Por el placer de contar. Gladis Barchilon

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Por el placer de contar - Gladis Barchilon Cuentos

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de hacerlo; puede aclararle muchas dudas.

      Y diciendo esto, le acercó el papel. Ella se lo arrebató con ansiedad.

      Cuando terminó de leer el contenido, dijo:

      -¡Muerta, ella también está muerta como todos los demás! -Y agachó la cabeza, desolada.

      Alex cedió al impulso de abrazarla con afecto.

      -Yo la protegeré, Victoria, confíe en mí. En adelante seré como un hermano para usted.

      A partir de ese instante se precipitaron en su vida una vorágine de nuevas experiencias.

      Todo era distinto: la comida, la ropa, el transporte, las comunicaciones, la medicina, el lenguaje, la música y mucho más.

      Desde el primer momento, Alex la hizo incursionar en el mundo de la televisión. Al encenderla por primera vez, apareció la imagen de una bailarina contorsionándose al ritmo de salsa. Victoria se aproximó al aparato para examinarlo, sin llegar a entender cómo la mujer chiquita podía introducirse en su interior.

      Alex no quería cohibirla e hizo un esfuerzo por no reír ante sus ingenuos comentarios. Con mucha paciencia le fue dando las explicaciones del caso.

      Con el paso de los días, ella entendió de qué se trataba el fenómeno y se hizo aficionada. Todo le interesaba: noticias, entretenimiento, moda, deportes y cine. Veía una película tras otra, aunque algunas cosas no lograba procesarlas. Los códigos de la vida actual le resultaban muy diferentes a los de su época. Pero, progresivamente, fue advirtiendo que, pese a que los cambios eran enormes, la gente siempre se conducía de forma similar, con debilidades y grandezas. Ella solo debía comenzar a adaptarse a las distintas situaciones, modos y modas vigentes en el mundo contemporáneo.

      Antes de llevarla por primera vez fuera del ámbito de la casa, donde vivía como en una burbuja, Alex le trajo un conjunto de ropa moderna. Fueron muchos los esquemas mentales que debió vencer Victoria para despojarse de enaguas y corsés, y adaptarse a la sugestiva ropa de moda.

      Cuando se colocó un conjunto deportivo azul y zapatillas blancas acordonadas, se miró en el espejo sin reconocerse. Era insólito que una dama usara pantalones y aquellos extraños zapatones de tela. Ahora sí se asemejaba a una de las mujeres que había visto en los programas de televisión. Se paseó por la casa, mirándose en el espejo, por delante y por detrás. Alex le dispensó una sonrisa de aprobación y fue sintiéndose segura de sí misma. Poco a poco comenzó a disfrutar de su nueva vestimenta.

      -¡Me encanta tu nuevo look! -le disparó Alex.

      -¿Mi nuevo qué?

      -Look. En inglés significa tu nueva apariencia. Después nos ocuparemos de tu cabello, por ahora, puedes seguir usando el rodete, no te preocupes.

      Después de un tiempo, Alex consideró que estaba lista para salir a la calle.

      Introducida en el flujo del Microcentro porteño, se asombró de la enorme cantidad de gente que transitaba en todas direcciones, eran tantas que por poco se chocaban entre sí.

      Los ‘automóviles’ -enseguida acuñó el término- no estaban tirados por caballos. Se movían con la fuerza de un mecanismo llamado ‘motor’, que solo hacía ruido cuando los vehículos se desplazaban a gran velocidad. Se le antojaba imposible que hubiera cientos de ‘colectivos’ en las calles y transportaran a treinta o más personas en simultáneo.

      El subterráneo y sus puertas que se abrían y cerraban solas constituía también para ella una curiosidad. Las escaleras mecánicas y los ascensores la entusiasmaban, y más que nada los aviones, esos pájaros gigantes que surcaban el cielo continuamente. Supo maravillada que, en tan solo doce horas, podían cruzar el océano Atlántico y llegar a Europa transportando a cientos de personas. Era abismal la diferencia con los barcos de vapor a los que le insumía casi un largo mes realizar la misma travesía.

      Alex tenía mucha paciencia para explicarle en detalle cómo se vivía en el complicadísimo mundo actual. Tomó vacaciones en su trabajo, y durante ese tiempo, no se despegó de Victoria ni por un instante. Se sentía responsable de su persona.

      Para Victoria, Alex representaba el único eslabón con este nuevo mundo. Ella era casi un apéndice suyo. Sentía que había venido de otro planeta a un lugar en cual le era difícil moverse. Él era su nexo.

      En la calle no pasaba desapercibida. La piropeaban abiertamente con extrañas frases de dudoso buen gusto, cuyo significado no alcanzaba a entender del todo. ¡No podía creer que el mundo se hubiera transformado tanto!

      Las costumbres eran completamente distintas. Las relaciones entre hombres y mujeres se manejaban abiertamente.

      Ellas se paseaban en pantalones y faldas cortas, mostraban los pechos, los brazos, las piernas y los pies, sin pudor. Los hombres también vestían sin recato alguno, inclusive con pantalones cortos y sandalias.

      Le resultaba extraño que se exhibieran con el pelo suelto, en muchos casos de diversos colores: rubios claros sobre castaños y raíces oscuras, u otras combinaciones más exóticas aún, todo en una misma cabeza. Se enteró de que esto se lograba con productos especiales que se denominaban ‘tinturas’. También lucían gran variedad de peinados largos y cortos. El cuidado del cabello en general ya no se realizaba exclusivamente en las casas, sino también en negocios llamados peluquerías. ¡Algunas de ellas atendidas por peinadores varones!

      Vio a muchas personas caminando y hablando a través de unos artefactos llamados teléfonos celulares, cuya finalidad era la comunicación inmediata entre la gente, sin importar dónde ni a qué distancia estuvieran. A veces aparentaban hablar solos, aunque en realidad estaban conectados a unos pequeños adminículos llamados “auriculares”, por los que el sonido entraba directamente al oído, y de una manera inexplicable, respondían en voz alta a través de un fino cable. Otros escribían mensajes sobre las pantallas y hasta se enviaban fotos, o imágenes móviles. Así incorporó la palabra ‘video’.

      La computadora y el internet la maravillaron. Le llevó un tiempo aprender a usarla, pero, finalmente, consiguió navegar por la web. De ese modo podía despejar cualquier duda que se le presentara y satisfacer su curiosidad en variados temas.

      Si bien en su tiempo existían algunos establecimientos como el Café del Rey o el Tortoni, en el presente abundaban. Con el correr de los días acuñaba nuevos términos: ‘cervecería’, ‘parrilla’, ‘pizzería’, lugares que, por cierto, estaban siempre atestados de clientes. Alex y ella se hicieron asiduos concurrentes a un restaurante con ‘aire acondicionado’, cosa que a Victoria le encantaba.

      Durante una cena en aquel lugar, hablaron de temas relacionados con la anterior vida de ella.

      -¿Cuáles son las cosas que más extrañas? -le preguntó Alex.

      -Son muchas. Sería largo enumerarlas.

      -¿Cuáles, por ejemplo?

      -Principalmente, echo de menos a todas las personas que conocí. Daría todo lo que tengo por ver a mis amigos, a los criados, al resto de la querida gente que me rodeaba, y… ¿Por qué no decirlo?, había comenzado a nacer una simpatía entre un joven y yo. Lo recuerdo con cariño, y a veces, con pena.

      -¿Cómo se llamaba? -preguntó Alex con curiosidad.

      -Su nombre era Leandro Nicéforo. Un luchador por la democracia.

      -Lo

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