La nave A-122. Julio Carreras

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La nave A-122 - Julio Carreras

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podía dar la vuelta al caso—. ¡Explíquese!

      La mañana anterior, Moyá y Capdevila habían acudido a la sede principal del Consorci, la empresa encargada de la gestión de la Zona Franca, para solicitar las imágenes captadas por sus cámaras de seguridad. Aquellas imágenes echarían un poco de luz sobre el asunto. Como mínimo servirían para averiguar cómo se habían llevado los coches, y a partir de ahí podrían centrar el tiro de las investigaciones. Con suerte hasta podrían hacerse con alguna imagen de los ladrones. Para su sorpresa, en lugar de ser la típica visita en la que solicitaban información y un alto mando con voz condescendiente les informaba que tan pronto como pudieran se la enviarían, la reunión fue mucho más operativa de lo que imaginaban.

      —Nos recibió un ingeniero informático llamado Ignacio Brey. Tenía que haber visto a ese tipo —puntualizó Moyá—. ¡Vaya friki!

      La agente continuó.

      —Brey nos informó sobre el ataque cibernético que sufrieron el día de Navidad. Según parece, tiempo atrás alguien se había colado en sus sistemas y alojado un virus informático. Aún no han podido averiguar ni cómo ni cuándo, pero están en ello. Por su entusiasmo al describir cómo actuaba el virus, parecía que estaba narrando un hito en la historia de la informática moderna.

      El programa había permanecido en estado de letargo y se había activado el veinticuatro de diciembre a las nueve de la noche, precisamente cuando todos, incluso los vigilantes de seguridad, se preparaban para cenar y felicitarse las fiestas entre turrones, polvorones y cava. El virus actuaba recuperando imágenes antiguas, tomadas en fin de semana a la misma hora que la actual y sustituyendo estas por las nuevas. De este modo, los vigilantes difícilmente se darían cuenta de que lo que veían y grababan las cámaras no era lo que estaba sucediendo en la realidad. La peculiaridad del ataque, según lo que habían podido averiguar, es que el engaño solo había ocurrido con determinadas cámaras, justo las que cubrían el sector que ocupaban las instalaciones donde había tenido lugar el robo.

      Su explicación concluyó con una disertación, bastante subjetiva, sobre la repugnancia que le daba tener que trabajar con Windows, y que eso con un Mac no habría pasado jamás.

      No habían podido obtener más información por parte del ingeniero. «Su jefa, Jude Gambeaux, la responsable de seguridad del Consorci, francesa de pura cepa, como su propio nombre indica —aclaró Sonia Moyá—, se encontraba en Francia pasando las vacaciones de Navidad con su familia. Mañana estará de regreso».

      — Pese a la reticencia de Brey, la hemos llamado por teléfono. Según nos han dicho, quiere hablar con usted directamente. Está muy preocupada por este asunto y pretende abordarlo personalmente.

      — Brey no ha puesto muy buena cara… —añadió Wiggum.

      —¿Cree que tiene algo que ver?

      — No lo sé. Pero mi instinto me dice que Jude no se fía de él.

      —Esto cada vez me gusta menos... —murmuró Matías mientras se pasaba la mano concienzudamente por la calva—. Parece que todo está excesivamente planeado, demasiado para tratarse de un robo de coches.

      —Al menos esto nos permite descartar la opción del robo usando los contenedores de carga para sacarlos por mar… Los coches nunca llegaron a la zona logística, lo hubiera captado el resto de cámaras.

      —Sí. Menos da una piedra. Nos acercaremos para entrevistarla —dijo haciendo un gesto en el que incluía a Laure.

      — Pero eso no es lo único —continuó la agente—. Tal y como nos ordenó, hemos buscado imágenes captadas por otras cámaras cercanas a la nave A-122.

      —¿Dónde las obtuvieron?

      —Fuimos a preguntar a otras empresas cercanas.

      —¿Y qué tenemos?

      —¡Otra vez nada!

      Exasperado por el desmedido suspense de la explicación de Moyá, le animó con la mano a que avanzara hacia el punto en el que se encontraban.

      —¡Demonios! Que esto no es El sexto sentido… ¡No le ponga tanta intriga y vaya al grano!

      —Ya va… ¡Encima que se esfuerza una en entretenerle! Hay cuatro cámaras que no gestiona el Consorci y captan parcialmente la calle que da acceso a la nave A-122. Todas ellas de empresas cercanas y… adivine qué. Las cuatro fueron boicoteadas la noche del robo utilizando el mismo sistema que en el interior de la nave, con un spray.

      Sin duda el que había ejecutado el robo conocía muy bien la zona.

      —Pero aún hay más. ¡Ah!, y esto le va a gustar.

      Acto seguido la agente, esta vez con la ayuda de un más participativo Wiggum, extendieron un amplio mapa de la Zona Franca. Una zona coloreada en rojo se resaltaba en el centro.

      —Hemos marcado en color la zona que cubrían las cámaras boicoteadas del Consorci. Toda esta zona —puntualizó la agente pasando la mano por el área coloreada—, estuvo «a oscuras» el día de Navidad. Estas —dijo señalando cuatro líneas verdes que partían del mismo punto, la nave A-122, y recorrían las calles del área coloreada en diferentes direcciones—, son las posibles rutas de salida hacia las carreteras cercanas.

      —Según esto, solo hay cuatro vías de escape de los coches, trailers o como quiera que sea que hayan sacado los vehículos. Cuatro rutas para sacarlos de la Zona Franca —añadió Wiggum bajo la atenta mirada del resto del equipo—. Vamos a buscar imágenes que cubran estas salidas. Debajo de las piedras si es necesario.

      —Adelante. ¡Excelente trabajo! —exclamó Fonseca mirando con satisfacción a Moyá y dando un suave golpecito sobre la espalda del fornido agente.

      Wiggum hizo ademán de enrollar el mapa, pero Matías le indicó con un gesto que lo colgara con unas chinchetas en la pared.

      En los rostros de su equipo se veía un atisbo de optimismo por los primeros descartes.

      —¿Sabemos por qué robaron sesenta y nueve coches? ¿Esos y no otros? —preguntó Moyá.

      —Suena tan erótico… —susurro el hondureño sacando la lengua con un gesto ordinario.

      —Hágase un favor, Antunes… Vaya al psicólogo. ¡Está enfermo! Sí, lo sabemos, son los que pasaban más desapercibidos.

      Fonseca les relató lo que habían averiguado el viernes anterior, incluso sin hacer nada para ocultar su resquemor, reconoció la buena idea que había tenido Laureano.

      Antes de dar por finalizada la reunión y hacer el tradicional brindis de fin de año, repasaron las líneas en las que seguirían trabajando cada uno. Que el robo hubiera tenido lugar en aquella época era un inconveniente. Entre tanto festivo los ladrones podrían tomarles ventaja y sacar los coches del país o, lo que era peor, podrían haber sido trasladados a algún desguace o taller para allí ser despiezados y luego enviados al norte de África o a Europa del este para volverlos a recomponer, una práctica habitual utilizada en los robos de coches de lujo y de colección.

      No tenían tiempo que perder.

      * * *

      Matías y Laure pasaron el resto de la mañana gestionando

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