Res Gestae Divi Augusti. Nicolás Cruz

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Res Gestae Divi Augusti - Nicolás Cruz

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ese año (44 a. C.). Pero deduce, a continuación, y a modo de consecuencia directa de esta acción, su triunfo sobre Marco Antonio ocurrido bastante después en los años 31 y 30 a. C., a quien identifica simplemente como “una facción”. La idea central que el lector puede hacerse es que el hecho inicial fue la pacificación de Roma luego de las extensas guerras civiles que habían llegado a un punto máximo con el asesinato de César20. Cuatro años después de lograda la paz (27 a. C.) habría procedido a transferir de modo libre y voluntario la totalidad del poder desde sus manos al Senado y al Pueblo Romano (XXXIV,1), estableciendo de esta manera el carácter central y de mayor profundidad del nuevo régimen. Aunque se trate de hechos iniciales –recuérdese que Augusto gobernó hasta el año 14 d. C., esto es, 41 años más– en el texto aparecen antecediendo y concluyendo todas las noticias y referencias mencionadas. En términos generales, pero muy claros, a la paz habría seguido la restauración como resultado de un acto claro de voluntad política.

      La restauración política habría sido acompañada por un intento de reponer las costumbres antiguas (VI,1 y VIII,5) y las formas tradicionales de la piedad romana (VII,3; XIX,2; XX,3; XXIV,1 y 2), aspectos en los cuales el autor insiste bastante con la probable finalidad de señalar que se habría tratado de una intención real y no de una mascarada política. Este aspecto se encuentra presente también en una parte muy significativa de la producción literaria más cercana al régimen de la época, especialmente en Virgilio, quien construyó un Eneas cuyo rasgo distintivo fue el de la piedad, algo que también aparece como central el en el poeta Horacio y en varios pasajes de Ovidio.

      ¿El Senado romano? La pregunta que cabe hacerse es, justamente, de cuál Senado se habla en forma específica. Este cuerpo que había ido acumulando una serie de poderes a lo largo del tiempo, más por la vía de la práctica que por un proceso legislativo, había experimentado una serie de cambios durante el complejo y convulsionado siglo I a. C., y muy especialmente en los años en que Julio César detentó el poder.

      Augusto, desde su irrupción en la actividad política romana el año 44 a. C. demostró tener claridad en la necesidad de acercarse a los grupos sociales poderosos dentro de la sociedad romana, y esto representaba a la aristocracia senatorial y los caballeros del Orden Ecuestre. Con el paso de los años y disponiendo de poder suficiente, fue elaborando, modificando y ampliando este concepto. Por lo que al Senado se refiere, lo consideró una institución necesaria y de la cual esperaba que abasteciera al gobierno con una parte de sus funcionarios.

      Pero se trataba de un Senado reformado en una serie de aspectos: con 600 integrantes (un tercio menos que en los años inmediatamente precedentes, pero con el doble de miembros de lo que Augusto habría deseado), sus componentes fueron impelidos a desarrollar una vida ejemplar en lo político y lo personal, y se adoptaron varias medidas para cautelar este cumplimiento. Para ingresar al Senado reformado se debía tener, según el censo, bienes equivalentes a 1.000.000 de sestercios, contra los 400.000 anteriores. Para aristócratas y caballeros no parece haberse tratado de una gran suma, pero para algunos romanos e italianos sí podía llegar a serlo, y ellos recibieron apoyo directo del emperador cuando, según él, el caso lo ameritaba. Fue por esta vía que llegó a contar con un grupo de incondicionales dentro de la corporación.

      Un aspecto central de las reformas al Senado fue la reducción del poder que había tenido antes de la crisis de la República, tiempos en los cuales había controlado todos los aspectos de la vida romana. En el nuevo escenario, construido a través de sucesivas imposiciones y transacciones, los senadores mantuvieron una palabra importante en la vida religiosa; en la recepción de las embajadas y los problemas que ellas plantearan, sus integrantes se desempeñaban como gobernadores en una cantidad significativa de provincias –las llamadas provincias senatoriales–, y en sus sesiones debían aprobar las variadas iniciativas que se le proponían. La otra cara de la moneda era su exclusión casi completa del sistema militar que se estableció durante el gobierno de Augusto, su no injerencia en las relaciones con los reyes extranjeros y, por ende, su escasa gravitación en la política exterior romana. Perdió su influencia en la conducción de las finanzas imperiales y muchas de las provincias quedaron bajo el mando directo del emperador, particularmente aquellas en que se estacionaban las legiones romanas. Cuando el año 31 a. C. Egipto fue incorporado como provincia, los senadores no podían ir hasta allá sin contar con una autorización del gobierno central.

      Las relaciones de Augusto con el Senado han dado motivos para muchas investigaciones y divergencias entre los historiadores modernos, reproduciendo la disparidad que se encuentra presente en las fuentes antiguas. Un problema central radica en que el naciente sistema de principado mantuvo un espacio para el Senado y no hubo intentos por erradicarlo. El primer emperador se presenta en la inscripción como el promotor y ejecutor de esta idea.

      Cuando enfrentamos las múltiples menciones que se hacen al Senado en RGDA., debemos tener en cuenta que ellas se refieren a un período específico de la historia de esta corporación, un tiempo en el que sus poderes fueron reducidos en comparación con aquellos que había detentado en tiempos anteriores.

      Un

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