El mensaje de los profetas. Darío López

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El mensaje de los profetas - Darío López

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personales, ni tiene la aprobación de quienes anhelan ser libres de toda opresión. Para nuestro caso, esta demanda misionera implica que tenemos que aprender a ejercer la ciudadanía plena en todos los campos de la vida humana, sabiendo que no siempre harán caso a nuestras demandas y que la injusticia institucionalizada frenará todos intento de cambiar la corrupción y la quiebra del derecho instalada en todos los frentes de la vida social y política. Aun así, conociendo esa realidad de injusticia, se tiene que ejercer responsablemente la ciudadanía plena. Como en el caso de los cautivos en Babilonia, hacerse residentes en tierra extraña no tenía como correlato la aceptación pasiva de la violencia de los opresores ni un llamado a la inacción o a la parálisis social. La esperanza en la liberación que Dios operaría en la historia tenía que jalonar toda la vida personal y pública. Hacerse residente constituía una forma de resistencia activa al poder de los opresores.

      En segundo lugar, les pidió a quienes fueron desplazados forzadamente que se conviertan en misioneros en una tierra extraña. Les pidió que se establezcan formando familias y que se preocupen por la paz de la ciudad en la cual se encontraban cautivos. La misión en esa realidad de desplazamiento forzado y desarraigo tenía una demanda o exigencia bastante clara y directa: “Y procurad la paz de la ciudad… rogad por ella a Jehová; porque en su paz tendréis vosotros paz” (Jer 29.7). La construcción de la paz, como en este caso, exige un compromiso personal y colectivo, un compromiso que se expresa en una acción militante por la estabilidad social y política de la realidad en la que el misionero se encuentra como agente de la Gracia y Justicia de Dios. La paz que se busca y procura para todos no es solamente ausencia de guerra o de conflictos sociales, sino plenitud de vida para todos, sean ciudadanos de esa tierra o migrantes voluntarios o forzados. La misma demanda se nos hace a nosotros: Paz para todos, Vida plena para todos, Justicia imparcial para todos, Inclusión social sin retaceos.

      En tercer lugar, les pidió a las víctimas de la violencia de la guerra que sean visionarios, es decir, que aprendan a mirar más allá de la realidad actual de desarraigo y que sean jalonados por la esperanza. De acuerdo a Jeremías, la condición de desplazados forzados y de desarraigo violento no sería eterna, para el caso de los cautivos en Babilonia duraría 70 años (Jer 29.10), y luego regresarían a la tierra añorada y evocada continuamente. Para los cautivos de Babilonia, y también para nosotros, dejarse amordazar y paralizar por la condición de víctimas del sistema predominante, como si éste tuviera la última palabra en la historia, además de aquietar las ansias de liberación y de secuestrar la esperanza, nos roba lo más precioso que tenemos —así estemos o no en situación de cautividad— la voluntad de transformar la prisión actual en un terreno de libertad, y la capacidad de soñar e imaginar una nueva realidad. Una nueva realidad en la que la paz se abrace con la justicia, y toda forma de impunidad y de injusticia sea desterrada de las relaciones humanas y de la vida social y política cotidiana.

      Los falsos profetas y el pueblo cautivo

      Aprovechando la situación de incertidumbre, inquietud, desesperanza y crisis que se vivía en esos días, los falsos profetas, tanto en Jerusalén como en Babilonia, proclamaban el fin del exilio, convencidos de que Babilonia estaba a punto de caer (Jer 28.1–4; 29.8–10, 21, 31). Así lo expresó Hananías:

      Así habló Jehová de los ejércitos, Dios de Israel, diciendo: Quebranté el yugo del rey de Babilonia. Dentro de dos años haré volver a este lugar todos los utensilios de la casa de Jehová, que Nabucodonosor rey de Babilonia tomó de este lugar para llevarlos a Babilonia, y yo haré volver a este lugar a Jeconías hijo de Joacim, rey de Judá, y a todos los transportados de Judá que entraron en Babilonia, dice Jehová; porque yo quebrantaré el yugo del rey de Babilonia (Jer 28.2–4).

      Es interesante notar cómo a través de estos personajes, los falsos profetas, la mentira se institucionaliza, con el propósito de aquietar y amordazar a las víctimas de la violencia de la guerra y a los inmigrantes forzados, sembrando falsas esperanzas.

