El silencio de las flores. Mamen Gómez

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El silencio de las flores - Mamen Gómez

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jardín. Las flores que antes canturreaban y bailaban al son de la primavera dejaron de brillar antes de Navidad. ¿Sabes esa sensación de cuando estás viendo una película y, de repente, termina? Te quedas con cara de pardilla pensando que de qué narices va el guionista para decidir un punto y final tan poco apropiado. Te encantaba la historia, adorabas a los protagonistas, te descargaste hasta la banda sonora porque hasta eso era perfecto. Y entonces, todo en silencio. ¿Y qué puedes hacer? ¿Buscas un correo electrónico de contacto para pedir explicaciones? ¿Entras en Twitter pidiendo el boicot a la persona responsable de esa decisión? Evidentemente, no. Aceptas. Admites que las cosas son como son. Y pides en silencio, a la vida y al tiempo, que te regalen una secuela con la que poderte resarcir. Que llegue o no, no depende de ti en absoluto. Mientras tanto, sigue la rutina y, quién sabe, puede que te vuelvas a enamorar de otra cinta que acabe de mejor forma o, mejor aún: que nunca acabe.

      Sin embargo, esto no va de largometrajes, ni de alfombras rojas, ni de trajes de fiesta. Las flores de mi paraíso particular se mustiaron, y la verdad es que no sé bien qué gritarían si supieran hablar. El caso es que ya no depende de ellas, sino de mi amor propio, recuperar las riendas de mis ilusiones, reescribir mi historia y volver a ser yo misma. Hasta en los días más oscuros hay motivos para sonreír, siempre. Y yo sé lo que molesta que te digan eso cuando estás regular, pero es la verdad. En esta vida hay muchos tipos de problemas. A priori, el mal de amores no te mata, todos lo sabemos. Tampoco acaba contigo que te despidan del trabajo o que tu estabilidad familiar se tambalee. Tampoco parece grave no encontrar tu camino, que todos parezcan evolucionar menos tú, que no seas capaz de reconocer lo mucho que vales, que solo veas tus defectos, que te sientas fea, fofa, estúpida. Problemas secundarios. No son enfermedades terminales, desde luego. Y por descontado que cada mañana debemos dar gracias por todo lo que tenemos. Por el techo, la comida, el abrazo de mamá, el piropo de la abuela, el sueldo, el calorcito tras el invierno y todo eso que no valoramos hasta que lo perdemos.

      Pero lo que quiero decir es que sí, que hay que dar las gracias, pero que no hay preocupaciones menores (a no ser que objetivamente sean completas chorradas). Que no nos podemos sentir culpables por estar tristes. Que tú, que lees, tienes derecho a leer esto llorando, si así lo necesitas. Y no, gracias al cielo y al universo, nunca me he enfrentado a grandes problemas, pero hubo un mes, hace unos cuantos meses, en el que perdí a mi amor, mi trabajo, mi rutina y hasta mi habitual sonrisa. Y para otras personas, eso será una pataleta de niña pequeña, pero yo perdí las ganas de levantarme de la cama algunos días. Y ni siquiera tenía ganas de escribir. No escribía porque me daba miedo leerme y aterrarme con mis propios pensamientos. No quería leer pesimismo ni negatividad. No quería publicar en el blog ni en mis redes sociales para que nadie intuyera lo que me estaba pasando. Solo quería desaparecer temporalmente, hacer como una larga pausa publicitaria.

      Pero justo en ese momento, sin más espectadores que estos dos ojos marrones, y muy poquito a poquito, comencé a juntar letras de nuevo. Libretas, anotaciones en el bloc de notas de mi móvil, grabaciones de reflexiones personales y garabatos sin sentido. Todo ello, junto con mis amigas, mi familia, mis gatitos y los viajes, han asentado las bases de una nueva yo. Más sabia, más bonita, más madura, más capaz de reconocer sus errores y sus aciertos. Todo lo que callé cuando se pudrieron las margaritas, todo lo que dejé de contarme y de contarte, todo el amor que no supe dónde meter y todos los deseos que se quedaron bajo mi piel.

      Bienvenidos a este cuaderno de apuntes, sueños y reflexiones de una escritora con corazón de fondant. En este libro, basado en sentimientos reales, nunca sabréis exactamente cuándo habla Marta y cuándo hablo yo. Seguramente, aquello que creáis que es ficción sea realidad... y viceversa. Sea como sea, quiero dejar por escrito, para que no exista ningún tipo de duda, que la esencia de esta obra no es otra que el amor más puro y sincero, basado en el respeto a una historia que me cambió la vida para bien y que me convirtió en una mejor persona. Quién sabe cuántas vidas me cambió.

