidad los renglones

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