Un hombre para un destino. Vi Keeland

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Un hombre para un destino - Vi Keeland

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      Max había contribuido por un momento a que olvidara la reprimenda de Reed, pero la tregua había acabado.

      Reed lanzó una mirada de reprobación a Max y dijo:

      —¿Qué haces aquí?

      —¿Qué crees que hago? Dar la bienvenida a nuestra nueva empleada, que es más de lo que has hecho tú.

      Reed lo miró como si quisiera clavarle un puñal. Parecía todavía más molesto porque hubiera compartido con Max el incidente de antes, pero no había podido evitarlo. Max me había preguntado qué me pasaba y yo había decidido contarle la verdad. Lo que me pasaba era Reed Eastwood.

      En cambio, el Eastwood más joven me había dicho que no me tomara como algo personal lo que su hermano mayor hiciera o dijese, porque, a veces, Reed también lo trataba con severidad. Me aseguró que Reed no era ni la mitad de duro de lo que parecía, pero que, por lo visto, había tenido un año horrible. Me resultaba difícil creer que fuese la misma persona que había escrito aquella dulce nota azul. Y eso me hizo pensar en Allison. ¿Lo habría dejado por su actitud? Desde luego, era una posibilidad que cada vez me parecía más plausible. Me sentí ligeramente culpable por estar al tanto de su fallido compromiso y que él no tuviera la menor idea de que había ido en su busca.

      Reed hizo un gesto en dirección a su hermano.

      —¿No tienes nada que hacer, Max? No sé, ir a que te abrillanten los zapatos o algo.

      Max se cruzó de brazos.

      —No. De hecho, tengo el día libre.

      —Menuda sorpresa.

      —Vamos… Ya sabes que soy el presidente del comité de bienvenida. —Max dio un sorbo a su café y se acomodó todavía más en el sofá de cuero negro.

      —Resulta muy curioso lo selectivo que es ese comité. No has ido a dar la bienvenida al nuevo contable que ha empezado a trabajar hoy.

      —Era mi siguiente visita en la ronda.

      —Ya. —Reed lanzó una mirada de escepticismo a su hermano.

      Los dos eran similares, pero con diferencias. Aunque guardaban cierto parecido y ambos eran muy guapos, Max tenía el pelo más largo y parecía más salvaje y libre, con una sonrisa que daba a entender que todo le importaba un ardite. Reed era más formal y siempre parecía enfadado. No solía sentirme atraída por ese tipo de hombre, pero había algo inalcanzable en él que me llamaba la atención. Con su constante coqueteo, Max me había dejado claro que, si quería, seguramente tenía el camino libre con él, pero, de algún modo, eso le hizo perder interés. Por contra, ni siquiera estaba segura de si Reed me odiaba o no, pero su misteriosa personalidad me cautivaba.

      —Bueno, pues lo siento, pero necesito hablar con Charlotte —contestó Reed—. Sobre un asunto de trabajo de verdad, a diferencia de tu visita de ahora. Así que déjanos a solas, por favor.

      * * *

      Me incorporé en la silla mientras Reed cerraba la puerta tras su hermano. A diferencia de Max, no se sentó en el sofá. No, este hermano prefirió quedarse de pie con los brazos cruzados mientras me miraba con desprecio. Y no pensaba soportarlo ni un segundo más. Me levanté, me quité los zapatos de tacón y me subí a la silla.

      —¿Se puede saber qué hace? —preguntó con los ojos entrecerrados.

      Imitando su postura, me crucé de brazos y lo miré con desdén.

      —Lo miro igual que usted a mí.

      —Bájese de ahí.

      —No.

      —Señorita Darling, bájese de esa silla antes de que se caiga y se haga daño. Estoy seguro de que sus largos años como profesora de surf de perros le hacen creer que es capaz de aguantar incólume en una silla con ruedas, pero le aseguro que, si se cae y se rompe la crisma contra el borde de la mesa, se hará daño.

      Dios, era un capullo presuntuoso.

      —Si quiere que me baje, tendrá que sentarse para hablar conmigo.

      —De acuerdo. Baje, por favor —respondió entre suspiros.

      Decidí fingir que me caía antes de bajarme, y Reed dio un salto y se plantó a mi lado para sujetarme.

      «Vaya, vaya. El señor Maligno tiene un lado caballeresco». No pude evitar sonreír.

      —Lo ha hecho a propósito —comentó, enfadado.

      Salté y señalé las dos sillas que había frente a mi mesa.

      —¿Por qué no nos sentamos, señor Eastwood?

      Murmuró algo ininteligible, pero tomó asiento.

      Coloqué las manos sobre la mesa y le obsequié con una amplia sonrisa.

      —Dígame, ¿de qué quiere que hablemos?

      —De nuestro viaje de mañana.

      Iris había mencionado que tenía que ir a enseñar una casa en el este de la ciudad mañana, pero, como no tenía ni idea de que su nieto era quien era, no había caído. «Perfecto, un día entero con un tío que me odia». Y yo que pensaba que había empezado mi nuevo trabajo con buen pie… En lugar de eso, tendría encima a un hombre que se moría de ganas de perderme de vista, como un halcón, observándome hasta que cometiera el más mínimo error.

      —¿Qué información quiere darme del viaje? —pregunté, con un bolígrafo y una libreta para tomar notas.

      —Para empezar, saldremos a las cinco y media en punto.

      —¿De la mañana?

      —Sí, Charlotte. Por lo general, a la gente le gusta visitar las propiedades grandes, con muchas hectáreas, cuando todavía hace sol.

      —No hace falta que sea tan condescendiente. Tan solo soy nueva, ¿sabe?

      —Sí, soy plenamente consciente de ello.

      Puse los ojos en blanco y escribí «cinco y media» en mi cuaderno de notas, y añadí en mayúsculas y subrayé dos veces «en punto».

      —A las cinco y media —repetí—. De acuerdo. ¿Quiere que quedemos en la estación de tren?

      —Iremos en coche.

      —De acuerdo.

      —Tengo una llamada telefónica a las siete de la mañana con un cliente de Londres. Cuando Lorena y yo pasamos el día fuera atendiendo visitas, suelo conducir yo durante la primera hora. Cuando llegamos al final de la autopista, desayunamos y ella me releva, para que yo me ocupe de las llamadas y me ponga al día con los correos electrónicos antes de llegar a la propiedad.

      —Eh… Yo no conduzco.

      —¿Qué quiere decir?

      —Que no tengo carnet de conducir, así que no podremos hacer turnos.

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