Match Love 2.0. T. J. Chairman
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«Busco alguien que me haga reír, ji, ji, ji».
«Haz espacio en tu vida para alguien que te quiera, porque en su cama te lo hace cualquiera».
«¡Pero si podría ser su madre!». (Entre cierta sonrisilla y cara de porque yo lo valgo, cuando alguien veinte años más joven le «entra»). Me parece que el fanfarroneo ha cambiado de sexo; como apuntaba aquella canción de Scorpions, Winds of change...
«¡Los hombres mienten!» o, lo que es lo mismo, «se quieren acostar contigo tras una gran inversión en forma de mensajes de amor —y cenas— y, una vez tienen lo «que querían», cambian su actitud y desaparecen sin decir adiós».
«No me gustan los cachas de gimnasio, no tienen conversación, ji, ji, ji».
«No soy de irme a la cama el primer día, ni con el primero que pasa». Esto lo dicen con cierta rotundidad antes de quedar por primera vez para, horas después (y tras varios mojitos), mostrarse sorprendidas al despertarse por la mañana desnudas en la cama de su nuevo «amigo»; situación que corrigen con un: «No te lo vas a creer, es la primera vez que me pasa, ji, ji, ji». Parece de chiste, ¿eh?
«No soy de las que buscan, prefiero que me encuentren».
«¡Yo no voy detrás de nadie!».
«¡Los hombres van a lo que van!».
«Solo busco amistad, entré por curiosidad ji, ji, ji». (Por eso en la mitad de sus fotos pueden aparecer en bikini y en la otra mistad postureando o poniendo morritos...).
«¡El mercado está muy mal!».
«Por cierto, ¿cuánto mides? ji, ji, ji». Y esto lo preguntan en el minuto uno, como si toda la posible relación dependiera de ese factor tan importante (eso sí, ellas, en su perfil, dejan bien claro que no quieren conocer a hombres superficiales que solo miran el físico).
Las redes sociales (además del uso para el que fueron desarrolladas) se usan para que muchos de los que encuentran en ellas la excusa perfecta para probar suerte (como si de una máquina tragaperras se tratase) liguen, con la remota esperanza de que los tres jockers se alineen, y obtener el premio gordo. Si a esto le sumamos las páginas de contacto, cada vez más y más variadas (las hay dedicadas en exclusividad a personas casadas que buscan una infidelidad puntual, por ejemplo), podría decirse que la vanidad y soberbia femeninas pueden verse agrandadas hasta el punto de crear una adicción difícil de superar.9
Johny PT, uno de mis entrevistados, me explicó que una vez quedó con una chica muy normal físicamente y que, a los pocos minutos de la cita, ella sacó el móvil para enseñarle las más de cien solicitudes de amistad que tenía pendientes de aceptar en Facebook. La «muchacha» —de 55 años— decía no entenderlo, pero cuando Johny «rascó» un poco resultó que ella estaba en un grupo de amistad de dicha red social y que le gustaba dar las buenas noches a sus nuevos amigos virtuales con una foto de una pin-up y un mensaje de lo más hot. Decía no entender nada, y menos tanta desesperación masculina por querer conocerla, pues se consideraba a sí misma muy normalita (por no decir fea). Pues sí, amigos(as), esto también ocurre.
Citas originales en algún spa, sexualidad a tope en hoteles por horas con «empotradores» (que luego resultaron ser un bluf), encantadores de serpientes las veinticuatro horas, romanticismo más falso que una moneda de cuatro euros y la pedantería del snob de turno son solo algunos de los ejemplos con las que la mujer se va encontrando, pero elevados a una función exponencial interminable.
Quizá si estás leyendo todo esto puedas no creerme, aunque lo mejor de todo es que no hace falta que sea una mujer físicamente espectacular. Tan solo es necesaria una foto de perfil con cierta gracia y a veces ni eso. Te animo a dar de alta diferentes perfiles femeninos con fotos de hadas sensuales o imágenes sacadas de algún cómic erótico (con una descripción en la que dejes entrever que no deseas un compromiso serio), y así lo compruebas por ti misma.
