Viviendo campo a través. Mariana Romo-Carmona

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Viviendo campo a través - Mariana Romo-Carmona

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of Franco’s dictatorship.

      While Spain was still gray and impregnated with repression, I attended a mixed, progressive school until I was nine (Les Escoles Betlem). There, we would go sing at the Palau de la Música, we danced, and religion was explained to me as a story.

      But when I was nine, this idyllic world was yanked away from my life and the prohibitions came, in a religious gilrs’ school and a maroon uniform. That is when I began to be called “Salvador,” and the sentence I heard most often, was:

      ¨Salvador, out of the classroom¨ or,

       ¨Salvador, stop playing the devil’s advocate.¨

      My mother forced me to wear my wild hair in a short, boy’s style, because according to her, I looked like the cartoon character, Mafalda.

      But I only remember girls with long hair, because inside I imagined I was a gitana with hair down to my waist, in long curls, who fought to save the rest of the girls from the oppression of my Catholic school.

      Years later, I studied law to understand what justice was. I practiced for ten years, but being an attorney did not allow me to express all the contradictions I harbored in my veins.

      When I met Alberto, the love of my life, we were married in style. Only to leave it all behind because every material gain we obtained did not compensate for our being miserable. We left together to live in the U.S., with two children in our arms.

      I always kept a journal, and I began to publish in alternative and progressive magazines. This is a summary of my publication in a 2002 issue of The Journal of Family Life:

      “Alberto and I did everything that our culture and society considered important. We were good children and citizens. Working 12 hours a day bought us a good life— we could decorate our home with interior designers, dress in the latest fashion, get massages, go to the opera or to the best restaurants and travel to exotic places. I still feel nostalgic about our trips to Nepal, Brazil, India, Polynesia, and other places in Europe. But all of that felt more like a race to do more and have more, which never ended, than a real life.”

      We left for a year or two and it has become 13.

      We lived in progressive communities and there were hippies and freedom schools in California, Albany, NY, Virginia, and Nueva Jersey. The best part of the journey was to participate and study in universities and centers that are very advanced pedagogically, such as Goddard College, in Vermont. There, I met other free spirits with similar aspirations, among them, Mariana; all of whom helped me to change the concept I had of myself, of what I could do with my life and my voice.

      Today, out of all those experiences, I have created a way of life.

       And my training, and the shape of that life, are as varied as my aspirations. Among other things, I consider myself a writer, a mother, a teacher, an apprentice, and defender of the right to freedom, above all the freedom to be whoever you feel like being.

      (And that’s who the devil I am.)

       Translation - Mariana Romo-Carmona

      Mi abuela Carmen Castells

      Si alguien me ha dado fuerzas para intentar confiar en quien soy y en que merezco expresarme alto y fuerte, esa es mi abuela Carmen. Sin ella no hubiera sabido por dónde empezar.

       Camen Castells (1916-2007):

      Nacida en Terrassa, Catalunya, España, en el seno de una familia pobre.

      Cuando tenía dos años, sus padres emigraron a Francia; primero al pueblo de Reims y después a París, donde había más trabajo de construcción.

      El padre y la madre tuvieron que hacer todo tipo de trabajos para sobrevivir al frío parisino y desenvolverse en el único idioma que sabían: el catalán (proveniente del latín y similar al francés hasta cierto punto). Una vez, mi abuela pidió sabó (la traducción en catalán de jabón en español), y le trajeron unos zuecos.

      Pero Carmen fue al colegio francés desde pequeña y cuando tenía diez años una profesora dijo a toda la clase:

       –No os da vergüenza que una española cualquiera sea la número uno de la clase, en todas las asignaturas, incluso en francés.

      La española cualquiera aprendió a tocar el violín, a apreciar la literatura y las artes y se entusiasmó con los Impresionistas: Manet, Monet, Gauguin estaban entre sus preferidos; y Van Gogh le tenía robada el alma.

      Una niña pobre elevada a los gustos más exquisitos y a los valores artísticos de los parisinos. Pero en 1928, con 12 años tuvo que empezar a trabajar.

      La familia no disponía de suficiente dinero para que la niña siguiera estudiando, a pesar de sus éxitos escolares, ni para continuar con sus pasiones.

      Siguió tocando el violín en casa y visitando el Louvre y el Jeu de Pomme los domingos, con la calderilla que le daban sus padres –después de retirar el dinero para la familia– de su trabajo de ayudante de secretaria de un abogado.

      Dejó ir sus ilusiones sobre estudiar en la Universidad y las Artes; sin rechistar, como se hacían las cosas en aquella época.

      Años después, la familia trató de volver a Cataluña aprovechando que estaba la República; no pudo ser, y luego llegó la Guerra Civil Española y se conformaron con ser emigrantes para siempre.

      Tal como lo explica la abuela Virginia de mi novela La copia de Van Gogh:

      ¨Cuando los nazis comenzaron a hacerse fuertes en Europa, tuvimos que huir. Nunca pensamos que conseguirían entrar en París, una ciudad histórica como aquella…; pero cuando nos dijeron que los tanques estaban en las afueras… nos dimos cuenta de que no había otra opción. Mi madre y yo fuimos a casa a coger lo esencial, mientras mi padre sacaba el dinero del Banco. Luego corrimos entre gente perdida que gritaba junto a perros sueltos, coches, camiones y carretillas llenas de ropa. Llegamos a la estación de tren de la Gare de l’Ouest-Rive gauche, hoy en día llamada París Montparnasse, en la calle Rennes. Estaba abarrotada de gente que quería marchar… a donde fuera… Después sólo recuerdo el traqueteo del tren, de pie, y el olor a sudor. Llegamos a la Bretaña a casa de una amiga y luego, no sé ni cómo, a la estación de Sants. Mi madre se puso a llorar. Después de todos sus esfuerzos para darme una vida mejor… estábamos de vuelta con lo puesto¨.

      Carmen llegó a España, con 24 años, vestida de parisina y hablando un francés sin acento. Allí se encontró con que Franco había instaurado una cultura gris, ferozmente antidemocrática y represiva, donde las Artes, en el mejor de los casos, te hacían sospechoso de haber cometido algún delito.

      Se enamoró de un noble, encantador y 13 años mayor que ella, que le prometió la mejor de las vidas, en una época en que ella cantaba canciones de Edith Piaf (su cantante favorita) por las calles de Barcelona. Al poco la abandonaba con un bebé en sus entrañas. Fue un amor que pasó como una ráfaga de viento. Después de eso, ya nunca más se interesó por ningún otro hombre, hasta que murió a los 92 años.

      Dejó atrás su oportunidad de amar y ser amada, igual que la de estudiar, y el violín. Se la llevaron las guerras y la pobreza.

      Pero le quedó la literatura, las réplicas de cuadros de Van Gogh y su francés sin acento.

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