Mejor sin objetivos. Enric Lladó Micheli
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En lugar de decir «tengo que», «hay que», «debería» o «intentaré», cambiamos a construcciones como «voy a», «quiero» o «puedo».
En lugar de decir «sí, pero…», decimos «sí, y…».
Nos hacemos amigos del «sí», afirmamos. Tendemos a tomar la iniciativa en las conversaciones.
Si queremos forzar la consecución de nuestro objetivo, entonces corremos el riesgo de convertir al interlocutor en un simple medio para conseguir el fin.
Cuando lo percibe, se pone a la defensiva. Desconfía, su reacción automática inconsciente es resistirse.
Entonces perdemos toda capacidad de influirle.
Evitamos lo que queremos conseguir.
Sin objetivos
Estamos en el tercer escalón cuando nos limitamos a dar algo sin esperar nada a cambio.
Dar un abrazo, dinero, ayuda, dar una idea, palabras de apoyo, dar lo mejor en el trabajo, acompañar a alguien, escucharle plenamente…
Sin esperar nada a cambio, de lo contrario estaríamos en el segundo escalón.
Por ello en nuestra mente no visualizamos nada. Simplemente damos fruto de manera espontánea.
Estamos funcionando sin objetivos.
La emoción que nos impulsa es el amor.
Amor a otra persona, al trabajo bien hecho, amor al arte, a una buena conversación...
Realización sin ego
Un niño que se deja fluir dibujando sin ninguna pretensión, como en un juego, saca lo que lleva dentro y en ese momento se realiza.
Expresa en acto lo que llevaba en potencia en su interior.
Si tuviera alguna expectativa, como conseguir la aprobación de sus padres, no se expresaría libremente y dejaría de ser auténtico. No entregaría lo que realmente lleva dentro.
No estaría expresando su yo, sino su ego.
El ego es el falso yo, una máscara que nos ponemos para evitar algo que nos da miedo o para conseguir algo que ambicionamos.
El ego impide la presencia del yo. Si el ego habla fuerte, al yo casi ni se le oye. Tienden a excluirse mutuamente.
Ese ego es útil porque con el miedo conseguimos sobrevivir y con la ambición logramos mayor comodidad.
Pero solo fluyendo sin ego, sin esperar nada a cambio, sin objetivos, desde el juego, desde el amor por lo que se está haciendo, es posible expresar nuestro verdadero yo y entonces realizarnos.
Por eso la vida desde el ego es solo supervivencia. Mi cuerpo sigue funcionando pero en realidad mi verdadero yo está siendo suprimido.
Con objetivos podemos sobrevivir, sí, pero solo sin objetivos podemos realizarnos y vivir de verdad.
Resultado inesperado
Un artista que crea su obra sin dejarse llevar por el qué dirán, se realiza, da fruto auténtico. Por eso acaba gustando a más gente. Aunque no es lo que andaba buscando.
Un orador que simplemente aporta a los demás lo mejor que lleva dentro, sin pretender gustar, ni convencer, ni conseguir nada a cambio, causa la mejor de las impresiones. Aunque no estaba preocupado por lograrlo.
Un empleado que fluye haciendo su trabajo simplemente porque le sale de dentro hacerlo bien, acaba siendo reconocido por su profesionalidad. Aunque no lo hacía por eso.
Una persona que conversa distendidamente con otra sin pretender conseguir nada suele conseguir lo máximo. Pero no era esa su intención.
Cuando funcionamos sin objetivos no esperamos ningún resultado, y sin embargo solemos conseguir lo máximo que puede conseguirse en cada situación.
Sin buscarlo, estamos en nuestro máximo potencial.
Antes, en los otros escalones, cuando queríamos evitar algo lo provocábamos y cuando ansiábamos conseguir algo lo evitábamos.
Ahora, cuando no pretendemos conseguir absolutamente nada, conseguimos lo máximo. Es la Ley Natural del Amor Verdadero.
Así es como funciona el Universo. Aunque nos resulte extraño, estas son sus leyes.
El éxito se consigue cuando no se persigue.
La segunda trampa
Imaginemos que un artista desconocido se deja fluir con su arte y publica un álbum musical muy auténtico.
Imaginemos ahora que el álbum acaba siendo un gran éxito comercial. Nuestro artista se hace famoso y gana mucho dinero.
No es lo que buscaba, pero ocurre. Así que bienvenido sea.
Existe ahora el riesgo de que la gloria pueda atraparle.
Puede pasar que cuando se ponga manos a la obra para componer su próximo álbum empiece a pensar en agradar, en el dinero. Y que entonces ya no sea tan auténtico, que no se deje fluir con lo que lleva dentro.
Habrá caído del tercer escalón al segundo.
El tercer escalón está tan arriba que resulta muy fácil caerse de él. Es la segunda trampa de la escalera.
Porque en el tercer escalón no buscamos nada pero conseguimos mucho. Entonces podemos quedarnos atrapados por la seducción del resultado.
Podemos desconectarnos de la autenticidad, dejar de dar lo que llevamos dentro y buscar desesperadamente otra dosis de la recompensa que ya hemos catado y que nos ha enganchado.
Hemos confundido el éxito con el logro.
Porque el logro es recibir, mientras que el verdadero éxito va a ser siempre dar.
Vacío interior
Un objetivo define algo exterior que queremos conseguir y por lo tanto lo único que hace es reflejar algo que falta, una carencia interior que necesitamos sanar de algún modo.
Evidentemente, si tengo hambre necesito encontrar en el exterior la comida que me falta.
Lo que ocurre es que la verdadera realización tiene poco que ver con la satisfacción de nuestras necesidades básicas. De hecho, a veces la verdadera realización puede llevarnos a sitios muy incómodos e incluso peligrosos.
Además, también es verdad que no siempre que como es porque tengo hambre. Algunas veces como por aburrimiento, otras como cuando lo que tengo es sed y muchas veces como por algún tipo de ansiedad.
Estoy comiendo, pero en realidad estoy buscando compensar otra carencia distinta.
Estoy tratando de llenar mi vacío interior.
Comer