Historia de la República de Chile. Juan Eduardo Vargas Cariola
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Con la llegada de los colonos alemanes el gobierno puso en marcha un plan para averiguar la existencia de terrenos fiscales en la provincia de Valdivia y proceder a su mensura. Respecto de los existentes cerca de Osorno, la tradición atribuía a Ambrosio Higgins su adquisición por donaciones de los indios y por compras a ellos. Un decreto de 20 de julio de 1849, del ministro de Hacienda Antonio García Reyes nombró al sargento mayor de ingenieros Agustín Olavarrieta para determinar la extensión de dichos terrenos. Este recibió el 20 de agosto unas largas instrucciones, que, entre diversos aspectos que debían ser considerados, entre otros las dificultades para calificar un terreno como fiscal, advertía acerca de la compra a los indios de grandes extensiones a precios ínfimos para emprender algunas “especulaciones de colonización”674. Muerto el ingeniero a poco de llegar a Valdivia, fue sucedido por Guillermo Frick, buen conocedor de la zona, quien a fines de 1849 pudo elevar al gobierno un informe con numerosos antecedentes sobre tierras fiscales y de particulares, entre las cuales se hallaba el potrero de Chanchán, de propiedad de varios indios, con títulos reducidos a escrituras después de un pleito sostenido entre ellos675. Frick no había logrado precisar si ese potrero constituía una isla entre las tierras fiscales o bien llegaba hasta la ribera norte del lago Llanquihue. En 1857 el intendente de Valdivia le hacía notar al ministro del Interior la imperfección de los deslindes, formados en “la mayor parte de las veces por líneas imaginarias que atraviesan por espesas selvas donde nunca ha penetrado la planta del hombre”676.
Un decreto de 4 de diciembre de 1855, reproducción del decreto de 14 de marzo de 1853, con las modificaciones pertinentes, constituyó la norma reguladora de las compras de tierras de indígenas o situadas en territorios de estos en la provincia de Valdivia. Para el territorio de colonización de Llanquihue fueron dadas normas similares por decreto de 9 de julio de 1856677. Otro decreto de la misma fecha estableció la obligación de fijar los deslindes de las tierras compradas a los indígenas en Valdivia y Llanquihue678.
LOS INDÍGENAS DE CHILOÉ
La recuperación demográfica de los naturales en el curso del siglo XVIII, víctima en los anteriores de variadas y mortíferas pestes y de represiones por alzamientos, llevó su número, hacia 1800, a unos 11 mil individuos679. En los dos decenios anteriores la población aborigen se había organizado en grupos que contaban con sus propias autoridades: un lonco, dos alcaldes que ejercían sus cargos durante un año, un alguacil mayor, un gobernadorcillo, un sargento mayorcillo y un ayudantillo. Un procurador en Castro y otro en Chacao estaban a cargo de la defensa de los intereses de los indígenas680. Vivían, como la mayoría de los habitantes de las islas, en estrecho contacto con el mar, de donde procedía buena parte de su alimentación, En 1826 José Santiago Aldunate, primer gobernador republicano de Chiloé, dispuso la elaboración de un censo, que probablemente exhibe errores por exceso, y que arrojó sobre 42 mil habitantes681. Ese censo, como los siguientes, no permite identificar a los indígenas, pues el gobierno abolió ese año la distinción entre “indios” y “españoles”. Sin embargo, la secretaría del gobernador provincial de Chiloé estimó en 1832 que la población indígena representaba una tercera parte del total, es decir, unos 14 mil individuos682.
Los numerosos informes de viajeros y de autoridades coinciden en describir a los habitantes de la isla como marcados por la pobreza y viviendo todavía en una economía de subsistencia y de trueque. Y lo más llamativo era que en su forma de vida no se advertía mayor diferencia entre el español, el mestizo y el indio. El cuadro descrito por Darwin, en 1834, de los indios de Quinchao es muy explícito respecto de los efectos del proceso de aculturación que habían experimentado:
Esta familia apenas sabía algunas palabras en español. Es muy agradable el ver que los indígenas han alcanzado el mismo grado de civilización que sus vencedores de raza blanca, por ínfimo que sea ese grado de civilización. Más al sur hemos tenido la ocasión de ver a muchos indios de pura raza, y todos los habitantes de los islotes han conservado sus nombres indios. Según el censo de 1832, había en Chiloé y en sus dependencias cuarenta y dos mil habitantes, de los que la mayor parte son, al parecer, de sangre mezclada. Once mil llevan aun su nombre de familia de indio, aunque es lo probable que en su mayoría no sean ya de raza india pura. Su modo de vivir es en absoluto el mismo de los otros habitantes y todos ellos son cristianos683.
Y el naturalista inglés se refirió asimismo a los indios que en corto número vivían en Cucao, en la costa occidental de la isla. Observó que ellos mismos hacían sus vestidos y que estaban bastante bien ataviados:
Disponen de alimentos en abundancia y sin embargo no parecen hallarse satisfechos; son tan humildes como es posible serlo. Sus sentimientos provienen, a mi parecer, de la dureza y brutalidad de las autoridades locales. Nuestros acompañantes, muy corteses con nosotros, trataban a los indios como a esclavos más bien que como a hombres libres. Les ordenaban que nos trajeran provisiones y nos entregaran sus caballos, sin dignarse decirles lo que les pagarían, ni siquiera si se les pagaría algo. Nosotros, que permanecimos tan solo con esos pobres una mañana, pronto nos hicimos amigos dándoles cigarros y mate. Se repartieron en partes iguales un terroncito de azúcar y todos gustaron de él con la mayor delicadeza. Después los indios nos expusieron numerosos motivos de queja, acabando siempre por decir: “Nos tratan así porque somos pobres indios ignorantes; pero eso no ocurría cuando teníamos un rey”684.
Muy propio de los indígenas, aunque también de la población española, era la creencia en supersticiones y en prácticas mágicas, aplicadas estas últimas a las curaciones de enfermedades por intermedio de los machis685.
LOS INDÍGENAS DEL EXTREMO SUR
En los archipiélagos del Pacífico entre el golfo de Penas y el estrecho de Magallanes se desarrolló la vida de los alacalufes o kaweskar, nómades marinos que supieron adaptarse a una geografía y a un clima extremadamente hostiles. Instalados ocasionalmente en algunas playas, estos indios “canoeros” tenían algunos lugares privilegiados de residencia en islas y canales especialmente inhóspitos en las proximidades del océano, como Edén, Puerto Grapler, Puerto Bueno, Muñoz Gamero, el canal Fallos, los archipiélagos Guayaneco y Madre de Dios y la red de canales entre el Castillo, el Ladrillero, el Brazo Norte y el canal Picton, en la intrincada zona de la isla Wellington686. Pero también por el canal Kirke alcanzaban en sus migraciones tradicionales al seno Última Esperanza y, cruzando desde el seno Obstrucción por el camino de los indios y cargando sus botes, llegaban al seno Skyring. Según Fitz-Roy, en 1830 los alacalufes tenían allí contacto con los tehuelches o aónikenk, con los cuales intercambian pirita de hierro por instrumentos de piedra y pieles de guanacos687. Frecuentaron también el estrecho de Magallanes, al menos hasta la fundación de Punta Arenas, y se sabe de sus viajes a las costas de la isla Dawson y