La señora que usaba galera. Fabián Sevilla
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Читать онлайн книгу La señora que usaba galera - Fabián Sevilla страница 2
a dónde mis pasos encaminaré…
Abrió los ojos.
La rosa estaba quieta, con uno de los pétalos señalándole el camino que iba hacia allá.
Hacia allá se llegaba derechito a Cúcara Mácara.
Y después de replantar la rosa en su maceta, la señora que usaba galera hacia Cúcara Mácara fue…
Podría describirles Cúcara Mácara.
Créanlo o no, anduve por ahí durante unas vacaciones. ¡Pueblo más aburrido que mirar una maratón de caracoles! Si no me lo creen, les sugiero que busquen un pájaro o cualquier cosa con alas, lo manden a pispear desde lo alto y vuelva a contarles lo que vio. Aunque para ahorrarles el trámite, mejor les muestro ese pueblo a vista de pájaro…
¿Qué les parece Cúcara Mácara?
A mí me aburrió que todo estuviera pintado del mismo color, más claro o más oscuro, pero de un solo color.
—Opino lo mismo —opinó la señora que usaba galera cuando entraba a Cúcara Mácara.
Y podía opinar con conocimiento. Si algo hizo desde que había comenzado a andar por el camino, fue conocer villas y pueblos y ciudades que crecían en cada uno de los mil doscientos ocho puntos cardinales; de todos guardaba una fotografía...
Si siguen fijándose bien y a vuelo de pájaro, notarán que a Cúcara Mácara le falta una plaza. Sí, una plaza como las que hay en muchas villas y pueblos, o como esas que también crecen en algunas ciudades.
Aunque si se fijan mucho mejor, incluso a vuelo de dieciocho o más pájaros, no lograrán ver que también el lugar sufría una falta más, mucho más importante.
Créanlo o no en ese pueblo sólo vivían hijos o hijas, nietas o nietos y uno que otro bisnieto o bisnieta.
¡Sí, les pido que lo crean!
Cúcara Mácara no tenía abuelas o abuelos, tampoco uno que otro bisabuelo o bisabuela, ni siquiera en una foto o en figuritas o dibujado con tiza en el pizarrón de la escuela.
—¿Y por qué pasa eso? —preguntó la engalerántica a medida que iba internándose por la calle central del pueblo.
Hacía mucho que el abuelaje y el bisabuelaje se había mandado a cambiar en manada. Nadie sabía con certeza el motivo, pero se rumoreaba que pudieron haberse ido porque…
Lo que haya sido, ni unos ni otros se escribían o recibían cartas o mensajitos de texto o se comunicaban mediante grillos que alguna vez trasmitieron sus mensajes cantados al son de los violines de sus patas.
Tal vez se lo estén preguntando, pero no se animan a preguntarlo. Déjenme entonces que yo lo haga por ustedes: si los cucaramaquenses eran considerados gente para la mona, una porquería, espantosa, inaguantable por el abuelerío y el bisabuelaje, ¿por qué la señora que usaba galera apostaba a que en Cúcara Mácara encontraría un sitio para quedarse quieta y poder mudar su casa y un rincón que al fin sintiera como su rincón?
—Yo también me pregunto lo mismo, queridillo —contestó ella al llegar a una esquina del pueblo—. Pero quién sabe lo que no sabe hasta que lo sabe…
Decía que cuando llegó a una esquina de Cúcara Mácara, por fin la engalerada dejó en paz sus pies. Su galera resopló aliviada, podría descansar un poco después de tanto andar por los caminos; aunque la viva siempre viajaba sobre una cabeza.
Y recién ahí se dio cuenta.
La señora que usaba galera se dio cuenta, no su galera.
Aunque faltaban quince minutos y un alfiler para la hora de la siesta, los cucaramaquenses que la habían visto llegar comenzaron a seguirla y se acurrucaban en esa esquina.
Ella los miró a todos y después hacia todos lados, diciendo:
—Linda casihoradelasiesta… lindo pueblo… linda gente….
La galera opinó lo mismo.
Pero en realidad, igual que a la engalerada, no le parecía para nada lindo el pueblo.
Tampoco le resultaba linda gente aquella así como estaban: mirando a la galera con ojos de calabazas.
—¡Buena casihoradelasiesta! —les dijo de nuevo la señora que usaba galera.
Eran ciento dos los que se