El almacén de los recuerdos. Denise Arredondo

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El almacén de los recuerdos - Denise Arredondo

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espejo lleno de inseguridades.

      “Inseguridades”. ¿Quién no las tuvo? ¿Quién no las tiene? Hoy, quizá, te despertaste un poco aturdido, nostálgico, y te paraste en aquel espejo que se encuentra en la esquina de tu cuarto, lo que viste ahí no te gustó, te sentiste mal, un poco extraño, un poco inseguro, lo comentaste con tu almohada, pero de nada sirvió.

      Llegaron esas voces, esas voces que no paran ni un segundo, esas voces que decían que así de insegura nadie te iba a querer, que a los inseguros la vida se les escapa, que la suerte no los acompaña.

      Pero quién no tuvo su noche, su tarde de domingo con lluvia en donde la melancolía venía acompañada de infinitas inseguridades.

      Pero podés cambiar y eso no lo entienden.

      Después de aquella pelea frente al espejo, después de resaltar miles de defectos y de estar triste, siempre hay otro día. Quizá te despiertes un lunes, te mires y no te encuentres ningún defecto, cantes y hables frente a ese espejo que recibió tantos gritos, tantos enojos y conoció tantas facetas tuyas, pero que nunca juzgó. En cambio el que te vio inseguro y después te vio queriéndote, no lo comprende, no entiende el paso tan corto de la tristeza a la felicidad o viceversa y no entienden que existen los puntos intermedios.

      ***

      El bar

      He observado el reloj, tu presencia lleva diez minutos de demora.

      Mi café se enfría, tu café se enfría, ni yo puedo beberlo.

      Volví a marcar tu número, pero nadie habló, ni el contestador me dio respuesta alguna detrás de aquella llamada.

      El eco del silencio era lo único presente, y como era de esperarse tu ausencia se transformó en mi compañía.

      Pagué por tu café.

      Pagué por mi café.

      El señor de aquel bar creó el rumor de que yo estaba loca, y que siempre lo hacía servir cafés para alguien invisible.

      Esta vez juraste que llegarías, pero nadie demora dos días, tantas horas y diez minutos.

      Siempre fui tu “después” y vos siempre fuiste mi presente.

      Las pilas del reloj se acaban. Y en el bar de la esquina el café se termina.

      Quisiera que tu presencia sea más existente que tu ausencia. Y quisiera que este viento se lleve con él las olas de inviernos infinitos que dejó tu adiós.

      ***

      Carta de amor

      Hoy no es ninguna fecha en especial, pero siento la necesidad de escribirte, tengo ganas de escribirte. Siempre quiero hacerlo, siempre me invade la necesidad de poner en papel todo lo que siento por vos. Pero las palabras nunca llegan, porque nunca sé exactamente qué decir, qué decirte, pero hoy creo que sí. Hoy siento que tengo las palabras justas, las conexiones correctas.

      Y para empezar esta carta de amor quiero decirte que te amo, te amo, sí, te amo. Y en verdad no sé qué tan grande es esa palabra, pero al parecer tiene mucho poder. Yo no sé si con decirte solamente “te amo” estoy satisfecha, si con decir solo “te amo” completo la lista interminable de sentimientos que tengo por vos, si con decir “te amo” ya te estoy diciendo todo.

      Sí, yo sé que te amo, pero siento mucho más que un solo “te amo”, tengo una ola de sentimientos por vos, tengo una mezcla de palabras, tengo conexiones incorrectas o correctas, no sé, francamente ya no sé.

      En parte quizá eso sea el amor, no saber. No saber lo que sentimos, lo que estamos llevando dentro de nosotros, no distinguir algunos sentimientos, no comprender exactamente lo que es, lo que uno siente. Y nunca se encuentra algo justo, algo con exactitud que tenga el mismo valor, el mismo significado de lo que uno lleva dentro.

      Porque yo te miro, y Dios, el mundo se me paraliza, se me rompen todos los esquemas, hacés un revuelo en todo lo que llevo dentro, te miro y comprendo que estando con vos no hay nada ni nadie que necesite más. Porque me das amor, calma, vida, la felicidad misma en unas manos, un universo entero con tan solo rozar tus labios.

      Nunca creí amar de esta manera, nunca creí encontrar unas manos que con tan solo un roce me hagan estremecer, jamás imaginé algo así, una vida repartida en dos, transformada en un nosotros.

      Pero el primer día en que te vi sinceramente sentí que todo esto era nuevo, que algo más se aproximaba, algo más que una sonrisa, una mirada y unas palabras.

      Y el tiempo me fue dando la razón, no quedaron solo las miradas y las sonrisas en ese momento, sino que se multiplicaron y se transformaron en un recuerdo, nuestro recuerdo, y recorrimos un camino, lo llenamos de nuestra vida. (Ya no sé lo que es vivir si vos no estás acá).

      Hay un poco de nostalgia en escribirte todo esto, porque empiezo a recordar el largo trayecto que hicimos juntos y me doy cuenta de que en verdad no puedo pedir más.

      Fui feliz, y soy feliz desde que estás junto a mí, desde ese agosto cuando te empezaste a interesar por mí. Fui feliz, soy feliz y seré feliz mientras mantengamos este amor intacto, estas flores sin marchitar.

      Es que me diste color, pintaste todos mis días grises, me borraste tristezas y poco a poco te llevaste todo lo malo de mí, lo desechaste, lo volviste útil, bien indispensable.

      Es tan hermoso el amor cuando es de esta manera, cuando es sin límites, sin ataduras, cuando es libre de sentir y de poder ser escuchado y expresado.

      Quiero terminar esto diciendo que te amo, pero como te dije en un principio, no sé qué tan fuerte y qué tan poderosa sea esa palabra, pero parece tener mucho significado. Y si decir “te amo” es regalarte todas las estrellas, la luna, el sol, la vida, mis manos, mi amor, si es que es todo eso y más, entonces sí, te amo. Pero siempre recordá que te amo más de lo que alguna vez llegue a imaginar.

      ***

      ¿Y si te bajaba la luna?

      Noches de tristezas, ahogadas en un llanto permanente.

      Noche sin luz.

      Noche sin vos.

      Noches nostálgicas queriendo volver a ser lo que fuimos una vez.

      Noches sin mí.

      Noches sin nosotros, ahuyentando recuerdos, recuerdos dolorosos que no tienen olvido entre nosotros dos.

      Noches y noches.

      Noches enteras tratando de bajarte la luna, noches enteras tratando de entregarte las estrellas.

      —¿Y si la luna te hubiese bajado?

      —Nadie puede bajar la luna, Juan.

      —No, no estás entendiendo. ¿Y si la luna te hubiese bajado?

      —No estás entendiendo vos, Juan. Nadie puede bajar la luna.

      —Pero si yo, si yo hubiese sido la persona correcta que una vez supo bajar la luna, ¿te hubieses ido? ¿O ahora te quedarías aquí conmigo?–Solo hubo más silencio que

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