Los latidos de Yago (Yago's Heartbeat). Conchita Miranda
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Ilustraciones Mónica Carretero
Los latidos de Yago
Conchita Miranda
Los latidos de Yago
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© de esta edición: Cuento de Luz SL, 2010
Calle Claveles 10
Pozuelo de Alarcon
28223 Madrid, Spain
www.cuentodeluz.com
© del texto: Conchita Miranda, 2010
© de las ilustraciones: Mónica Carretero, 2010
ISBN: 978-84-15241-27-0
Serie:
A mi padre, que me transmitió el amor a los libros.
A Ramón, mi gran compañero en esta aventura.
Gracias a Belén y a todo un equipo de maravillosas mujeres, por su ilusión y empeño en la publicación del cuento.
La autora cede los ingresos de su obra
a la Fundación Sobre Ruedas.
www.fundacionsobreruedas.org
Los latidos de Yago
Conchita Miranda
Ilustraciones Mónica Carretero
Todo comenzó hace mucho, mucho tiempo, en la profundidad del mar,
donde yo nací, entre corales y peces de mil colores.
Nací pequeña y así me quedé, pequeña, una pequeña caracola sin más.
Frente a mis hermanas, yo era bastante insignificante.
Por eso, cuando llegábamos a la playa,
a mí siempre me devolvían al mar.
Pero un día, todo cambió. Era un día tranquilo de invierno,
de ésos en los que el sol intenta aliviar el frío con sus dulces rayos.
Yo andaba revuelta de arena, esperando ser descubierta y al momento lanzada
como de costumbre al mar, cuando una áspera y ruda mano me cogió
entre sus dedos, y limpiando la arena que me cubría, sonrió.
Y es que yo no era sólo pequeña. También tenía un extraño y torcido agujero,
que me hacía diferente.
Sin dudarlo un momento, mi nuevo amigo
introdujo en el agujero la cadena
que llevaba colgada al cuello y ahí
empecé una nueva vida.
Mi nuevo y primer amigo resultó
ser un gran aventurero.
Con él recorrí el mundo entero,
surqué mares desconocidos
hasta entonces, subí montañas,
conocí todo tipo de gentes,
oí historias increíbles y vi un sinfín
de paisajes.
Me había acostumbrado a esa vida intensa,
llena de aventuras y sorpresas, pero lo que no sabía era
que aún quedaban algunas nuevas y muy distintas
de las que había vivido durante aquel tiempo
con mi amigo.
Pasaron los años, no sólo para mi viejo amigo, también para su cadena, la que colgaba del ancho y rudo cuello.
Como él, se fue desgastando, y un día sin apenas darse cuenta,
mientras paseaba tranquilamente por la playa, me deslicé
sin hacer ruido, sin poder avisar.
La cadena se rompió y volví a la arena.
Ya no sentía su tacto, su calor.
Adiós a mis aventuras, a mi amigo…
Vi cómo se alejaba con su paso cansino,
sin darse cuenta de que su compañera de fatigas,
su pequeña caracola, quedaba atrás en la inmensa playa.