Baila Ángel Mío. Virginie T.

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Baila Ángel Mío - Virginie T.

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luego, mi madre no me perdonará nunca ser lo que soy: ¡independiente! Cuando me diagnosticaron trastornos del espectro autista, se disgustó, porque mis crisis de ira eran incontrolables, pero también se dijo que entonces siempre la necesitaría a mi lado para desenvolverme en la vida, y le gustaba esa idea. Pensaba que sería eternamente la niña de mamá. El futuro le demostró lo contrario.

      Prefiero responder a mi abuela para no discutir con mi madre.

      —Mañana no trabajo. Nos dan un día de libertad. Solo debo hacer ejercicios por la mañana y después, soy toda tuya.

      —¡Qué milagro! Esto no debe ocurrir con frecuencia, ya que nunca tienes tiempo para llamarnos!

      Mi abuela interviene, como siempre.

      —Me encantaría visitar Ellis Island. Nunca hemos ido allí todavía.

      Yo tampoco, nunca he puesto allí los pies. Sentirme atrapada en un ferry, nunca me ha entusiasmado demasiado, pero alejarme, aunque solo sea por unas horas, de la gran manzana y de mis problemas en compañía de mi abuela es una idea muy seductora.

      —Es una idea excelente, abuelita. Iremos después de comer. Me ocuparé de sacar los billetes antes de mis ejercicios.

      —¡Y ni siquiera nos preguntas si queremos ir con vosotras, por supuesto!

      Me trago la bola que me obstruye la garganta. Mi madre no se callará nada esta noche. Parece que ha llegado la hora de ajustar nuestras cuentas. Desgraciadamente, no estoy en condiciones de soportarlo y prefiero ser sumisa y controlarme aunque tenga que romper el apoyabrazos de mi silla clavando los dedos encima.

      —Papá, mamá, ¿queréis venir con nosotros a Ellis Island mañana?

      —Pues mira, resulta que no podemos. Mañana trabajamos. ¡No estamos disponibles cuando la señora se decide a concedernos un poco de su tiempo!

      ¡Todos esos comentarios para acabar así! Y después, me reprocharán que no hago ningún esfuerzo. Me muerdo la lengua tan fuerte para no chillar que la sangre invade mi boca. Ojalá se termine esta cena para que pueda por fin refugiarme en mi casa y soltar este exceso de tensión. He arreglado toda una habitación con este objeto, con espejo y barra transversal en la pared. Una minisala de baile personal que me va a ayudar mucho si quiero dormir esta noche.

      ¡Por fin estoy en mi casa! Mis cómodos ingresos me permiten tener este gran piso de tres habitaciones en pleno centro de Nueva York, cerca del American Ballet Theater sin tener que coger el transporte público. Un auténtico lujo para mí. Voy a todas partes andando y eso me sienta bien. Abro la puerta y le indico a mi abuela que entre. Aunque está en forma para su edad, la noto cansada, y estoy segura de que está impaciente por llegar a su habitación. Porque ella tiene su habitación en mi casa. Nunca invito a nadie salvo a ella, así que la tercera habitación se ha decorado según sus gustos.

      —Mira, Caitlyn Cat. Han metido una carta por debajo de tu puerta. ¿Tienes un admirador secreto cuya existencia me has ocultado?

      Capítulo 4

      Caitlyn

      Siento que el color abandona mi rostro, que mi corazón se hiela en mi pecho y mis manos se vuelven sudorosas. No necesito mirar el sobre que tiene en sus manos para saber de quién es. Tres en el mismo día. Es una novedad de la que podría haber prescindido sin ningún problema.

      —¿Caitlyn? ¿Hay algún problema?

      —No. Ninguno.

      Mis manos tiemblan tanto como mi voz cuando cojo el sobre tan rojo como la sangre que corre por mis venas, contradiciendo mis palabras.

      —Te conozco mejor que tú a ti misma. ¿Qué es lo que ocurre? ¡Y no me digas que nada!

      Ante mi ausencia de respuesta y de reacción, mi abuela toma la iniciativa. Coge el sobre, lo abre y lo lee en voz alta frunciendo el ceño.

      «Prepárate, llegaré pronto. Muy pronto».

      Lee la misiva varias veces en silencio mientras yo me derrumbo contra la puerta después de haber cerrado dando dos vueltas de llave. Bloqueo y desbloqueo la cerradura varias veces seguidas: mis trastornos obsesivos-compulsivos han vuelto debido a la presión.

      —¿Qué quiere decir esto, Caitlyn? Esto no tiene nada de romántico, ¿o me equivoco?

      Sacudo la cabeza de izquierda a derecha, al borde de un ataque de nervios. Empiezo a golpear la parte trasera de mi cabeza contra la dura madera de la puerta tras de mí, esperando poder hacer salir todos los oscuros pensamientos y las angustias que la invaden. El ruido seco resuena en mi piso.

      —No, Caitlyn. Esa no es la solución.

      Pone su mano por detrás de mi nuca para impedir que me haga daño y me lleva a la fuerza hacia mi habitación de baile tirándome del brazo.

      —Te doy media hora para que te calmes. Después, quiero que tengamos una conversación seria. ¿Me has entendido?

      Asiento con la cabeza y pongo en marcha la música sin perder un segundo. Hice que me insonorizaran por completo esta habitación para la tranquilidad de mis vecinos cuando la necesidad de desahogo se deja sentir a altas horas de la noche. No creo que les guste oír música y los ruidos de mis saltos pasadas las 23 h. El ritmo es rápido, potente, y resuena dentro de mí como tambores. Es exactamente lo que necesito. Salto, giro y encadeno movimientos de improvisación para exteriorizar la rabia y la angustia que estas cartas me provocan. No puedo soportarlo más. Y no soporto que ahora lleguen a mi casa. No me doy cuenta del tiempo que pasa hasta que mi abuela apaga el equipo de sonido.

      —Es muy violento, Cat.

      Ni siquiera me había dado cuenta de que mi abuela se había quedado conmigo en lugar de ir a su habitación a descansar, y no dudo ni por un momento que se refiere a mi manera de moverme.

      —No es la primera carta de este tipo que recibes, ¿verdad?

      Cojo una de las toallas limpias que dejo siempre en la sala para secarme el rostro. Eso me da tiempo para recobrar una respiración más regular y reducir mi ritmo cardíaco.

      —No. Las recibo desde que me eligieron para el papel principal de la Bella Durmiente del Bosque. Se hicieron cada vez más frecuentes a medida que nos acercábamos a la primera representación del espectáculo y esta es la tercera del día.

      Mi abuela me estrecha entre sus brazos para reconfortarme.

      —Oh, mi querida Caitlyn Cat. Deberías habérmelo contado. Si lo hubiera sabido, habría venido antes para ayudarte.

      —Ya lo sé, abuelita. Pero tú tienes tu vida, y yo soy adulta. Debo mantenerme yo sola. Y además, solo son cartas, al fin y al cabo. Ya sabes lo que me cuesta gestionar las incógnitas, y está claro que no comprendo cuál es el interés de enviar esta clase de correo.

      —Mantenerte a ti misma no quiere decir aislarte, cariño, y estas cartas no son inofensivas. ¿Has avisado a la policía?

      —El director del ballet lo ha hecho por mí, porque las cartas llegaban al teatro hasta ahora, pero la investigación está estancada. No tienen ninguna pista y como nunca me han amenazado físicamente, no se toman en serio este asunto. Creen que me preocupo demasiado

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