Evidentemente, reciben muchísimas más propuestas, a las que ni siquiera dedican un segundo, pues no tienen tiempo material de contestar a todos los interesados; hacen un filtro en base a lo bien que le hayas regalado los oídos en tu mensaje (en un foro femenino leí que para ellas en su mayoría el punto G estaba en la oreja), a lo buenorro que te muestres en tus fotos, a lo insistente que seas o lo simpático y original que les resultes. Es muy curioso ver en tantos perfiles la frase «busco alguien que me haga reír». Un conocido, harto de este aspecto, le preguntó a una que por qué no buscaba payasos de circo, momento a partir del cual le perdió el rastro para siempre. Cosas que pasan...
Si como hombre no estás en uno de esos grupos, al que hay que añadir el de machos con poder y dinero, entonces no existes para ellas por más esfuerzo que dediques al tema. Hay quienes se anuncian subidos a su pedazo de moto, delante de la piscina de su chalet o encorbatados en la silla del despacho. Hay un grupo numeroso de mujeres que siente fascinación por hombres así, aunque cuando se ha consumado el sexo (y la magia eterna prometida se ha esfumado como por arte de magia), les resulten pedantes, egocéntricos, narcisistas, malos amantes y una larga lista de etiquetas.
Para la mayoría de hombres la mujer cuando menos es muy curiosa, no tiene un baremo, por lo que, si eres atractivo, la estás cortejando; pero, si eres feo, se puede sentir acosada. Si tienes dinero eres un seductor, pero si estás en el paro y vives con tus padres la estás agobiando.
Una vez me contaron el caso de alguien que en su descripción de perfil decía: «No llevar chupete en el escote ni viagra en el bolso», en referencia a que estaba agotada por el hecho de que solo le escribieran jovencitos con ganas de sexo o abuelos con curiosidad por ganarse sus atenciones (ofreciéndole para ello prebendas de todo tipo). Cuando a esta persona le sugirieron que tomara la iniciativa en la búsqueda activa de hombres que cumplieran sus requisitos, entró en un estado de indignación total: «Yo no soy de buscar, eso es aún más agotador, ¡prefiero que me encuentren!».
Después de varias citas con subidas de adrenalina por las escenas vividas y sacadas de las Cincuenta sombras de Grey (muchos no entienden a tanta mujer que dice haberse aburrido sexualmente con su marido durante veinte años y que en seis meses, tras la separación, ha tenido más y mejor sexo de lo que había soñado nunca), pueden entrar en una fase difícil, pues explican haberse cansado de experimentar y que ahora buscan «algo más que solo sexo», algo más que un «comeorejas» profesional. Aquí hay una drástica disminución de sensaciones placenteras, pues el filtro se vuelve más exigente y el amor verdadero parece que no va a llegar nunca.
Emocionalmente, es como tener que desengancharse de una droga y no tener otra con la que substituirla. Aun así permanecen en las páginas a ver si un día suena la flauta. El interés se va perdiendo y cada vez dedican menos tiempo y entusiasmo a revisar su correo. Llegados a este punto, han tenido tiempo de conocer a muchos; alguno de los cuales se ha quedado en sus vidas como amigo, amigo «con derechos» o vete tú a saber.
En este momento acude rauda y veloz a su perfil, dejando bien claro que se abstengan de escribirle todos los estereotipos masculinos que hasta ahora lo han hecho y que solo lo hagan —faltaría más— aquellos que cumplan todos y cada uno de los requerimientos de una lista interminable. Esta advertencia es insuficiente para muchos varones que, ávidos de amistad, sexo o curiosidad, se lanzan igualmente a probar suerte.
Muchos se sorprenden por el hecho de que tantas féminas digan haberse sentido utilizadas por quienes con palabras bonitas se las han llevado a la cama, para luego experimentar una sensación de abandono profundo una vez se ha consumado el sexo y la fiesta ha terminado. En algunos de los foros de debate a los que he asistido he escuchado como explicación frases del tipo: «Siempre he sido muy ingenua», «Me