Novelas completas. Jane Austen

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Novelas completas - Jane Austen Colección Oro

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excursiones para visitarlo. Había allí una abundante cantidad de agua; un paseo en barca iba a constituir gran parte de la diversión en la mañana; se llevarían provisiones frías, solo se emplearían carruajes abiertos, y todo se llevaría a cabo a la manera normal de una clara excursión de esparcimiento.

      Para unos pocos entre los excursionistas parecía una empresa algo temeraria, considerando la época del año y que había llovido durante la última quincena. Elinor persuadió a la señora Dashwood, que ya estaba constipada, de que se quedara en casa.

       Reina Mab: Nombre de ser fantástico en Romeo y Julieta (Acto I, iv); en traducción de Pablo Neruda, “partera de las hadas ... / pequeñita como piedra de ágata / que brilla en el meñique de un obispo, / tiran su coche atómicos caballos / que la pasean sobre las narices / de los que están durmiendo...” Noche a noche hace soñar a cada persona con lo que es su más profundo deseo.

      Capítulo XIII

      La planeada excursión a Whitwell resultó muy diferente a la que Elinor había pensado. Se había preparado para quedar completamente mojada, cansada y asustada; pero la ocasión resultó incluso más malograda, porque ni tan solo fueron.

      Hacia las diez de la mañana todos estaban reunidos en Barton Park, donde iban a desayunar. Aunque había llovido toda la noche el tiempo era bastante bueno, pues las nubes se iban dispersando por todo el cielo y el sol asomaba con alguna frecuencia. Estaban todos de excelente ánimo y buen humor, ansiosos de la oportunidad de sentirse felices, y decididos a someterse a los mayores inconvenientes y fatigas para conseguirlo.

      Mientras desayunaban, llegó el correo. Entre las cartas había una para el coronel Brandon. Él la cogió, miró la dirección, su rostro mudó de color y acto seguido abandonó el cuarto.

      —¿Qué le sucede a Brandon? —preguntó sir John. Nadie supo explicarlo.

      —Espero que no se trate de malas noticias —dijo lady Middleton—. Tiene que ser algo extraordinario para hacer que el coronel Brandon dejara mi mesa de desayuno de súbito.

      A los cinco minutos se encontraba de regreso.

      —Deseo que no sean malas noticias, coronel —manifestó la señora Jennings no bien lo vio entrar en la habitación.

      —En absoluto, señora, gracias.

      —¿Era de Avignon? ¿Espero que no fuera para comunicarle que su hermana ha empeorado?

      —No, señora. Venía de la ciudad, y es sencillamente una carta de negocios.

      —Pero, ¿cómo pudo descomponerse tanto al ver la letra, si era solo una carta de negocios? Vamos, vamos, coronel; esa explicación no vale; díganos la verdad.

      —Mi querida señora —dijo lady Middleton—, fíjese bien en lo que dice.

      —¿Acaso es para decirle que su prima Fanny se ha casado? —continuó la señora Jennings, sin hacer caso a la recomendación de su hija.

      —No, por cierto que no.

      —Bien, entonces sé de quién es, coronel. Y espero que ella esté bien.

      —¿A quién se refiere, señora? —preguntó él, un tanto enrojecido.

      —¡Ah! Usted sabe a quién.

      —Siento muy especialmente, señora —manifestó el coronel dirigiéndose a lady Middleton— haber recibido esta carta hoy, porque se trata de negocios que requieren mi inmediata presencia en la ciudad.

      —¡En la ciudad! —exclamó la señora Jennings—. ¿Qué puede tener que despachar usted en la ciudad en esta época del año?

      —Verme obligado a dejar una excursión tan agradable —siguió él— significa una gran pérdida para mí; pero mi mayor preocupación es que temo que mi presencia sea necesaria para que ustedes tengan acceso a Whitwell.

      —¡Qué gran golpe fue este para todos!

      —¿Pero no sería bastante, señor Brandon —inquirió Marianne con un cierto nerviosismo—, si usted le escribe una nota al cuidador de la casa?

      El coronel negó con la cabeza.

      —Debemos ir —dijo sir John—. No lo vamos a retrasar cuando estamos a punto de marchar. Usted, Brandon, tendrá que ir a la ciudad mañana, y no hay más que hablar.

      —Ojalá la solución fuera tan fácil. Pero no está en mis manos retrasar mi viaje ni un solo día.

      —Si nos permitiera saber qué negocio es el que lo llama —dijo la señora Jennings—, podríamos ver si se puede retrasar o no.

      —No se retrasaría más de seis horas —añadió Willoughby—, si se aviniere en aplazar su viaje hasta que regresemos.

      —No puedo permitirme desperdiciar siquiera una sola hora en esto.

      Elinor escuchó entonces a Willoughby decirle en voz baja a Marianne:

      —Algunas personas no soportan una excursión de esparcimiento. Brandon es uno. Tenía miedo de resfriarse, diría yo, e inventó esta triquiñuela para escaparse. Apostaría cincuenta guineas a que él mismo redactó la carta.

      —No me cabe la menor duda —replicó Marianne.

      —Cuando usted toma una decisión, Brandon —dijo sir John—, no hay forma de persuadirlo a que cambie de opinión, siempre lo he sabido. Sin embargo, espero que lo piense mejor. Recuerde que están las dos señoritas Carey, que han venido des de Newton; las tres señoritas Dashwood vinieron caminando desde su casa, y el señor Willoughby se levantó dos horas antes de lo acostumbrado, todos con el propósito de ir a Whitwell.

      El coronel Brandon volvió a repetir cuánto sentía que por su causa se malograra la excursión, pero al mismo tiempo declaró que ello era ineludible.

      —Y entonces, ¿cuándo estará de vuelta?

      —Espero que lo veamos en Barton —agregó su señoría— tan pronto como pueda dejar la ciudad; y debemos posponer la excursión a Whitwell hasta su regreso.

      —Es usted muy atenta. Pero tengo tan poca certeza respecto de cuándo podré hacerlo, que no me atrevo a comprometerme a ello.

      —¡Oh! Él tiene que volver, y lo hará —exclamó sir John—. Si no está de regreso a fines de semana, iré a buscarlo.

      —Sí, hágalo, sir John —exclamó la señora Jennings—, y así quizá pueda descubrir de qué se trata su negocio.

      —No quiero entrometerme en los asuntos de otro hombre; me imagino que es algo que lo deshonra...

      Avisaron en ese momento que estaban listos los caballos del coronel Brandon.

      —No pensará ir a la ciudad a caballo, ¿verdad? —añadió sir John.

      —No, solo hasta Honiton. Allí cogeré la posta.

      —Bien, como está decidido a irse, le deseo buen viaje. Pero habría sido mejor que

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