Narrativa completa. H.P. Lovecraft
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—Dispondremos hoy mismo de una embarcación —dijo el emocionado capitán.
—Como usted mande —dijo Towers.
Así que embarcaron otra nave y siguieron la línea de puntos de la carta. En cuatro semanas habían llegado al lugar señalado y los buzos se sumergieron en el mar para emerger con una botella de hierro. Dentro de esta última se encontraba una hoja de papel marrón con las siguientes palabras:
3 de diciembre de 1880
Estimado buscador, discúlpeme por la broma que le he jugado, pero esto le servirá de lección en contra de futuras tonterías…
—Bien —dijo el capitán Jones—, regresemos.
Sin embargo, deseo compensarle por sus gastos en el mismo lugar que encontró la primera botella. Calculo que serán unos 25.000 dólares, así que encontrará esa cantidad dentro de una caja de hierro. Yo sé dónde encontró la botella porque yo la puse allí junto a la caja de hierro, luego busqué un buen lugar para poner la segunda botella. Me despido, esperando que el dinero le compense.
Anónimo
—Me gustaría arrancarle la cabeza a ese anónimo —dijo el capitán Jones—. Bajen ahora y tráiganme esos dólares.
Aunque el dinero les compensó, no creo que vuelvan a ir a un lugar misterioso dejándose llevar tan solo por un papel encontrado dentro de una misteriosa botella.
The Little Glass Bottle: escrito entre 1898 y 1899. Publicado en 1959 de manera póstuma.
La cueva secreta2
—Muchachos, pórtense bien mientras estoy fuera y no hagan travesuras —dijo la señora Lee.
La razón es que el señor y la señora Lee iban a salir de casa dejando solos a John y a Alice, de diez y de dos años de edad. John respondió,
—Por supuesto.
Tan pronto como los adultos se marcharon, los chicos bajaron al sótano y comenzaron a revolver entre todas las pertenencias. La pequeña Alice estaba apoyada en una pared mirando a John. Mientras su hermano fabricaba un bote con tablas de barril, la niña dio un agudo grito y los ladrillos, a su espalda, cayeron. John corrió hacia ella y la sacó escuchando sus gritos. Tan pronto como estos se calmaron, ella le dijo.
—La pared se cayó.
John se asomó y notó que había un pasadizo. Le comentó a la niña.
—Voy a entrar y voy a ver qué es.
—Está bien —le dijo ella.
Entraron en la abertura, cabían de pie pero llegaba más lejos de lo que podían ver. John subió a la casa, fue al estante de la cocina, agarró dos velas, algunos cerillos y regresó al túnel del sótano. Los dos entraron de nuevo. Había yeso en las paredes y el techo raso, y en el suelo no se podía ver nada salvo una caja. Servía para sentarse y cuando la registraron no encontraron nada adentro. Siguieron avanzando y de pronto desapareció el enyesado y descubrieron que se hallaban en una cueva. Al principio, la pequeña Alice estaba asustada y solo las palabras de su hermano, que le decía que todo estaba bien, lograron calmar sus miedos.
Pronto se toparon con otra caja pequeña, John la agarró y se la llevó con él.
Poco después encontraron un bote con dos remos. Lo arrastraron con dificultad, pero en seguida descubrieron que el pasadizo estaba cerrado. Apartaron el obstáculo y para su sorpresa el agua comenzó a entrar a chorros. John era buen nadador y buen buzo.
Tuvo tiempo de agarrar una bocanada de aire e intentó salir con la caja y con su hermana, pero descubrió que era imposible. Entonces vio cómo flotaba el bote y lo agarró…
Lo siguiente de lo que tuvo conciencia fue que estaba en la superficie, abrazando con fuerza el cuerpo de su hermana y la misteriosa caja. No lograba imaginar cómo el agua los había dejado allí, pero los amenazaba un nuevo peligro. Si el agua seguía entrando, lo cubriría todo. De repente, tuvo una idea. Podía cerrar otra vez el paso de las aguas. Lo hizo rápidamente y, arrojando el ahora inmóvil cuerpo de su hermana al bote, se subió él mismo y remó a lo largo del túnel. Aquello era horrible y estaba definitiva y profundamente oscuro ya que en la inundación había perdido la vela y ahora navegaba con un cuerpo muerto acostado a su lado. No se detuvo para nada, sino que remó hasta su propio sótano, subió rápidamente las escaleras cargando el cuerpo y descubrió que sus padres ya habían vuelto a casa y les narró la historia.
El funeral de Alice duró tanto tiempo que John se olvidó de la pequeña caja. Cuando la abrieron, descubrieron que guardaba una pieza de oro macizo valorada en unos 100.000 dólares. Suficiente para pagar cualquier cosa, pero nunca la muerte de su hermana.
The Secret Cave: escrito entre 1898 y 1899. Publicado en 1959 de manera póstuma.
El misterio del cementerio3
I. La tumba de Burns
En la pequeña localidad de Mainville era mediodía y un grupo de afligidas personas estaba congregado alrededor de la tumba de Burns. Joseph Burns estaba muerto.
(Al momento de morir, el finado había dado las siguientes y particulares instrucciones: Antes de colocar mi ataúd en la tumba, coloquen esta bola en el suelo, en un punto marcado “A”. Y acto seguido le entregó una pequeña bola dorada al rector).
La gente estaba muy apenada por su muerte y después que terminaron los actos funerarios, el señor Dobson (el rector) expresó,
—Amigos, ahora tenemos que cumplir la última voluntad del difunto.
Y después de pronunciar estas palabras bajó a la tumba (a poner la bola en el punto marcado “A”).
A los pocos minutos el grupo de allegados comenzó a impacientarse y, al cabo de un instante, el señor Cha’s Greene (el abogado) bajó a ver qué ocurría. Subió en seguida con cara de espanto y dijo:
—¡El señor Dobson no está allí abajo!
II. El misterioso señor Bell
A las tres y diez de la tarde sonó con fuerza la campana de la puerta de la residencia de los Dobson, el criado fue a abrir la puerta y se encontró con un hombre entrado en años, de cabello negro y grandes patillas. Dijo que quería hablar con la señorita Dobson y tras ser llevado frente a ella, le dijo:
—Señorita Dobson, yo sé dónde se encuentra su padre y por la suma de 10.000 libras haré que regrese con usted. Mi nombre es señor Bell.
—Señor Bell —respondió la señorita Dobson—. ¿Le importaría si salgo un momento de la habitación?
—En absoluto —contestó el señor Bell.
Ella volvió a los pocos minutos para decir:
—Señor Bell, lo comprendo. Usted ha secuestrado a mi padre y ahora me está solicitando un rescate.
III.