Hecatombes. Indira Córdoba Alberca

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Hecatombes - Indira Córdoba Alberca страница 4

Hecatombes - Indira Córdoba Alberca

Скачать книгу

autitos en gran confianza y complicidad. En menos de tres segundos la escena me provocó ternura, rabia y la tristeza tan grande que llevaba aletargada adentro. Esa tarde no trabajé, me encerré a llorar en mi dormitorio… Maldije a Paco, a mí misma por no tener valor de acostarme con cualquiera que me hiciera un hijo. A Paco le deseé lo peor que se le puede desear a un ser humano. No sé cuánto tiempo pasó. Ya estaba oscuro. Felisa tocó la puerta y pidió permiso para entrar. Me limpié la cara como pude y le dije que pasara.

      –Dime, Felisa, ¿todo bien?

      –Sí, señora, usted perdone, pero este no se quiso ir sin despedir.

      Los bracitos de Remigio me rodearon el cuello y un besito pegajoso y achocolatado me quedó en la mejilla. Otra vez sentí un golpe en el estómago que retumbó en el pecho… Pero ya más entera, dije: “Hasta mañana. Vayan con cuidado”. Desde el umbral, escuché la voz impasible de la madre:

      –¿Señora…?

      –Dime, Felisa.

      –Aunque mañana usted tampoco trabaje… ¡No se vaya a olvidar de poner esa música bonita…!

      Sin esperar mi respuesta se fue con su hijo de la mano, dejándome en completo estupor. Yo jamás hubiese imaginado que Felisa pondría atención a otra cosa más allá de sus tareas, ni menos a ese tipo de música. Hasta gente de mi entorno me había pedido que pusiera algo más alegre, que no provocara sueño. “¡Qué rara mujer!”, me dije.

      Remigio también se había transformado. A medida que crecía se parecía menos a su madre, era más sociable. No paraba de hablar; no se separaba de Paco ni de mí. “Hasta parece hijo de ustedes”, comentó mi prima con descuido. El dolor que ese desatino me causó solo se eclipsó con la furia con que los ojos de Felisa nos acribillaron desde la cocina. Esperé a que mi prima se marchara para decirle a Felisa que la gente muchas veces habla por hablar. Ni saben lo que dicen y una no debe prenderse de esos absurdos… Que Paco y yo la respetábamos mucho; que Remigio solo nos traía alegrías; que, a nuestra manera, los cuatro éramos felices… De sus labios fijos solo logré escuchar: “Si la señora dice…”. En mi palabreo no me había dado cuenta de que, mientras me escuchaba, Felisa limpiaba un charquito de sangre en la cocina, tenía la mano izquierda cubierta de un envoltorio exagerado y ni parecía dolerle. “¿Qué le pasó? Déjeme ayudarla, acá hay agua oxigenada, gasa y…” “No es nada señora, me corté los dedos sin querer con ese vaso que se rompió”. Más por su tono tajante que por la impresión que me causa la sangre, salí de la cocina sin agregar nada más. Y hasta allí llegó el asunto.

      La serenata de Schubert… Nota a nota me duele en la piel y en los oídos. Me amenazan cada invierno esos constantes silencios en la melodía. Vuelven a mí como ese día cuando la escuché a todo volumen desde la calle al llegar del trabajo… Paco está loco, ¿cómo se le ocurre prender todas las luces de la casa, abrir puertas y ventanas y poner la música en semejantes decibeles? ¡Cada vez lo desconozco más! Ya preparaba mi discurso de hartazgo cuando noté que su auto no estaba en el garaje… Dejé el coche en medio de la vereda y entré a casa a toda velocidad. Cerraba ventanas. Apagaba luces a mi paso. Quería llamar a Felisa, a Remigio, pero los gritos no me salían.

      En la planta baja no los encontré por ningún lado. Imaginé que si hubieran entrado los ladrones, los habrían amordazado. La música se esparcía por cada rincón. Venía del estudio. Empujé la puerta con cuidado, pero tampoco había nadie. Me descalcé para subir las escaleras. La puerta de mi dormitorio estaba entreabierta. Me apresuré a entrar. Sobre mi cama estaba Felisa acunando a Remigio en brazos, con los ojos entrecerrados tarareaba la música que venía desde abajo. Su mano izquierda acariciaba el cabello de su hijo y la derecha sostenía el cuchillo ensangrentado que minutos antes había atravesado ese cuello pequeñito que tantas veces yo besé.

      Técnica mixta

      Riverense gana Bienal de París.

      El riverense Bernardo La Guardia gana el primer lugar de Bienal de París.

      Pintor riverense triunfa en París.

      Конец ознакомительного фрагмента.

      Текст предоставлен ООО «ЛитРес».

      Прочитайте эту книгу целиком, купив полную легальную версию на ЛитРес.

      Безопасно оплатить книгу можно банковской картой Visa, MasterCard, Maestro, со счета мобильного телефона, с платежного терминала, в салоне МТС или Связной, через PayPal, WebMoney, Яндекс.Деньги, QIWI Кошелек, бонусными картами или другим удобным Вам способом.

/9j/4SI5RXhpZgAATU0AKgAAAAgABwESAAMAAAABAAEAAAEaAAUAAAABAAAAYgEbAAUAAAABAAAA agEoAAMAAAABAAIAAAExAAIAAAAeAAAAcgEyAAIAAAAUAAAAkIdpAAQAAAABAAAApAAAANAALcbA AAAnEAAtxsAAACcQQWRvYmUgUGhvdG9zaG9wIENTNiAoV2luZG93cykAMjAyMDowNjoyOSAyMTo1 NDo1NAAAA6ABAAMAAAABAAEAAKACAAQAAAABAAAHgqADAAQAAAABAAALuAAAAAAAAAAGAQMAAwAA AAEABgAAARoABQAAAAEAAAEeARsABQAAAAEAAAEmASgAAwAAAAEAAgAAAgEABAAAAAEAAAEuAgIA BAAAAAEAACEDAAAAAAAAAEgAAAABAAAASAAAAAH/2P/iDFhJQ0NfUFJPRklMRQABAQAADEhMaW5v AhAAAG1udHJSR0IgWFlaIAfOAAIACQAGADEAAGFjc3BNU0ZUAAAAAElFQyBzUkdCAAAAAAAAAAAA AAAAAAD21gABAAAAANMtSFAgIAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA AAAAAAAAAAAAEWNwcnQAAAFQAAAAM2Rlc2MAAAGEAAAAbHd0cHQAAAHwAAAAFGJrcHQAAAIEAAAA FHJYWVoAAAIYAAAAFGdYWVoAAAIsAAAAFGJYWVoAAAJAAAAAFGRtbmQAAAJUAAAAcGRtZGQAAALE AAAAiHZ1ZWQAAANMAAAAhnZpZXcAAAPUAAAAJGx1bWkAAAP4AAAAFG1lYXMAAAQMAAAAJHRlY2gA AAQwAAAADHJUUkMAAAQ8AAAIDGdUUkMAAAQ8AAAIDGJUUkMAAAQ8AAAIDHRleHQAAAAAQ29weXJp Z2h0IChjKSAxOTk4IEhld2xldHQtUGFja2FyZCBDb21wYW55AABkZXNjAAAAAAAAABJzUkdCIElF QzYxOTY2LTIuMQAAAAAAAAAAAAAAEnNSR0IgSUVDNjE5NjYtMi4xA

Скачать книгу