(des)atadas. Ana G. Borreguero

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(des)atadas - Ana G. Borreguero

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realmente un diálogo. En el abandono se establecen monólogos y aunque puede ser que lleguen a oírse no dejan de ser soliloquios. Apostamos por la escucha activa del diálogo de nuestra mutua entrega. Y en esa escucha de nosotras mismas y nuestro propio diálogo, generamos y surge también el espacio para establecer una comunicación si alguien participa como observadora.

      Es importante cuestionarnos y revisarnos, saber que física y emocionalmente seguimos dentro del consenso. Saber que no estamos usando como subterfugio un contexto determinado para dar rienda a emociones que deberíamos gestionar de otro modo.

      ¿Fronteras o límites?

      Debemos saber diferenciarlos. Con respecto a las fronteras, quizás se pueden cruzar consensuadamente tras una negociación, pero los límites tenemos que aceptarlos. A lo mejor más adelante, según vayamos avanzando en nuestro proceso de experimentación, lo que en un principio era un límite pase a estar en una zona fronteriza (por ejemplo, que nos pongan cuerdas en determinadas partes del cuerpo como la cabeza, los genitales…). Pero es adecuado que sigamos llamando límite a aquello donde ponemos nuestro freno, ahí donde no queremos cruzar y donde sin sentirnos culpables sabemos parar.

      Reflexionando sobre ambos roles

      ¿Complacemos el deseo propio y/o el deseo de la persona con quien estamos jugando?

      «Trató de continuar, pero ya no podía, no sabía hacerlo. Tenía ganas de revelarse, de huir del juego, pero dentro de la confusión obedeció la pulsión de permanecer» (M. Kundera).

      ¿Activas o pasivas?

      Consideramos que decidir entre ser activa o pasiva restringe nuestras opciones de juego y placer. Preferimos invitar: voy a por ti, te ato y te estoy proponiendo un nuevo estado. Yo reacciono con mi cuerpo, con mi actitud y te estoy proponiendo por donde seguir, o por donde volver a empezar. Y así las propuestas no solo no dejan de surgir sino que lo hacen a una velocidad vertiginosa, independientemente del ritmo, a veces lento y a veces galopante, sintiendo que fluye, que funciona.

      Atrévete a experimentar, revisa qué es lo que te apetece y cómo te sientes, hazte con unas cuerdas y ve descubriendo y elaborando mientras te ríes, husmeas, te relajas, te excitas, y te dejas envolver en una burbuja fluida y placentera que experimenta tanto la persona atada como la que ata.

      ¿Somos libres o estamos supeditadas a determinadas exigencias?

      Estar sexualmente liberadas hasta hace no mucho era algo amenazante, se nos podía reprochar y coaccionar con estigmas y con letras escarlata reinventadas, pero el capitalismo ha decidido sacarle provecho y si es rentable la moral se redefine (aunque la doble moral siempre se mantiene). Desde hace bastante tiempo se nos impone que es necesario ser activa y liberal sexualmente pero, ¿a qué hace referencia esta libertad? Hasta el moño o la coronilla estamos de poner la «x», al creernos muy satisfechas porque hemos experimentado cuantas más cosas mejor, y de intentar sentirnos bien porque sabemos hacer posturas insólitas y porque hemos interiorizado una especie de «manual de técnicas» con el que podemos convencer de que sabemos llegar a resultados.

      Este tipo de mandatos implica una visión del campo de la sexualidad plana y lineal, pone apresuradamente un inicio y un punto y final. Es maravilloso si es lo que buscamos pero, si no lo es, no queremos cuestionarnos si nos pasa algo, si quizás estamos rotas, refiriéndonos a una posible patología con respecto a nuestra manera de sentir y entender la sexualidad.

      La manipulación del deseo está a la orden del día, tu deseo sexual tiene precio y una dirección determinada. Quizás podemos transgredir en lo que a sexualidad se refiere al dejarnos sentir verdaderamente y otorgarnos el espacio de escucha de nuestros placeres, atrevernos a afrontar nuestros propios procesos de exploración a solas, en compañía, fantaseando, realizando o dejando de realizar lo que nos apetezca. El punto de partida lo pones tú y solo tú. Y el límite también.

      Consentimiento, negociación y límites

      Núcleo Duro1

      Hay un imaginario común sobre el cuerpo, la sexualidad, sobre qué es el consentimiento, qué es sexo y qué no, qué es BDSM y qué no, y también, claro, sobre qué son las cuerdas, quiénes juegan y cómo se juega con ellas. Pero no hay un imaginario único sobre esto. Como en otros ámbitos, construimos otras representaciones desde nuestras propias experiencias.

      Apostamos por elaborar un imaginario para las cuerdas que entienda la sexualidad de una forma amplia, y muy vinculada a su aspecto comunicativo. Muchas personas encuentran que la conexión a través de las cuerdas es fundamentalmente un acto de comunicación, un proceso comunicativo, que además puede ser la base de un intercambio de poder, sea o no erótico.

      Entendiendo la sexualidad de una forma extendida, las cuerdas no siempre son sexuales o necesariamente eróticas. El cuerpo se construye a través de las experiencias y es relacional. Las cuerdas involucran al cuerpo e implican intimidad. Esa intimidad se puede construir con diferentes significados, incluyendo el sexual, pero no de forma única ni necesariamente más valiosa o exitosa.

      Disfrutar y cuidarnos planeando, haciendo y recordando.

      Consentimiento

      El consentimiento es convencionalmente entendido como permiso, pero esa es una concepción que suele resultar sesgada. Nuestra idea de consentimiento se acerca más al consenso, a la situación de acuerdo común: para que algo sea consensuado es necesario que los límites de las personas involucradas sean explicitados y respetados, y los deseos expresados.

      Que no haya dicho «no» a algo no significa que pueda ocurrir... el consentimiento es activo y por ello parte del «sí». ¡El consentimiento es explícito y nos gusta entusiasta!

      Ocurre que no siempre sabemos a priori si vamos a encontrarnos cómodas en una situación, especialmente si es la primera o las primeras veces en que nos involucramos en algo así. Que no tengamos información sobre nosotras mismas en determinada situación, sobre cómo van a reaccionar nuestro cuerpo y nuestra mente, no necesariamente nos impide dar un consentimiento, sino que cambia la forma de construirlo.

      Un ejemplo concreto podría ser que no me hayan hecho nunca una atadura que restrinja totalmente el movimiento y me pregunten si quiero intentarlo. El primer paso sería cuestionarme si me apetece probar esta experiencia, y si la respuesta es sí, contar a la(s) persona(s) con la(s) que voy a jugar que es algo que nunca he hecho (¡no pasa nada por no saber!), pero que me gustaría explorar.

      En ese caso, puedo pensar en mis fantasías y en mis experiencias con la restricción de movimientos en situaciones que sí conozca (¿tengo claustrofobia?,

      ¿me produce ansiedad la inmovilidad?, ¿me agobia que me aprieten el pecho?, ¿me relaja o me excita la sensación de inmovilidad y falta de control?), podemos comentar las experiencias de la(s) otra(s) persona(s) con ataduras similares y negociar-explorar progresivamente la restricción e ir confirmando durante el juego que todo está bien y nos está gustando, partiendo siempre de la base de que podemos modificar o parar el juego cuando queramos, si finalmente descubrimos que es algo que no nos resulta agradable.

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