Una novia entrometida. Jessica Steele

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Una novia entrometida - Jessica Steele Jazmín

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      Por fortuna, el conductor del Aston Martin había reaccionado y había evitado el accidente. En cuestión de minutos llegó a la gasolinera.

      Salió del Mercedes y no había hecho más que cerrar la puerta cuando el Aston Martin se detuvo detrás de ella. De su interior salió un hombre alto y moreno. A juzgar por la expresión de su cara, iba a tener que disculparse.

      Lo habría hecho, de no haber sido porque su puesto de trabajo estaba en juego. Si a aquel hombre tan bien trajeado se le ocurría anotar el número de su matrícula y formalizar una queja, perdería su empleo.

      –¿En qué diablos iba pensando? –le preguntó el hombre de forma agresiva nada más colocarse a su lado. La miró de arriba abajo y se fijó en el broche que llevaba. Por suerte no podía identificar el logotipo de la empresa donde trabajaba.

      Ella no estaba acostumbrada al tono que utilizó aquel desconocido.

      –¿Yo? –respondió–. Usted es el que ha tenido la culpa. Si hubiera ido por donde tenía que ir, no habría ocurrido nada.

      –¡Usted fue la que invadió mi carril! –gritó el hombre muy alterado–. Y ni siquiera puso el intermitente.

      –¡Está bien, no tengo todo el día para estar discutiendo aquí con usted! –le interrumpió, adoptando una actitud muy arrogante. Al parecer aquel hombre tampoco estaba acostumbrado a que le hablaran en semejante tono. Se dio cuenta por la forma en que estaba respirando y apretando los dientes.

      –¡Hablaremos de esto más tarde! –le respondió. Se dio la vuelta y se metió en su Aston Martin.

      Yancie se quedó boquiabierta. No sabía qué era lo que le había querido decir con aquella advertencia. Era imposible que hablara con ella, porque no la conocía. Además, llevaba el broche encima del logotipo de su empresa. Lo extraño era que no sabía por qué se preocupaba, cuando ni siquiera habían tenido un accidente.

      Yancie prosiguió su camino con sumo cuidado. Aquel suceso la había desconcertado. Cuando llegó a recoger al señor Clements, iba ya perfectamente uniformada.

      Algunas veces, Yancie se llevaba el coche a casa, sobre todo cuando terminaba tarde. Para que se lo dejasen llevar había tenido que asegurar al señor Kevin Veasey que iba a dormir en un garaje. Pero no la dejaban utilizar el coche para su uso personal.

      Aquel día iba a terminar tarde y se llevó el Mercedes a su casa. A pesar de las horas a las que llegó, su prima Astra todavía estaba trabajando.

      –Astra trabaja mucho –le dijo a su prima Fennia.

      –Le encanta trabajar –respondió Fennia–. ¿Qué tal hoy?

      –Casi he tenido un accidente con un Aston Martin. Aparte de eso, todo bien –sonrió y le contó a su prima lo que le había ocurrido mientras comían la cena que su prima había preparado.

      –¡Hombres! –exclamó Fennia.

      –Fui yo la que tuvo la culpa –señaló Yancie.

      –Da igual.

      Se rieron. Las tres primas estaban muy unidas. Las tres habían pasado por las mismas experiencias. Las tres habían tenido madres que habían pasado de relación en relación. Las tres habían tenido un pasado muy poco estable. Las tres habían tenido que soportar demasiados hombres en las vidas de sus madres.

      La tía Delia había sido la única a la que habían podido acudir para conseguir algo de seguridad. La tía Delia tenía diez años cuando su madre se volvió a casar. Y en tres años tuvo tres hijas. La madre de Yancie ya había tenido sus aventuras antes del accidente de su padre. La madre de Fennia se había casado dos veces y en aquellos momentos estaba buscando marido. La madre de Astra se había divorciado dos veces y en aquellos momentos estaba viviendo con otro hombre.

      Con esos pasados, las tres primas, a la edad de dieciséis años y por miedo a haber heredado un gen de sus madres, hicieron la promesa de no ser como ellas. No querían saber nada de las explosivas relaciones de sus progenitoras, que tan solo les habían traído disgustos.

      Habían transcurrido seis años desde entonces y no habían tenido el menor problema. Ninguna de ellas tenía prejuicios contra los hombres. No obstante, no quedaban casi nunca con nadie que no conociesen bien. Y cuando lo hacían, siempre iban acompañadas de un familiar.

      A la mañana siguiente, Yancie se fue a trabajar en el Mercedes. Pensó en que tenía que llamar por teléfono a su padrastro. Ya había contratado a una criada. A ella no le apetecía compartir techo con Estalle. Le gustaba más vivir con sus primas. Fennia, a pesar de que había estudiado empresariales, le encantaba el trabajo que había encontrado cuidando niños. Y Astra, la más estudiosa de las tres trabajaba de asesora financiera.

      Yancie metió el coche en el garaje de Addison Kirk y se puso una bata para lavar el coche. Sus compañeros de trabajo ya casi se habían acostumbrado a su presencia. Sin embargo, de vez en cuando hacían algún que otro comentario sobre su físico.

      –Estás guapísima con esa bata –comentó uno de ellos.

      –¿De verdad? –le respondió.

      –Aunque tú siempre lo estás, pongas lo que te pongas –la estaba mirando tan serio que ella se echó a reír. Y él aprovechó la ocasión para invitarla a salir un día.

      –Yo nunca mezclo el negocio con el placer –le respondió. Se dio la vuelta y agarró la manguera.

      Estaba lavando el coche cuando Wilf Fisher, uno de los mecánicos se acercó a agradecerle el que hubiera tenido la amabilidad de pasarse por casa de su madre para entregarle la cafetera que él le había dado.

      –De nada –le respondió ella, a pesar de que había tenido que conducir cincuenta kilómetros después de dejar al señor Clements.

      –Si no la hubieras llevado tú, no la habría recibido hasta dentro de una semana –le explicó–. Mi mujer se queja de que mi madre acapara mucho mi atención.

      –No te preocupes. Para eso estamos los compañeros, para hacernos favores.

      De todas maneras, de no haber tenido que hacer aquel encargo, no habría tenido aquel incidente con el Aston Martin.

      A pesar de haberle contado el suceso a Fennie y a Astra, Yancie no había podido pegar ojo aquella noche pensando en ello. Había estado a punto de tener un accidente y lo único que se le había ocurrido había sido echarle la culpa al otro coche del error que ella había cometido. E incluso tuvo la osadía de encararse con el otro conductor.

      No sabía por qué le preocupaba tanto aquello, porque era un hombre al que no iba a ver más. Era imposible que se tomara la molestia de averiguar a quién pertenecía el coche, cuando ni siquiera se habían rozado.

      Yancie normalmente tenía bastante trabajo los viernes. Pero hasta ese momento nadie le había encargado nada.

      Se entretuvo lavando los coches, yendo a por sándwiches y haciendo recados. A eso de las tres le avisaron de que quería verla el jefe.

      Nunca antes había llevado a ningún sitio a Thomson Wakefield. Ni siquiera lo conocía. Llevaba tres semanas trabajando allí y estaba empezando a pensar que al señor Wakefield, a pesar de su política

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