E-Pack Jazmín B&B 1. Varias Autoras

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como padre y marido de nadie, Sarantos?

      Los dos se quedaron en silencio. Eso era algo que no estaba dispuesto a discutir. Aunque Selene no le daba oportunidad de hacerlo porque parecía haber tomado una decisión definitiva sobre él.

      –No estás hecho para las relaciones humanas. Ni siquiera la relación con tus hermanos es un ejemplo para nadie.

      Tampoco iba a contestar a eso, pensó Aris.

      –Puede que sea la última persona de la tierra que esté preparada para hacer ese papel, pero eso no cambia nada. Tienes un hijo mío, un niño al que yo le debo mi nombre y mi apoyo. Y también te lo debo a ti.

      –Ah, bueno, al menos nadie puede acusarte de ponerte sentimental. Mira, no nos debes nada ni al niño ni a mí. Al menos en esta vida, dejémoslo para otra. Tanto Alex como yo estamos perfectamente, muchas gracias.

      –Estar bien no es razón para no aceptar mi apoyo y mi protección, para no beneficiarte de mi posición social y mi dinero.

      –Yo diría que es una razón perfecta para no hacerlo. No necesito tu apoyo ni tu protección, Sarantos, tú lo sabes igual que yo. ¿Qué más tienes que ofrecer?

      Selene Louvardis siempre conseguía ir directa al grano. Y él debía hacer lo mismo.

      –No tengo ni idea –respondió, con brutal franqueza–. Probablemente nada.

      De nuevo, los dos se quedaron en silencio.

      –Bueno, gracias por ser tan sincero Eso nos ahorra falsos sentimentalismos y promesas que no tienen sitio entre nosotros.

      Aquella opresión en el pecho, que siempre le indicaba cuándo estaba perdiendo el control, se volvió insoportable.

      –Yo pienso lo mismo, pero por una razón diferente. Son las promesas incumplidas las que destrozan cualquier situación, personal o profesional.

      –Pero tú ni siquiera estás seguro de lo que ofreces.

      –Aparte de todo lo que tú dices no necesitar, no. No estoy seguro. Pero la sinceridad es mejor que la falsa seguridad.

      –Y, como tu oferta, sigue siendo deficiente e innecesaria. Y la razón que hay detrás de esa sinceridad tuya es aún peor.

      Aristedes había creído que, al menos, podrían negociar. Pero, aparentemente, Selene no estaba dispuesta a ceder un milímetro.

      –¿Y cuál crees que es el terrible motivo que me impulsa a pedirte en matrimonio?

      Ella suspiró, cruzando los brazos sobre el pecho.

      –Parece que ni siquiera tú escapas al condicionante social según el cual los hombres deben hacerse responsables de su progenie o perderán su masculinidad, su orgullo y sus privilegios. Creo que tus motivos son un cóctel de orgullo, honor y responsabilidad.

      ¿Y eso le parecía mal?

      –Lo dices como si fueran motivos oscuros.

      Ella inclinó a un lado la cabeza, con la melena cayendo por encima de su hombro.

      –En mi opinión, son los peores motivos.

      –¿Por qué?

      –Uno no se casa o se convierte en el padre de un niño por orgullo masculino o porque se sienta responsable.

      Si hubieran tenido esa conversación el día anterior, él habría dicho las mismas cosas. Siempre había creído que, si algo estaba mal, estaba mal… fueran cuales fueran las circunstancias. Pero tal vez estaba equivocado.

      Aristedes suspiró, incómodo y poco acostumbrado a tanta inseguridad.

      –Tal vez muchos hombres no se casan solo por esos motivos, pero la mayoría siguen casados precisamente por esa mezcla de orgullo, honor y sentido del deber.

      Selene apartó la mirada, ocupándose en colocar unos papeles sobre su escritorio.

      –Tal vez tengas razón –asintió después–. Y tal vez las mujeres tienen que aceptar eso porque las otras opciones son peores. Pero no es cierto en mi caso. Tu sentido del deber y tu orgullo masculino no son suficientes ni para mí ni para Alex. Tu apellido, tu dinero y tu estatus social son todo lo que puedes ofrecer… porque es lo único que puedes ofrecer, Sarantos. Y como esas no son razones para que me case, no cuentan para mí. Y, si lo que temes es que esta situación te robe algo más que el precio que dices estar dispuesto a pagar, de nuevo te aseguro que ni Alex ni yo te pediremos nunca nada. Puedo garantizarte eso por escrito, si quieres.

      Con cada palabra hacía que aquella carrera de obstáculos fuese aún más difícil. Y él no había ido preparado para tal duelo. Estaba demasiado ocupado luchando contra sus propias dudas y el tanque estaba en reserva, vaciándose rápidamente.

      Entonces sonó un móvil y Selene se lanzó hacia él como si fuera un salvavidas.

      Aristedes vio la metamorfosis en su expresión mientras hablaba de trabajo con alguien, un cliente tal vez. De modo que era así cuando se mostraba desapasionada, formal. Pero eso lo hizo ver que cuando hablaba con él lo hacía con emociones. La mayoría negativas, lamentablemente, pero emociones fieras y dirigidas a él, el instigador y el objetivo.

      ¿Cómo podía no haber incluido ese factor personal en la negociación?

      Esperó a que terminase la llamada y luego, dando un paso adelante, la sujetó por las muñecas. Selene lo miró, sorprendida, mientras la levantaba del sillón y la aplastaba contra su pecho, saboreando su instintiva rendición durante un segundo… antes de que ella volviese a mirarlo con un brillo de antagonismo en los ojos.

      –Hay algo más –le dijo–. Una cosa que solo yo puedo ofrecerte. Esto…

      Aristedes detuvo el temblor de sus labios con un beso que la hizo gemir y arquearse hacia él. Su sabor, su olor invadían sus sentidos, haciendo que la devorase entera. Y solo había querido besarla, dejar claro que la deseaba. Debería haberse imaginado que perdería la cabeza si Selene le devolvía el beso.

      Enloquecido, la apretó contra la pared detrás del escritorio mientras ella se agarraba con brazos y piernas para recibir el calor de su erección a través de la barrera de la ropa.

      Solo una cosa impediría que la tomase allí mismo, ella. De otro modo, no podría parar… aunque debería hacerlo.

      De repente, como si hubiera leído sus enfebrecidos pensamientos, Selene intentó apartarse y Aristedes se quedó inmóvil, intentando llevar aire a sus pulmones mientras apoyaba la frente en la de ella.

      Y, cuando por fin pudo moverse, la soltó.

      Pero no podía apartarse del todo. Fue ella quien lo hizo. Aristedes vio sus pechos saliéndose del sujetador, pero antes de que pudiera lanzarse sobre ella de nuevo para aliviar su agonía, Selene se colocó detrás del escritorio.

      –Si querías demostrar que te deseo, enhorabuena, lo has conseguido –empezó a decir, con la respiración agitada mientras se abrochaba la blusa–. Pero eso ya lo sabíamos. Y ahora, si no te importa, tengo que irme a una reunión.

      –Solo estaba dejando

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