Porno feminista. Группа авторов
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Para comenzar, ofrecemos una definición amplia del porno feminista, que se encarnará, debatirá y examinará en los siguientes artículos. Como género pornográfico al mismo tiempo establecido y emergente, el porno feminista utiliza imágenes sexualmente explícitas para disputar y complicar las representaciones dominantes de género, sexualidad, origen étnico, clase, capacidad, edad, tipo de cuerpo y otros marcadores de la identidad. Porno feminista explora los conceptos de deseo, agencia, poder, belleza y placer en los límites más confusos y difíciles, incluyendo el placer dentro y a través de la desigualdad, frente a la injusticia y contra los límites de la jerarquía de género, así como de la heteronormatividad y la homonormatividad. Busca desestabilizar las definiciones convencionales del sexo, y expandir el lenguaje del sexo como actividad erótica, expresión de identidad, intercambio de poder, patrimonio cultural e incluso como un nuevo ámbito político.
El porno feminista crea imágenes alternativas y desarrolla una estética e iconografía propias que expanden los discursos y normas sexuales establecidos. El porno feminista incorpora elementos de los géneros desde los que surgió, como el «porno para mujeres», el «porno para parejas» y el porno lésbico, y también de otros campos como la fotografía feminista, el arte performativo y la cinematografía experimental. No asume una única espectadora femenina, sino que reconoce múltiples espectadores: femeninos y otros, con muchas preferencias diferentes. Los creadores de porno feminista destacan la importancia de sus prácticas laborales en la producción y su trato a sus intérpretes/trabajadores sexuales; a diferencia de lo habitual en los sectores convencionales de la industria del entretenimiento para adultos, aspiran a crear un entorno de trabajo justo, seguro, ético, consensuado. A menudo crean su imaginería en colaboración con sus protagonistas. En última instancia, el porno feminista considera que la representación del sexo (y su producción) es un terreno donde crear resistencia, intervención y cambio.
El concepto de porno feminista surge en los años ochenta en plena guerra feminista contra el porno en Estados Unidos. Las guerras del porno (también conocidas como «porn wars», las guerras feministas por el sexo, o los debates feministas sobre la sexualidad) emergieron de un debate dentro del feminismo sobre el papel de la representación sexualizada dentro de la sociedad y acabaron con una división completa del movimiento que ha durado más de tres décadas. En el apogeo del movimiento feminista en Estados Unidos surgió una extendida lucha de activistas de base en contra de la proliferación de representaciones misóginas y violentas en los medios de comunicación de masas, que se vio superada por un esfuerzo centrado específicamente en prohibir legalmente el medio más explícito de todos, y aparentemente el más sexista: la pornografía. Utilizando el lema de Robin Morgan «la pornografía es la teoría; la violación es la práctica», el feminismo antipornografía argumentaba que el porno era una mercantilización de la violación. Mientras que un grupo llamado Women Against Pornography (wap) comenzó a organizarse seriamente para prohibir la obscenidad en todo el país, otras feministas como Lisa Duggan, Nan D. Hunter, Kate Ellis y Carol Vance denunciaron lo que consideraban una connivencia mal concebida del wap con la derecha cristiana y la Administración Reagan, sexualmente conservadora, así como una deformación del activismo feminista hacia un movimiento a favor de la higiene moral y las buenas costumbres. Considerando que el feminismo antipornografía constituía un enorme paso atrás en la lucha feminista para empoderar a la mujer y las minorías sexuales, una comunidad muy activa de trabajadores sexuales y activistas sexuales radicales se unió al feminismo anticensura y sex-positive, y en conjunto forjaron los cimientos del movimiento a favor del porno feminista.1
Los años previos a las guerras del porno en el feminismo se suelen conocer como «la era dorada de la pornografía»: un período entre principios de los setenta y principios de los ochenta marcado por largometrajes con presupuestos generosos y altos valores de producción que se estrenaban en salas de cine. Un grupo de intérpretes pornográficas que trabajaron durante la era dorada (incluyendo a Annie Sprinkle, Veronica Vera, Candida Royalle, Gloria Leonard y Veronica Hart) formaron en Nueva York el primer grupo de apoyo mutuo, al que llamaron Club 90. En 1984, el colectivo artístico feminista Carnival Knowledge solicitó a Club 90 que participara en un festival llamado The Second Coming para explorar la cuestión «¿Existe una pornografía feminista?».2 Es una de las primeras ocasiones documentadas en las que el feminismo se planteó y exploró públicamente esta pregunta clave.
Ese mismo año, Candida Royalle, que pertenecía a Club 90, fundó Femme Productions con la intención de crear un nuevo género: el porno desde el punto de vista de una mujer.3 En sus películas todo giraba alrededor del argumento, la calidad de la producción, el placer de la mujer y el romanticismo. En San Francisco, las editoras Myrna Elana y Deborah Sundahl, junto con Nan Kinnney y Susie Bright4, co-fundaron On Our Backs, la primera revista pornográfica hecha por y para lesbianas. Un año más tarde, Kinney y Sundahl fundaron Fatale Video para producir y distribuir películas porno lésbicas, que expandía la misión que había emprendido On Our Backs. En la industria de contenidos para adultos convencional, la intérprete y enfermera titulada Nina Hartley comenzó a producir y protagonizar una línea de vídeos de educación sexual para Adam and Eve, cuyos dos primeros títulos aparecieron en 1984. En Europa surgió un movimiento paralelo durante los años ochenta y noventa.5
Al llegar los años noventa, el éxito de Royalle y Hartley había tenido efecto en la industria del contenido para adultos tradicional. Los principales estudios, incluidos Vivid, vca y Wicked, comenzaron a producir sus propias líneas de porno para parejas, que reflejaban la visión de Royalle y generalmente empleaban una fórmula de porno más suave, más amable y romántico, con argumento y una calidad de producción muy cuidada. El crecimiento del género de «porno para parejas» significó un cambio en la industria: por fin se reconocía la existencia del deseo femenino y de las espectadoras, si bien su definición era aún muy restringida. Esto proporcionó a las espectadoras una gama más amplia de producciones, y a las mujeres directoras más oportunidades de dirigir películas heterosexuales convencionales, como por ejemplo, a Veronica Hart y Kelly Holland (también conocida como Toni English). El porno lésbico independiente producido por lesbianas creció a un ritmo mucho menor, pero Fatale Video (que siguió produciendo películas nuevas hasta mediados de los años noventa) finalmente tenía compañía en su micro-género, con trabajos de Annie Sprinkle, Maria Beatty, Shar Rednour y Jackie Strano. Sprinkle también creó la primera película porno en la que aparecía un hombre trans, y Christopher Lee siguió ese mismo camino con una película en la que la totalidad del reparto eran hombres trans.6
En la primera década del siglo xxi, el porno feminista empezó a arraigar en Estados Unidos con el surgimiento de cineastas que se identificaban específicamente como feministas, tanto en lo personal como en su trabajo, entre ellas Buck Angel, Dana Dane, Shine Louise Houston, Courtney Trouble, Madison Young y Tristan Taormino. Al mismo tiempo, en Europa, las cineastas feministas comenzaron a adquirir cada vez más notoriedad por su pornografía y películas independientes con sexo explícito: en España, Erika Lust; en el Reino Unido, Anna Span y Petra; en Francia, Emilie Jouvet, Virginie Despentes y Shu Lea Cheang (de origen taiwanés); en Suecia, Mia Engberg, la creadora de la compilación de cortos pornográficos feministas famosamente patrocinada por el gobierno