Otro. Ferny Kosiak
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—Tranquilo –me dijo, me dije.
Entonces sí reaccioné. Di dos pasos hacia atrás. Salí del departamento. Cerré la puerta detrás de mí y me apoyé en ella. Segundos después la puerta cedió suavemente. Él la estaba abriendo desde adentro. Me separé de la madera. Di dos pasos más hacia la oscuridad del pasillo. La puerta se abría y la oscuridad continuaba. Los sensores se activaron y la luz del pasillo se encendió sobre mí, sobre Él que tenía su rostro frente al mío, a una mano de distancia. Me estremecí. Ahora sí tenía miedo.
—Tranquilo –dijo Él o me dije yo, o nos dijimos en una mezcla demasiado cercana. Cerré los ojos, inspiré pesadamente. Él ya volvía al interior del departamento y me esperaba en el marco de la entrada, como una invitación a entrar a mi propio hogar. Lo seguí. Cerré la puerta con doble vuelta de llave.
Dos horas después ya estábamos al día. Yo había limpiado el piso y había servido dos vasos más con Coca. Él tomó un sorbo y no volvió a tocar el vaso. Más tarde recordé que en esa época odiaba todo lo que tuviera un rasgo de light.
En dos horas aplicamos toda la lógica posible para explicar esta aparición. Existía una paradoja a lo Marty McFly que teníamos que desentrañar. Yo no tenía recuerdos de haber visto jamás a mi Otro del futuro, así que podíamos descartar esa linealidad.
—Sé que hay algo diferente en mí pero no puedo saber qué o por qué –me dijo y después agregó que hacía dos semanas que se había separado después de una relación de siete años y que recién estaba comenzando 2015.
Fue como si me pegaran una patada, bien pero bien puesta y tomando carrera, en las bolas. La peor etapa de mi vida era la que este pobre boludo estaba empezando. Quise estirar mi mano para acariciarle el hombro e intentar confortarlo. En este caso sí tendrían sentido y honestidad las frases hechas que uno suele decir en los sepelios. Pero me detuve. Demasiadas películas de ciencia ficción muestran lo que pasa cuando dos cuerpos de uno mismo interactúan en un mismo espacio. Él me miró con temor. Supe que estaba pensando lo mismo. Nos miramos a los ojos y nos sonreímos. Alejé mi mano.
Brisé
Roto, rotura. Un pequeño batido o latido de pies. Los brisés son comenzados con uno o dos pies y finalizan sobre uno o dos pies.
Creo fervientemente que quedar viudo es mejor que tener un ex. Más que nada porque sabés que lo de la viudez es una situación que permanecerá inamovible por la eternidad. Sí, duele porque es una persona que ya no está. Pero al menos tenés la total y completa certeza de que YA NO ESTÁ. Deja de existir el temor de encontrártelo en una esquina, de que alguien te cuente que lo vio, de que alguien agregue que lo vio acompañado, de que el Facebook te confirme que ya está con alguien más y de que, a juzgar por las sonrisas de las fotos, son más felices que la mierda. Así que, con el perdón de cualquier viudo o viuda, los que nos separamos la tenemos bastante peor que el resto.
Pero no podía decirle nada de esto al Otro. Si pasaron dos semanas desde su separación quiere decir que falta una semana más para que le pida un encuentro a nuestro ex, para que le diga que se equivocó, para que le pida que vuelvan a estar juntos. Dentro de una semana nuestro ex nos dirá que no.
Después de dos horas de teorías seudocientíficas o de intentar buscar una explicación para la aparición de Él en mi mundo, llegamos a la única conclusión de que compartíamos mi tiempo porque después de la separación pasaron un par de meses hasta que pude comprarme el televisor ante el cual nos sentamos.
Decidí dejarlo solo por un rato. O alejarme yo por un rato. Por insólita que sea esta situación no nos podemos quedar en la contemplación eterna de nosotros mismos. Al menos yo necesito la continuidad de la rutina para comprobar que no me estoy volviendo loco.
—Llego tarde a ballet –le dije. En mis ojos ajenos vi su extrañeza, su sorpresa, su pregunta. Me levanté la remera y le mostré lo que la danza estaba haciendo por nuestro cuerpo. Nos reímos. Me pidió que a la vuelta le trajera una Coca normal. Le dije que sí.
Demi-plié
Media flexión de las rodillas. Todos los pasos de la elevación comienzan y terminan con un demi-plié.
Mi amigo bailarín, Nicolás, siempre me elogió el arco del pie, enfatizando la envidia que tenía de la forma de mi empeine. Algo que en mi cuerpo era natural, a un bailarín clásico le lleva toda una vida alcanzarlo. Entonces decidí probar suerte en el ballet. Más allá de tener una edad más acorde a un profesor de danza clásica, comencé como estudiante, sin prestar atención a mis músculos no tan turgentes o a los tendones de mis piernas, que siempre fueron cortos. La disciplina, el rigor, la belleza estética de un movimiento que puede medirse con la geometría de un compás me enamoraron de la disciplina. Mi único compañero varón, también.
Llegué al aula después de haberme cambiado en el baño. Joaquín estaba precalentando en la barra mientras hablaba con una de las chicas de la que no me acordaba el nombre. La profesora aún no estaba, siempre llegaba tarde. Saludé con un beso y me fui al sector de la barra que con el paso de las semanas se volvió mío. Le vi el culo y las piernas por el reflejo del espejo que cubre una de las paredes. La calza negra le marcaba todo. Reía con la otra chica. Yo precalenté solo: caminata estirando los empeines, flexión de piernas, torsiones del cuerpo a ambos lados, lo usual.
De a poco fueron llegando las otras alumnas. Nosotros somos los dos únicos varones en un grupo compuesto por doce mujeres de edades que van desde los veinte hasta la jubilación. Formamos parte de un taller municipal de ballet para adultos y los motivos de qué hace cada uno de nosotros en esta sala es un misterio diferente que cambia de cuerpo a cuerpo.
Assemblé
Montado o unido juntos. Un paso en el que el pie que trabaja se desliza por el suelo antes de ser lanzado al aire. Mientras el pie se eleva en el aire, el bailarín eleva la pierna soporte, extendiendo los dedos. Las dos piernas vuelven al suelo simultáneamente.
Volví a la noche, transpirado, cansado y con la Coca normal en la mochila. Él miraba Netflix.
—¿Ya no descargamos películas?
Le dije que sí y le mostré dónde estaban en la computadora.
—¿Comiste? –quise saber. Negó con la cabeza. Calenté unas empanadas. Miramos el capítulo nuevo de The Walking Dead. Él no entendía quién era ese Negan de la pantalla. Yo sabía que le estaba spoileando demasiado. Él sabía que yo no podía posponer ver el capítulo.
Nos sentamos en el futón con los cuerpos alejados por miedo a la posibilidad del roce. Más tarde Él durmió ahí y yo en mi cama. Sabía que su opción no era la más cómoda pero era la única que teníamos.