Res Gestae Divi Augusti. Nicolás Cruz
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La restauración política habría sido acompañada por un intento de reponer las costumbres antiguas (VI,1 y VIII,5) y las formas tradicionales de la piedad romana (VII,3; XIX,2; XX,3; XXIV,1 y 2), aspectos en los cuales el autor insiste bastante con la probable finalidad de señalar que se habría tratado de una intención real y no de una mascarada política. Este aspecto se encuentra presente también en una parte muy significativa de la producción literaria más cercana al régimen de la época, especialmente en Virgilio, quien construyó un Eneas cuyo rasgo distintivo fue el de la piedad, algo que también aparece como central el en el poeta Horacio y en varios pasajes de Ovidio.
Según sus propias palabras, Augusto habría sido alguien que deseaba restaurar y conservar un orden, y desde su posición de poder habría llevado adelante una búsqueda de consenso vuelto hacia las virtudes tradicionales de Roma. Consenso, antes que nada con el Senado romano, un organismo bastante modificado en cuanto a sus integrantes y poderes, pero cuyos miembros terminaron por aceptar el nuevo espacio concedido en la vida política romana y actuaron dentro de él. La contracara habría sido la decisión del emperador de contar de manera efectiva con este organismo para el desarrollo de su gobierno, entregarle de forma regular responsabilidades a sus integrantes, señalando, cada vez que le resultaba posible, que actuaba de acuerdo con la voluntad del que, de manera teórica al menos, seguía siendo el organismo rector de la vida política romana. Entre ambos hubo tensiones a lo largo del extenso gobierno de Augusto, pero no parece haberse llegado a una oposición irreconciliable21. Tácito, de manera ácida, señala que los senadores aceptaron riquezas y honores y en recompensa se mostraron dispuestos a servirlo22.
¿El Senado romano? La pregunta que cabe hacerse es, justamente, de cuál Senado se habla en forma específica. Este cuerpo que había ido acumulando una serie de poderes a lo largo del tiempo, más por la vía de la práctica que por un proceso legislativo, había experimentado una serie de cambios durante el complejo y convulsionado siglo I a. C., y muy especialmente en los años en que Julio César detentó el poder.
Augusto, desde su irrupción en la actividad política romana el año 44 a. C. demostró tener claridad en la necesidad de acercarse a los grupos sociales poderosos dentro de la sociedad romana, y esto representaba a la aristocracia senatorial y los caballeros del Orden Ecuestre. Con el paso de los años y disponiendo de poder suficiente, fue elaborando, modificando y ampliando este concepto. Por lo que al Senado se refiere, lo consideró una institución necesaria y de la cual esperaba que abasteciera al gobierno con una parte de sus funcionarios.
Pero se trataba de un Senado reformado en una serie de aspectos: con 600 integrantes (un tercio menos que en los años inmediatamente precedentes, pero con el doble de miembros de lo que Augusto habría deseado), sus componentes fueron impelidos a desarrollar una vida ejemplar en lo político y lo personal, y se adoptaron varias medidas para cautelar este cumplimiento. Para ingresar al Senado reformado se debía tener, según el censo, bienes equivalentes a 1.000.000 de sestercios, contra los 400.000 anteriores. Para aristócratas y caballeros no parece haberse tratado de una gran suma, pero para algunos romanos e italianos sí podía llegar a serlo, y ellos recibieron apoyo directo del emperador cuando, según él, el caso lo ameritaba. Fue por esta vía que llegó a contar con un grupo de incondicionales dentro de la corporación.
Un aspecto central de las reformas al Senado fue la reducción del poder que había tenido antes de la crisis de la República, tiempos en los cuales había controlado todos los aspectos de la vida romana. En el nuevo escenario, construido a través de sucesivas imposiciones y transacciones, los senadores mantuvieron una palabra importante en la vida religiosa; en la recepción de las embajadas y los problemas que ellas plantearan, sus integrantes se desempeñaban como gobernadores en una cantidad significativa de provincias –las llamadas provincias senatoriales–, y en sus sesiones debían aprobar las variadas iniciativas que se le proponían. La otra cara de la moneda era su exclusión casi completa del sistema militar que se estableció durante el gobierno de Augusto, su no injerencia en las relaciones con los reyes extranjeros y, por ende, su escasa gravitación en la política exterior romana. Perdió su influencia en la conducción de las finanzas imperiales y muchas de las provincias quedaron bajo el mando directo del emperador, particularmente aquellas en que se estacionaban las legiones romanas. Cuando el año 31 a. C. Egipto fue incorporado como provincia, los senadores no podían ir hasta allá sin contar con una autorización del gobierno central.
Las relaciones de Augusto con el Senado han dado motivos para muchas investigaciones y divergencias entre los historiadores modernos, reproduciendo la disparidad que se encuentra presente en las fuentes antiguas. Un problema central radica en que el naciente sistema de principado mantuvo un espacio para el Senado y no hubo intentos por erradicarlo. El primer emperador se presenta en la inscripción como el promotor y ejecutor de esta idea.
Cuando enfrentamos las múltiples menciones que se hacen al Senado en RGDA., debemos tener en cuenta que ellas se refieren a un período específico de la historia de esta corporación, un tiempo en el que sus poderes fueron reducidos en comparación con aquellos que había detentado en tiempos anteriores.
El Orden Ecuestre es mencionado de manera escasa dentro de RGDA. En XIV,2 se menciona que la totalidad de los caballeros (ecuestres) donaron escudos, lanzas y nombraron Príncipes de la Juventud a Cayo César y Lucio César, hijos adoptivos de Augusto y subentendidos herederos, con ocasión de su nombramiento prematuro como cónsules. La otra mención, y de mayor significación, se encuentra en XXXV,1, cuando Augusto, al referir su nombramiento como Padre de la Patria, indica que este reconocimiento fue proclamado por “El Senado, El orden Ecuestre y la totalidad del Pueblo romano”, referencia en que, de manera inusual, el autor incluye una mención al Orden Ecuestre en la fórmula que siempre había estado reservada solo al Senado y Pueblo romano. El silencio relativo a los ecuestres o caballeros romanos ha llamado la atención dada la importancia que tuvieron dentro del gobierno de Augusto y el régimen establecido. La mayor parte de los analistas señala que, por una parte, el emperador, en esa clave conservadora que identificó todo su régimen, restauró el prestigio del Orden Ecuestre del período republicano, y también recurrió a ellos de forma reiterada para abastecer de funcionarios a una serie de cargos nuevos que se iban generando en la medida que crecía y se hacía más compleja la administración imperial23.
Asimismo, se estableció un consenso más difícil de precisar con la plebe romana puesto que tuvo como base la prestación mutua de una serie de servicios y favores. Por una parte, el emperador asumía la representación de este sector a través de la tribunicia potestad, y a partir de esa condición se comprometía a adoptar una serie de medidas que beneficiaran a los plebeyos. Todo esto en el contexto de una plebe disminuida en relación con su gravitación social y política dentro del nuevo escenario del Imperio romano24.