Rincones tenebrosos. Fabián Sevilla

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Rincones tenebrosos - Fabián Sevilla Serie negrita

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los ojos por culpa del aguacero.

      —CHICOS, ¿DÓNDE ESTÁN? –gritó Enzo.

      —Aquí… qui… quiiiii.

      El chico no reconoció la voz que le había respondido, pero igual la siguió. Solo quería reunirse con los demás.

      —DELFI, DECIME DÓNDE ESTÁS –pidió Magalí muy desorientada.

      —Estoy… toy… delante… ante… tuyo… yooooo…

      Esa no era la voz de su amiga.

      Tampoco fue Nahuel quien le respondió a Delfina:

      —Estoy… toy… muy… muy… cerca… ca… Delfi… fiiiii…

      —Alguien quiere ayudarnos, pero nos está confundiendo –opinó Enzo–. Cantemos algo que nos sepamos todos así podremos volver a juntarnos…

      Cantaron “Feliz cumpleaños” a gritos para hacerse escuchar por encima del rugido de los truenos. Y cuando por fin se reencontraron, se tomaron de las manos.

      —¿Dónde queda el campamento? –preguntó Nahuel.

      Enzo les informó que bajo la feroz tormenta no podía revisar la brújula.

      —¡Nos perdimos! –se alarmó Magalí.

      Un relámpago iluminó por un santiamén el paisaje y todos alcanzaron a ver una cabaña. No estaba muy lejos y con un poco de esfuerzo llegarían rápido.

      —Usémosla como refugio –ordenó Enzo y corrieron sin soltarse de las manos.

      Estaban tan desesperados que no le dieron importancia al eco intruso y misterioso, que de nuevo se inmiscuía para decirles:

      —Vayan… ayan… en… en… otra… tra… dirección… ciónnnnn…

      3. La novia esqueleto

      Entraron a la cabaña sin pedir permiso y, cuando Nahuel cerró la puerta, quedaron en total oscuridad. Los cuatro se tiraron al piso igual a marionetas a las que les cortan los hilos.

      Los había agotado la carrera hacia la cabaña. Tenían barro hasta debajo de las uñas de los pies y temblaban como flanes por el frío y los nervios.

      Por suerte, las linternas que llevaban en las mochilas estaban secas. Al encenderlas, reconocieron que la casita tenía paredes de madera, techo de lata y una sola ventana tapada con tablas.

      —Escuchen cómo aúlla el viento y el ruido que hace el agua contra el techo –los alertó Enzo.

      —Espero que con tanta agua esta cabaña no se achique, como le pasó a una remera que lavé –Nahuel intentaba hacerse el gracioso para disimular el miedo.

      —¡FANTASMAAAAAS! –gritó Magalí mientras señalaba espantada hacia un costado.

      Al principio los demás se sobresaltaron pero después empezaron a reírse.

      En realidad, los fantasmas eran unos pocos muebles cubiertos con sábanas blancas.

      —Los coordinadores deben tener los pelos de punta porque aún no volvimos –comentó Delfina.

      —Y no podremos salir hasta que pase la tormenta –agregó Enzo.

      El chico sacó su celular de la mochila. El telefonito chorreaba más agua que una esponja pero funcionaba. Sin embargo, era como si estuviera muerto porque no había señal.

      De repente, un trueno hizo crujir la cabaña. Los amigos se amontonaron asustados y no pudieron evitar sus gritos de terror. Sorpresivamente, la puerta de la cabaña se abrió sola, como si un gigante le hubiera dado un patadón.

      Todos cerraron los ojos. Y así, esperaron a que entrara un monstruo dispuesto a atacarlos.

      Recién cuando se animaron a mirar, descubrieron que… ¡El viento había abierto la puerta y ningún monstruo estaba dentro de la cabaña!

      Enzo tomó coraje, fue a cerrarla y comentó:

      —Seguro ya salieron a buscarnos…

      Los cuatro se mantuvieron callados mientras afuera la tormenta se volvía más ruidosa y huracanada. Pero cuando en un rincón Nahuel notó un baúl antiguo, se acercó, lo abrió y propuso:

      —Veamos qué hay aquí dentro…

      —¿Y si aparece el dueño y nos acusa de ladrones? –se preocupó Magalí.

      —Mirá las telarañas y el polvo, somos los primeros en muchos años en estar aquí –dedujo Enzo y con su linterna fue iluminando toda la cabaña.

      A Nahuel se le ocurrió divertirse haciendo que los otros sintieran más miedo que él. Con su linterna se iluminó la cara desde abajo. Engrosó la voz y dijo:

      —Tal vez los últimos que pisaron este lugar eran chicos. Debieron pasar una noche encerrados, pero les fue mal… –con un dedo señaló la puerta–. En mitad de la noche entró algo que los aniquiló y metió sus cuerpos en este ataúúúúúd…

      Enzo iluminó dentro del baúl y puso un gesto de sorpresa:

      —En este cajón solo hay cosas viejas. Ayúdenme a buscar algo con qué secarnos.

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