      Jeremías no se quedó callado, no eludió el problema, no evadió la confrontación directa con los falsos profetas. Denunció públicamente, como vocero de Dios, la práctica mentirosa de los falsos profetas:

      …así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel: No os engañen vuestros profetas que están entre vosotros, ni vuestros adivinos, ni atendáis a los sueños que soñáis. Porque falsamente os profetizan en mi nombre; no los envié, ha dicho Jehová (Jer 29.8–9).

      A los cautivos se les pidió que no se dejaran engañar por estos falsos profetas y que no tuvieran en cuenta sus falsas afirmaciones y promesas. Y se subraya que profetizaban falsamente, utilizando el nombre de Dios para validar sus afirmaciones. Más aún, Jeremías acotó que estos falsos profetas no habían sido comisionados por Dios ni tenían su aprobación:

      Así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel, acerca de Acab hijo de Colaías, y acerca de Sedequías hijo de Maasías, que os profetizan falsamente en mi nombre: He aquí los entrego yo en manos de Nabucodonosor rey de Babilonia, y él los matará delante de vuestros ojos (Jer 29.21).

      El juicio justo, imparcial e inapelable de Dios llegaría sobre aquellos que utilizaban su nombre en vano para justificar y legitimar su mensaje de falsa esperanza y de mentira institucionalizada. Y, como en este caso, Dios puede utilizar incluso a los no creyentes para sancionar ejemplarmente a los que utilizan a Dios y a la religión como mercancía y como instrumento para posicionarse en los espacios de poder como mediadores autorizados de lo divino. La sanción decretada contra Semaías, uno de los falsos profetas que hizo de la mentira un instrumento de poder político-religioso, da cuenta de la justicia divina y expresa que Dios no es amigo de la impunidad, la mentira y la injusticia:

      …Así ha dicho Jehová de Semaías de Nehelam: Porque os profetizó Semaías, y yo no lo envié, y os hizo confiar en mentira; por tanto, así ha dicho Jehová: He aquí que yo castigaré a Semaías de Nehelam y a su descendencia; no tendrá varón que more entre este pueblo, ni verá el bien que haré yo a mi pueblo; porque contra Jehová ha hablado rebelión (Jer 29.31–32).

      Como se subraya en este pasaje, los falsos profetas (Ajab, Sedequías, Semaías) utilizaban la mentira como instrumento para sembrar en el pueblo falsas esperanzas. Sin embargo, Dios conocía esa realidad; él no avalaba ni avala la mentira, y la impunidad no formaba ni forma parte de su presencia activa en la historia humana. Dios en su justicia, imparcial y ejemplar, como lo hizo con estos falsos profetas, sancionará a quienes utilizan su nombre para granjearse la simpatía del pueblo que vive confiando en el engaño de los que se presentan a sí mismos como voceros autorizados de Dios.

      La cautividad física o la esclavitud mental, como ocurrió con los judíos desterrados en Babilonia, continúa siendo un problema real en el mundo contemporáneo. Los falsos profetas todavía están activos y la mentira sigue siendo su instrumento favorito para mantener cautivo al pueblo de a pie. Cautivo de una religión vendida al poder político, secuestrada por quienes están en el poder, y de una religión instrumentada por los poderosos para continuar oprimiendo y explotando a quienes se dejan seducir por un lenguaje religioso que parece revelación divina, pero solo es falsedad disfrazada de piedad o hipocresía adornada con lenguaje religioso.

      A los falsos profetas se les tiene que confrontar y denunciar públicamente, como lo hizo Jeremías en su tiempo. Jamás se les debe hacer concesiones, nunca se tiene que ignorar sus pretensiones mesiánicas y siempre se tiene que denunciar sus mentiras adornadas con lenguaje religioso. Para esta tarea, que es permanente, siempre serán necesarios tanto el discernimiento como el coraje, así como la capacidad de indignación y una palabra que no se negocia ni se subasta. Sobre todo, cuando la religión se enlaza con la política o viceversa.

      Una esperanza que se teje desde la cautividad

      Dios habla y Jeremías actúa. La acción profética de Jeremías incluyó la denuncia pública de los falsos profetas y un llamado a los

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