      Si me admitís un consejo, leedlo despacito con la mente y el alma abiertas de par en par, y recordad: cada uno vive la vida y el amor a su manera. Que nada ni nadie os haga dudar de vuestra intuición. Porque no hay nada más poderoso que una corazonada a tiempo, ni nada más torpe que desoír esa vocecita que te pide que le hagas caso.

      Disfrutad del camino.

      Mamen Gómez Faubel —o La chica de los jueves—.

      INTRODUCCIÓN

      Recuerdo, como si fuera ayer, la noche de San Juan de 2006. Julia y yo no éramos mucho de ir a la Malvarrosa a saltar las olas, así que me invitó a la azotea de su casa con la promesa de una velada llena de emociones fuertes con los hechizos de la Súper POP y un montón de velas de «todo a 100». Folios, bolígrafos, cerillas y la pobre papelera de su hermana mayor para hacer las veces de bidón en el que quemar deseos y ruegos al universo fueron testigos de nuestra primera y cutre incursión en el mundo esotérico. Como dos jóvenes brujas, deseosas de encontrar al hombre ideal en algún momento de nuestras vidas —Oh, señor oscuro, gracias por no haberme concedido el deseo de gustarle al chico que me gustaba en aquel momento—, conjuramos, muertas de la risa, durante horas. Como era de esperar, ninguno de nuestros encantamientos sirvió para nada, así que decidimos dejar eso de la magia a un lado y dedicarnos a otros menesteres. Estudiar, trabajar, crecer, perder y volver a sentirnos invencibles. Como cualquier otra persona en el mundo, ganando años, vivencias, obligaciones, amores —platónicos y reales— y sustos.

      Ya han pasado trece años. Trece años, un corazón de fondant y un cuaderno después, vuelvo a esa noche por motivos que iré desarrollando poco a poco y que se escapan de toda lógica. La Marta del pasado, con el pelo mucho más rizado y con las uñas mordidas, no tenía ni idea de todo lo que la vida le tenía preparado. Si la tuviera delante, creo que la abrazaría muy fuerte y le pediría que no se fijara tanto en idiotas hípsters, que confiara en sí misma y en su intuición. Le diría que sus sueños se cumplirían tarde o temprano, que fomentara su lado espiritual y que el amor, tal y como ella lo entendía, llegaría. Le diría que nunca diera nada por hecho. Marta, que no te confundan las circunstancias. La vida sabe lo que se hace y no da puntada sin hilo. Cuando vuelvas a encontrarte con Pedro sentirás algo que no podrás explicar con palabras; con lo que te gusta a ti razonarlo todo, no veas la rabia que te dará. El destino os juntará de nuevo cuando lo crea conveniente y te prometo que merecerá la pena tanta espera. Te juro que nadie te hará tan feliz como él, porque no solo será tu amor: se convertirá en tu mejor amigo. No tengas miedo a perderle, porque nunca lo harás, incluso aunque parezca que sí. No te voy a engañar, os separaréis y no será nada fácil. Sentirás que algo dentro de ti muere de forma inmediata, pero créeme cuando te digo que el dolor dejará paso a una Marta más fuerte, más segura de sí misma y con una mayor capacidad de amar. Pedro seguirá estando, porque lleva aquí desde antes de que puedas imaginar y nunca se marchará. Vivirá en tu corazón siempre. Vivirá en cada paso que des, hasta en el viento, en el agua y en las flores. Vivirá en lo cotidiano y en lo extraordinario, en distintas realidades, planos y dimensiones. Las cosas no son siempre lo que parecen. Cierra los ojos y abre el alma, porque lo vas a necesitar.

      Nena, agárrate bien al asiento, porque tu viaje va a ser alucinante.

      Pedro, no te imaginas lo mucho que te echo de menos. Si tuviera delante a tu yo del pasado, le diría que se despojara de miedos y de cargas, que pensara más en él y en su felicidad, que escribiera más, que luchara más por todo eso que le hace feliz. Le diría, sobre todo, que no sé en qué momento empecé a quererle, pero que dudo que deje de hacerlo. Que, cuando crea que no volverá a enamorarse nunca, se descubrirá a sí mismo como un niño pequeño haciendo tonterías solo para hacerme reír. Que viviremos momentos mágicos que ni la más amarga despedida conseguirá ensombrecer. Porque en nuestro amor pueden caber muchas cosas, pero el rencor no es una de ellas.

      Te diría, Pedro, que mi vida comenzó a ser especialmente bonita cuando llegaste a ella. Que nadie sabrá nunca lo que hay entre tú y yo, porque a veces no lo entendemos ni nosotros mismos, pero si algo

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